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El nacionalcatolicismo polaco

Cuando desgraciadamente nuestros ojos se van acostumbrando a la oscuridad de los acontecimientos -verdaderamente kafkianos- de Polonia es conveniente ahondar serenamente en la infraestructura histórica (de varias centenas de años) de estos sucesos para lograr levantar aunque sea el pico del velo que oculta el misterio.Hemos hablado muy alegremente del catolicismo masivo de Polonia, como si se tratara de un hecho de hondas raíces históricas que ha ido cuajando de forma natural, como las estalactitas que de nuestras ancestrales cuevas han hecho catedrales.

La actualidad de estas reflexiones me la ofrece la lectura del último Boletín del Patriarcado de Moscú, que, en una cuidada edición inglesa, acabo de recibir, como es costumbre desde que a mi antiguo amigo de Jerusalén le convirtieron en patriarca de Moscú y de todas las Rusias, con el nombre de su santidad Pimen.

En este número se contienen varios discursos conmemorativos del 35 aniversario del concilio de Lvov, donde se dio por terminada la aventura de los uniatas, nombre con el que se denomina a los cristianos ortodoxos eslavos que en el concilio de Brest-Litovsk de 1956 se unieron a la Iglesia de Roma. Se trata de los católicos de rito eslavo,

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El metropolitano Nikolai de Lvov y Ternopol afirma rotundamente: "El 35 aniversario del concilio de Lvov, que hoy celebramos, está estrechamente vinculado a la inmensa alegría de la victoria triunfante, que en 1945 obtuvo el Ejército soviético sobre la Alemania nazi. El nazismo misantrópico y asesino de Hitler se consumió en su propia hoguera de odio y solamente la filantropía de la Unión Soviética pudo ganar y sobrevivir para salvar la vida de cada nación y de todas las naciones juntas. La brillante victoria liberó a muchas naciones de la ocupación alemana y, entre todos nosotros, a los ucranianos en especial". Y, concretando todavía más las raíces del fenómeno, el metropolitano de Lvov añade: "Rusia fue hecha ortodoxa por la voluntad misericordiosa de Dios, al recibir la fe ortodoxa por medio de Bizancio, mientras que el uniatismo fue implantado a la fuerza por medio del arbitrio de Roma y del rey de Polonia". Por eso, concluye el metropolita Nikolai, "yo creo que la unia fue un yugo político para polonizar al pueblo".

Como vemos, sigue vigente el viejo aforismo romano: "Cujus

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El nacionalcatolicismo polaco

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regio, ejus et religio" "A cada región, su religión"). Todo el ateísmo pimpante y desbordante de la Unión Soviética, se pone entre paréntesis frente al fenómeno de la "nacional-ortodoxia", que en momentos de emergencia puede ser muy útil, a la que los jerarcas ortodoxos llaman con la boca llena "la gran patria soviética".

Por otra parte, no conviene olvidar unos datos est adísticos elocuentes. En 1791, sobre una población total de 8.790.000 almas, Polonia tenía solamente 3.465.000 católicos de rito latino; los católicos uniatas eran 2.600.000; había 300.000 ortodoxos que se habían mantenido fieles al patriarcado de Moscú; enérgicamente apoyados por Rusia, pesaban más que los uniatas. Finalmente, hay que tener en cuenta la burguesía protestante de las ciudades -unos 150.000-, los viejos creyentes de Raskol -100.000-, los cristianos del rito grecoarmenio -100.000-, los judíos -900.000- y 50.000 tártaros.

Lo que sí es cierto es que las clases dirigentes, la gran aristocracia y la pequeña nobleza eran en su totalidad de rito católico latino. La creación del reino autónomo de Polonia en 1815, las disposiciones generosas demostradas por el zar Alejandro I, su admiración sincera hacia Pío VII daban pie a las más optimistas esperanzas. De hecho, el catolicismo era declarado religión oficial en la Constitución relativamente liberal del nuevo reino.

Sin embargo, en 1831 la cuestión polaca adoptó un giro dramático con el levantamiento del país contra la dominación rusa. Gregorio XVI ordenó a los obispos polacos que aconsejaran la sumisión al zar. Y la opinión católica se preguntaba extrañada: ¿Cómo era posible que el Papa tomara partido a favor del autócrata cismático contra el pueblo católico martirizado? Y es que parece que el Papa esperaba aprovechar aquellas circunstanclas para obtener del zar, a cambio de su condescendencia, una revisión de su política con los católicos.

Una vez aplastada Polonia, la Iglesia católica fue sometida, s empre tras la barrera de un teIon de silencio, a una creciente estatificación y, paralelamente, a una rusificación de sus cuadros. Y, finalmente, en 1839, la iglesia uniata, casi en su totalidad, retornaba al seno de la ortodoxia moscovita.

Lógicamente, a la Iglesia católica latina le tocó jugar el papel de la identidad específicamente polaca. Lo que había de ruso en el conjunto de sus cuadros se había ido a sus antiguos orígenes.

De todo esto podemos deducir que aquel concilio de Lvov, celebrado apenas se acabó la segunda guerra mundial, sirvió de antecedente próximo a las ansias expansionistas de Rusia, que, disfrazadas hoy de un sedicente marxismo-leninismo, pretenden extender las viejas fronteras del imperio.

Rusia está siendo devorada por sus propios hijos. Si, por hipótesis, Polonia hubiera seguido siendo religiosamente pluralista, hoy la Unión Soviética no se encontraría con ese tremendo obstáculo del monolitismo católico de Polonia, que se corresponde con la identidad histórica y geográfica del país. Pero ya es tarde. Lo único a lo que pueden aspirar los amos rusos es a un compromiso histórico que, de alguna manera, reproduzca la actitud de Gregorio XVI. ¿Merecerá este "compromiso histórico" una solemne misa pontificla en el santuario mariano de Czestochova en este año centenario de la aparición? La historia, hasta ahora, ha sido, desgraciadamente, muy poco original.

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