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El presidente de Benin saludó al Papa con el puño en alto

Juan Arias

Juan Pablo II se encontró ayer con una sorpresa en Cotonu, la capital de Benin. Mathieu Kerekou, el presidente de este país, donde rige un régimen revolucionario marxista-leninista, recibió al Papa, más que con un discurso con un verdadero mitin en el que exaltó las glorias de un país que "lleva a cabo", dijo, "una revolución socialista, un país que respeta a los creyentes y a los no creyentes, defiende la familia y la autonomía de la mujer y promueve la justicia y la igualdad".

Kerekou hablaba con voz recia, teniendo en su mano el clásico bastón de mando de madera africana. En el aeropuerto, el servicio de orden era prácticamente inexistente. Ni caballos, ni perros, ni agitación y empujones, como en Lagos. Todo en un orden perfecto. La gente, alegre, danzaba con entusiasmo sin romper filas. No había cordones de seguridad. Flores rojas para el Papa. Juntas estaban la bandera de la Revolución (verde, con la estrella roja) y la del Vaticano (blanca y amarilla).El presidente beninés repetía con fuerza en su mitin las palabras del viejo revolucionarismo marxista-leninista. Se advertía un cierto empacho en todo el séquito papal. El presidente, acalorado, no daba señal de poner punto Final a su exaltación revolucionaria. Obispos y cardenales miraban disimuladamente el reloj; el Papa empezaba también a impacientarse. Por fin, Kerekou aterrizó con un gesto que ciertamente nadie esperaba. Levantando el brazo con el puño cerrado, ante los Ojos del Papa, gritó: "Viva el santo padre Juan Pablo II; preparados para la revolución, la lucha continúa".

El Papa, en contraste con el tono de mitin del presidente, leyó un discurso con voz pausada y calma: "Yo vengo", dijo, "a Benin, la tierra del cardenal Gantin, como amigo de la paz y de todo lo que es verdaderamente humano". "Vengo para encontrarme con todos los ciudadanos de este país a quienes deseo las mejores condiciones de paz, justicia y fraternidad".

El presidente revolucionario aplaudía cada vez que el Papa hablaba. Estuvo presente, con el Consejo de la Revolución, durante las tres horas de misa en el campo de fútbol de la capital. Después de la misa, en la que se mezclaron el latín, el dialecto africano fon, el gregoriano y el ritmo arrollador de los tambores, al Papa le aguardaba otra sorpresa en el palacio presidencial.

En el gran salón de recibimiento, donde la presidencia de la Revolución ofreció al séquito del Papa champaña francés, jugos de papaya y de piña, había sido preparado una especie de altar en el cual, en vez de las tradicionales imágenes de los santos, destacaban grandes fotografias. Las más gigantescas eran las de Juan Pablo II. En torno a ellas, como si fueran ángeles, las fotografias de Marx, de Lenin, de Stalin, con sus grandes bigotes, y de Mao Zedong.

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