Diez variaciones sobre un mismo pecado
Se ha dicho siempre que el adulterio es cosa de tres. De tres personas: un hombre y dos mujeres o dos hombres y una mujer que se encuentran relacionados entre sí sexualmente, más o menos en los términos de la relación de los lados del triángulo equilátero que estudiamos en geometría. Y como en tantas otras cosas, la definición dada por buena hasta ahora es falsa, tanto que la relación adúltera peca precisamente de desigualdad para todas sus partes: marido, amante, esposa, cuyas variaciones son múltiples. Veamos, pues, algunas de ellas.Comencemos por aceptar que el adulterio para el hombre, sea marido o amante, es grato siempre. Si el adúltero es el marido -que naturalmente se convierte, por serlo, en amante-, las variaciones de la relación adúltera y sus consecuencias son seis.
En la primera, el marido compensa el aburrimiento cotidiano a la vera de una buena mujer, hacendosa y rígida, honesta, pero frígida, en las delicias variadas de una amante, casquivana, pero complaciente. Mientras la esposa no se entera no hay problema alguno; por ello, nuestros sabios legisladores decidieron que el adulterio del marido no era perseguible a instancia de nadie. En realidad, ¿qué daño hace? El marido satisfecho, la esposa engañada e incluso contenta, "menos me molesta esta temporada", y la amante pagada. Eso sí, en general, las amantes complacientes, dispuestas en todo a lo que tenga a bien pedir el amo, suelen ser más caras que las esposas. Porque para ser amante y gratis más vale ser esposa, que resulta más descansado en la cama y menos expuesto. Si la esposa se entera, segunda variación, queda siempre el conocido recurso, sabido por popular, de que no le importe. Es la oración de aquella seiíora de principios de siglo: "Señor, Señor, que mi marido no me engañe, que si me engaña no me entere, que si me entero no me importe". Por ello tampoco la ley amparaba a las esposas engañadas que se empeñaban en enterarse y en publicarlo a los cuatro vientos.
Las restantes variaciones ya no procuran tanta felicidad a los maridos. Puede ser que la amante exija un trato de favor respecto a la esposa -tercera variación-, lo que conturba el ánimo del marido, le causa preocupaciones extras y viene a desorganizar su bien montado tinglado familiar. Si es la esposa la que se da por enterada -cuarta variación-, y además monta en cólera, los problemas también acucian al angustiado marido. En el caso anterior suele licenciarse a la amante. En el último, también.
La quinta variación es la de cambiar de vida. El marido se decide por la nueva mujer y despide a la primera, mediante la concesión de una menguada pensión, ratificada judicialmente, que en esto del adulterio marital los jueces son siempre muy comprensivos y tienen la satisfación ínfinita, tanta que no tiene precio, de cuidar, aguantar y mantener a los hijos. Un pariente mío le escribió a su esposa cuando escogió a una segunda que le dejaba lo que más quería: su hija. Creo que ella le estuvo agradecida toda su vida. En este caso, la segunda mujer no debería dormirse en los laureles por aquello de que lo que se ha hecho una vez... Esta variación no suele prodigarse. Debe ser porque el hombre es muy, conservador y piensa aquello de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, pero siempre que es el marido el que solicita el divorcio, lo hace para darle a la amante el hermoso nombre de esposa que hasta entonces sólo tenía el feo calificativo de rrianceba.
La sexta variación es generalmente más socorrida y mejor vista por los maridos: conservar amante y esposa. Si las dos están enteradas de sus mutuas existencias, los sistemas para mantener la situación son diversos: el marido jura una vez más a su esposa que los rumores son falsos, y que antes de creer a nadie debería tener confianza en él. Le asegura a la amante que en cuanto obtenga más dinero, más; trabajo, o los niños crezcan un poco, o su esposa se aburra, pedirá el divorcio. Conozco maridos que han conseguido un buen, crédito con la amante durante: bastantes años, convenciéndola de que la esposa está enferma de cáncer y pronto espichará, o de que están a punto de cobrar una herencia que les resolverá todos los problemas económicos que se derivarían de un divorcio y dos familias que mantener, o de que el hijo mayor debe terminar el bachillerato, y después la carrera, y más tarde ganar las oposiciones para poder establecerse por su cuenta y no depender de papá y además mantener a mamá.
Aquí el ingenio popular añade nuevos, originales y conmovedores detalles. Marido hay que rompe con la amante cada seis, tres, cuatro meses, según, para regresar arrepentido a los brazos de su resignada y paciente esposa. La vuelta no dura más del tiempo suficiente para reponerse de los destrozos sufridos en el ejercicio de tanto amor, y para conseguir la firma de la esposa en el aval de unas letras, o para obtener de los cuñados un préstamo de dinero "para rehacer el matrimonio", o para vender la casa, que es el domicilio conyugal, con la firma de la esposa.
Estas variantes pueden incluirse en la sexta, que tendría entonces apartados a), b), c) y demás, según, como la casuística de ciertos artículos legales.
Este personaje es muchas menos veces adúltero de lo que las comedias francesas y los chistes progres afirman. Por algo la ley castigaba con más severidad a la mujer que al hombre, pero siempre hay casos, naturalmente.
Una cliente descubrió tras veinte años de matrimonio que había algo más en aquello del débito conyugal que lo que le había proporcionado siempre su marido cuando cedió a la tentación en un viaje y se entregó a los brazos de un amigo. El descubrimiento fue tan revelador que la señora hizo las maletas y se fue a vivir sola. La crisis no duró mucho, apenas quince días; su engaño fue corto, sobre todo teniendo en cuenta los baremos masculinos.
Otras veces, un matrimonio de conveniencia que concluye la misma noche de bodas, cuando el novio demuestra su incapacidad para marido, lleva a la resignación temporal a la esposa hasta que el profesor de conducir le alegra un tiempo la vida. Estos casos también suelen acabar en divorcio. Las mujeres engañan por menos tiempo; debe ser la falta de práctica.
La variación octava consiste en el adulterio a cuatro, que suele acabar mal para la esposa adúltera y amante clandestina. Las fugas organizadas entre los adúlteros sólo se realizan en el 10% de los casos. Una señora acudió a mi despacho desconcertada después de haber perdido a su amante en la propia estación del ferrocarril donde se habían citado para huir juntos. Poco después me enteré de que el amante desaparecido se hallaba nuevamente en brazos de su esposa, y mi cliente perdió el derecho a la pensión alimenticia y a disfrutar de la compañía de sus hijos. Menos mal que conseguí librarla de la paliza marital que le preparaba el esposo engañado. Eso pasa por tonta.
En general, en esta clase de variaciones sobre adúlteros, las mujeres, como siempre, salen peor libradas que los hombres. ¿Por qué será?
Quede sólo claro que, tras tantas variaciones masculinas sobre el mismo tema, las mujeres sólo tienen un motivo siempre repetido para cometer adulterio: se enamoran. Se enamoran de otro hombre en el que esperan encontrar las atenciones, la ternura, el cariño y a veces el dinero que les niega su marido. Y, naturalmente, también se equivocan.
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