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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cien días de Papandreu

DESDE QUE las fuerzas griegas surgidas de la resistencia contra los alemanes fueran aplastadas con la ayuda del Reino Unido y Estados Unidos, cumpliendo así en aquella zona lo dispuesto en el reparto del mundo de la conferencia de Yalta, el país ha estado gobernado por diversas derechas, que continuaban los regímenes fuertes de antes de la guerra -el fascismo, o tercera civilización, del, general Metaxas- y a veces los superaron (la dictadura de los coroneles). Los intervalos de tendencia democrática han sido muy escasos y muy débiles y no consiguieron nunca romper una sólida muralla construida por los regímenes derechistas: un aparato que ocupa los cargos locales, la burocracia, la policía y el Ejército; unas generaciones de las profesiones liberales y de los propietarios de la agricultura y de la industria y el comercio; una sólida oligarquia, que no se doblega fácilmente por haber perdido las elecciones generales, que dificulta extraordinariamente el plan de reformas propuesto por el Gobierno y por la amplia mayoría parlaméntaria que representan Papandreu y su partido, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok).Los primeros cien días de su poder (desde las elecciones del 18 de octubre pasado) reflejan, sobre todo, una forma de lucha más que de realizaciones. Los esfuerzos de Papandreu para rectificar -por lo menos- las condiciones de adhesión de Grecia al Mercado Común y a la OTAN están resultando inútiles, y hay una base moral y jurídica para ello, de la que conviene tomar buena nota: son los países los que se comprometen en las organizaciones internacionales, y no sus Gobiernos; la permanencia o los cambios sucesivos de esos Gobiernos no alteran las condiciones. Queda el recurso de excluirse definitivamente de esos pactos; pero tampoco es fácil. Ya se ve que Papandréu, en cuyo programa electoral y en el que presentó en el Parlamento a finales de noviembre tenía prevista la retirada de la OTAN, no llega a zafarse de ella, entre otras cosas, porque se encontraría inerme frente a Turquía y porque sufriría represalias graves; no le ya a ser tampoco fácil la renegociación con Estados Unidos de las bases en su territorio.

La salida del Mercado Común alteraría también las condiciones de formación de la estructura económica actual del país. Esa economía forma parte del largo aparato de los regímenes anteriores, y sólo un paso lento y seguro podrá cambiarla. Las socializaciones -o nacionalizaciones- son, por ahora, proyectos, y hay grandes sectores de poder económico -y de influencia política como grupo de presión-, como son los armadores -personajes que se pueden simbolizar en la figura del mítico Onassis-, que no van a ser alcanzados. Los pasos de Papandreu van en el sentido de ir abriendo la economía exterior hacia mercados árabes y países del Este -el reconocimiento de la OLP tiene ese sentido, además del signo externo de afirmación de una nueva política-, de forma que pueda ir sustituyendo las relaciones comerciales ya tradicionales por otras nuevas.

La sociedad misma va cambiando. Papandreu ha abierto algunos desagües en los diques sólidamente construidos por los regímenes anteriores, con la introducción del divorcio más fácil, la legislación abierta en materias de costumbres, una cierta- penetración del feminismo y unas disposiciones, por ahora teóricas, para que el personal de las empresas tenga, por lo menos, un derecho a la información empresarial.

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La medida, ya clásica, de los cien días procede de un molde ya lejano: el de Roosevelt, cuando se hizo cargo del poder hace cincuenta años. Roosevelt se encontró con una nación deshecha por la crisis y con las defensas conservadoras absolutamente deterioradas por la situación: hubo una docilidad para sus primeras leyes y, efectivamente, sus cien días iniciales fueron decisivos para la construcción de los años posteriores. No parece que hoy ninguna irrupción política nueva pueda medirse por ese lapso: ni Mitterrand ni Papandreu. Los nuevos estadistas trabajan sobre sociedades con una inercia muy pesada, que tienen, al mismo tiempo, una psicología creada por largos pasados conservadores e incertidumbre y hasta miedo a un futuro que las ideologías ya no aciertan a configurar. Los nuevos estadistas pasan sus primeros cien días, y bastantes días más, tratando, sobre todo, de evitar que el pasado se les imponga y en modificar sin recursos quirúrgicos el grueso tejido elaborado desde la otra guerra fría y ahora revitalizado por la nueva. Es el caso de Papandreu.

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