Homenaje póstumo a Mijail Suslov, con aires castrenses y religiosos
Disciplinados, en fila de a tres, ni especialmente conmovidos, ni especialmente curiosos, decenas de miles de moscovitas pasaron ayer frente al cadáver de Mijail Suslov, el número dos del régimen soviético, fallecido el pasado lunes.
El homenaje póstumo tenía pinceladas religiosas y castrenses. A paso ligero, los diversos grupos -venidos en su mayor parte de distintas empresas, fábricas, oficinas y cuarteles- iban marchando en una larga cola, fuertemente vigilada por las fuerzas de seguridad.El centro de Moscú estaba cortado al tráfico con infranqueables barreras: soldados alineados hombro con hombro cerraban las calles. Bajo la nieve, la cola iba avanzando con rapidez hacia la Casa de los Sindicatos: un viejo palacio noble de antes de la revolución. Ya en la puerta, todos los que llevaban algún bolso de mano eran echados para atrás. El pensador, el ideólogo soviético, tomaba así, después de muerto, su primer baño de multitud.
A la entrada del palacio, decenas de coronas de flores dedicadas al difunto recibían a la gente.
Sobre las paredes, banderas rojas con franjas negras de luto. En el rellano de la amplia escalinata de mármol estaba colocada una inmensa foto de Suslov en blanco y negro. El retrato era el mismo que tantas veces apareció en Pravda, el mismo que ha sido publicado en diversas ediciones de la Enciclopedia soviética, el mismo que figura en los carteles que recogen las fotos de los miembros del Politburó (máximo organismo decisorio en la URSS).
Cadáver irreconocible
Rígido y gris, desprovisto ya de sus gruesas gafas de miope, el cadáver de Suslov resultaba irreconocible. Alzado entre cientos de flores y con sus condecoraciones a los pies, el cuerpo del segundo hombre del Kremlin era simplemente atisbado por las decenas de miles de personas que ayer desfilaron -literalmente- frente a él.El tiempo daba poco de sí: apabullados por las banderas, flores y estandartes, y sin abandonar el paso ligero, sólo quedaba la oportunidad de mirar casi de reojo.
Junto al descubierto ataúd de Suslov, varias hileras de bancos eran ocupados por sus familiares. En posición de firmes, los soldados cubrían el paso de los visitantes.
En la sala de columnas, donde estaba instalada la capilla ardiente, una orquesta tocaba, en honor al numero dos, un amplio surtido de música fúnebre. En la antesala, otro conjunto musical estaba preparado para cubrir los momentos de descanso de sus colegas. Las lámparas de fino cristal escondían sus reflejos, en señal de luto, ocultándose bajo tules negros.
Una ironía del destino ha querido que Suslov reciba su último homenaje en el mismo lugar de Moscú en el que se han oído las últimas palabras de un eurocomunista. Fue en la sala de columnas donde Gian Carlo Pajetta -el dirigente del Partido Comunista italiano, hoy acusado de "blasfemo" por Pravda- leyó, hace casi un año, su discurso al XXVI Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Las flores, la música y la solemnidad impregnaban el ambiente de un aire religioso.
Algunos llegaron a confundirse: muy cerca de nosotros, a la entreda del palacio, una mujer madura con aspecto de campesina santiguó su tímido rostro.
Los más altos dirigentes de la URSS rindieron también su homenaje a quien supo sobrevivir a las distintas, luchas políticas que jalonan la historia soviética.
Breznev encabezó la delegación del Secretariado del PCUS y de su Politburó, con ausencia del minis tro de Exteriores, Gromiko, y los primeros secretarios del partido en Leningrado, Grigori Romanov y de Ucrania, Alekxandr Cherttbiski.
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