La innovación tecnológica, contra el empleo
La economía española comienza su andadura en este año preelectoral, de 1982 con una débil esperanza de mejoría económica. Sin embargo, esta esperanza se ve ensombrecida por la persistencia del paro, cuya magnitud no parece que vaya a disminuir en un futuro próximo. Ante esta realidad cabe preguntarse para cuándo la economía española podrá recobrar el pleno empleo.Una corriente de pensamiento económico responde a esta cuestión afirmando que si se sigue una política económica de austeridad, con contención de la inflación, moderación en la subida de los salarios y, si esto fuera posible, disminución del déficit público, la inversión privada se recuperará, dentro de tres o cuatro años, en una medida suficiente para disminuir notablemente el paro.
Esta posición optimista acerca de la posibilidad futura del pleno empleo no es compartida por otra corriente de pensamiento económico expuesta en el informe Jenkins sobre el Mercado Común, en los estudios de Leontieff sobre la economía norteamericana y también por el informe de Tijanov acerca de la economía de la URS S en los años ochenta, aunque en este caso con matizaciones. Estos Autores afirman que los cambios tecnológicos esperados en esa década son del tipo que incrementan el desempleo, en lugar de colaborar a la expansión del empleo.
El análisis económico estándar de estos últimos veinte años nos ha acostumbrado a afirmar que el resultado global de todo proceso de inversión es el de generar empleo. Sin embargo, una experiencia histórica más dilatada muestra que hay dos clases distintas de inversiones: Ia inversión que destruye puestos de trabajo mediante la incorporación de progresos técnicos que sustituyen hombres por máquinas y la inversión que crea empleo desarrollando nuevos sectores y ampliando la capacidad de los sectores ya existentes.
El resultado global de estas dos tendencias tecnológicas ha creado numerosos puestos de trabajo en los años sesenta, pero es posible que esta tendencia se haya invertido ahora y es posible que el resultado global de las inversiones de los años ochenta elimine, en lugar de crearlos, puestos de trabajo.
El horizonte tecnológico
Este cambio de horizonte tecnológico puede cifrarse para la economía española del siguiente modo: en la década de los años cincuenta y sesenta, la disminución de puestos de trabajo se ha producido en la agricultura, que ha sido intensamente mecanizada y cuya población activa ha disminuido del 47,5% al 20% del total español. Por el contrario, la creación compensadora de puestos de trabajo se ha producido en la industria y en los servicios, los cuales, en el mismo período, pasaron de ocupar un 51% a ocupar un 77% del total de la población activa.
De aplicarse a España el cambio de la tendencia tecnológica antes descrita, incluso con un crecimiento moderado del PIB, en la década de los ochenta la población ocupada en la industria y en los servicios podría disminuir entre un 5% y un 10% de la actual, pasando a ocupar alrededor de un 70%, de la población activa. El resultado sería, normalmente, la persistencia del paro y el cambio de su sentido. Se pasaría del paro coyuntural al paro estructural.
Para racionalizar la situación económica actual quizá sea conveniente separar los efectos de las do s crisis distintas por las que están pasando las economías del los países industriales. Una primera crisis es la del petróleo, una segunda crisis (que podría denominarse también revolución) es la de la automatización y computerización de la industria y de los servicios. Ambas crisis son distintas en sus causas y en sus efectos, y su presencia conjunta agrava la situación.
Los efectos de la crisis del petróleo han bloqueado el crecimiento de las industrias basadas en la nafta barata, las cuales presentan en la actualidad un exceso de capacidad notable que desaconseja las inversiones en estos sectores, según declaran los empresarios responsables de los mismos.
Las líneas de efecto de la crisis de automatización y computerización, según señala un grupo de economistas, han consistido en transformar la competencia empresarial, dotándola de nuevos rasgos. La competencia en los años ochenta, en primer lugar, se ha internacionalizado y, en segundo lugar, se basa de modo fundamental en la creatividad tecnológica. Ante estos rasgos, la economía española se encuentra en una franca situación de debilidad. Superar la excesiva dependencia tecnológica de la economía española y crear un clima de creatividad no es tarea fácil. El camino seguido por otros países de mejorar (los cínicos dirían copiar) los productos existentes, aunque aparentemente sencillo, requiere una buena base científica y técnica y una disposición muy positiva de la Administración, de los empresarios y de la juventud española, que debe ser motivada y preparada para este objetivo industrial.
La búsqueda de mercados exteriores
Por otra parte, la articulación española en los mercados internacionales está lastrada por el trauma del Mercado Común, que España debe superar. Por mucho que nos convenga ahora el Mercado Común debemos aceptar que este área económica, una dé las más dinámicas de los años sesenta, ha pasado a ser una zona estancada, con una regresión hacia políticas nacionalistas. Por el contrario, Latinoamérica y el Próximo Oriente son zonas de altas tasas de crecimiento y de inversión.
El espectacular crecimiento del comercio y de la inversión exterior en los tres últimos años muestran que ese puede ser el camino -uno de los caminos- de activar la economía española. Si se estabilizan los problemas políticos decimonónicos (régimen político, divorcio, nacionalismos), tal vez el Gobierno y la Administración española puedan considerar el paro y la organización de la sociedad española del siglo XXI como un problema prioritario.
Aun con los mayores cuidados y los esfuerzos empresariales para desarrollar la inversión interior y exterior, es posible que en el futuro se consolide la tendencia, que ya comienza a ser real, de una menor necesidad de trabajo en los sectores de la agricultura y de la industria. Así lo aprecia la sociedad actual a través de la jubilación anticipada, de mayores vacaciones, de la disminución de la jornada laboral y de las horas extraordinarias, del alargamiento del período escolar y del trabajo a tiempo parcial.
Sin embargo, esta actitud es puramente defensiva y no contempla el problema en profundidad. La cuestión consiste en que hay que encontrar una ocupación socialmente rentable, al margen de la industria y de la agricultura, para un número importante de personas. El problema consiste en saber dónde y cómo.
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