Limosnas e impuestos
LA MITOLOGÍA de los espíritus nacionales y el gusto por la emulación explican que casi todos los países del mundo se disputen el primer lugar en la clasificación no sólo de las virtudes, sino también de los siete pecados capitales. Parece, sin embargo, que los rasgos positivos y los aspectos negativos del comportamiento humano se hallan distribuidos de forma aleatoria en todos los grupos de nuestra especie, sin que ninguna nación pueda reivindicar, con fundamentos serios, derechos prioritarios para representar en un auto sacramental virtudes o vicios singulares. Los españoles solemos presumir de haber recibido especiales favores de la providencia en muchos terrenos, pero también acostumbramos a jactarnos de superar a los demás en el ejercicio de prácticas malignas. Así, la idea de que la envidia tiene, sobre todo, rostro carpetovetónico merece un amplio respaldo entre los caracterizadores de nuestro espíritu nacional.
Tal vez sea el temor a incurrir en ese feo pecado y la sospecha de su intrínseca españolidad lo que haya frenado o mantenido en discretos murmullos algunas reflexiones acerca de las circunstancias que rodearon el secuestro y la posterior liberación del doctor Iglesias. El hijo de éste ha alcanzado, gracias a su talento como cantor melódico y a su concienzudo trabajo, uno de los primeros lugares del mundo en su actividad, lo que es visto por los españoles con el lógico orgullo que produce ver triunfar en el mundo a un compatriota, sea cual sea su especialidad. Pero esas actitudes de simpatía no evitan un juicio sobre su conducta como simple ciudadano. Grandes futbolistas italianos han sido puestos en la picota por su participación en extrañas confabulaciones con las quinielas. Un director de cine del talento de Ingmar Bergman tuvo serias dificultades con el fisco de su país por la manera de liquidar sus impuestos; y es de sobra conocido que nuestros mejores toreros, artistas y futbolistas se lamentan del trato no discriminatorio que reciben del Ministerio de Hacienda.
La liberación del doctor Iglesias tuvo unas secuelas poco amables para los profesionales de la información españoles. Pese a los compromisos del periodista José María García con sus colegas, lo cierto es que el padre del popular cantante hizo compatible su hermético silencio en tierra española con una conferencia de Prensa en Miami. La estrategia de lanzamiento de Julio Iglesias en el mercado del disco norteamericano tal vez hiciera aconsejable eso, pero la colaboración y los desvelos de los periodistas españoles a lo largo del secuestro eran merecedoras de un mejor trato.
Sin embargo, el motivo central de este comentario es señalar que la generosa decisión de la familia Iglesias de crear una fundación educativa para los huérfanos del Cuerpo General de Policía, rasgo que les honra, no puede ocultar el hecho de que Julio Iglesias no entrega la parte proporcional de sus ingresos, en forma de impuestos, a la Hacienda española; esto es, al órgano encargado de recaudar los tributos de todos los contribuyentes para redistribuirlos en beneficio de todos, sostener el aparato estatal (incluidos los servicios policiales) y sufragar instituciones educativas y de beneficencia. Es conocida la afirmación, exagerada, pero significativa, de que Brigitte Bardot fue la industria de exportación más importante de Francia. La domiciliación fiscal en Panamá de nuestro famoso cantante es, en cambio, una inteligente medida para descargarse de impuestos, pero se compadece mal con una ciudadanía española consciente no sólo de sus derechos sino también de sus deberes. A los empresarios, profesionales y trabajadores que pagan sus impuestos en España no les puede resultar simpática, y mucho menos ejemplar, esta habilidad para hurtar el bulto a la hora de ser igual que sus compatriotas ante la ley tributaria.
La rocambolesca historia del millón de dólares que entró por el aeropuerto de Barajas como una vulgar maleta de ropa sucia tuvo la irrebatible excusa de que andaba en juego la vida de un hombre. Pero la posterior salida, rumbo a Miami, de esa gruesa suma de divisas eitranjeras merecería, cuando menos, una explicación. Si ese millón de dólares iba a ser regalado, a fondo perdido, a los extorsionadores de ETA Político-militar, no hubiera sido un mal gesto entregarlo, una vez liberada la víctima, como adelanto a cuenta de unos impuestos moralmente pendientes de liquidación al Estado, que hizo posíble el rescate del rehén en una operación digna de elogio, pero que se inscribe en el funcionamiento normal de las instituciones de un país civilizado.
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