Pepa
Pepa, Pepa Flores, o sea Marisol, la Marisol de toda la vida, de toda nuestra vi -ay-, qué bien llegar a llamarla Pepa, uno de los síntomas de que «se ha llegado», en esto de la conquista de Madrid, es que hay quienes le llaman, quienes le llamamos Pepa a Marisol, fíjate que nombre, Umbral, Marisol, que a mí me lo pusieron sin contar conmigo para nada, hale, venga, tú Marisol, tú eres Marisol, me quitaron hasta el nombre, a los nueve años, estos señores del cine, y me quitaron mi casa y mi barrio y mi corralón y mi Málaga, y en vez de Pepa, en familia, me llamaban Pepi, que les parecía más fino, y Pepa, que tiene calor en su casa, con el poco de vino que se está tomando, se sube la manga corta de la corta camiseta, y muestra su hombro, el hombro derecho de Marisol, su hombro marisolizado, que sigue siendo el adorable hombro de una niña -treinta y cuatro tacos, Umbral-, cómo era, dios mío, cómo era, lo dijo Juan Ramón con su dios minúsculo, la transparencia, dios, la transparencia, que quiero ver aquella Marisol de los sesenta, que yo entrevistaba en el piso de los Goyanes, María de Molina, y es la misma de hoy, cuando ella ha llegado a mujer y uno ha llegado a pirámide de papel con el muerto dentro, por la. primera película, Un rayo de luz, me dieron 50.000 pesetas, cómo lo ves, qué te parece, y se me prohibía hablar andaluz en sociedad, y mi madre vivía en la casa, pero en un cuarto aparte, como de la criada, y me tiñeron rubia platino, o sea., que me destrozaban el pelo, porque entonces no había las cosas que hay ahora, y de alguna manera, no sé, yo era consciente de todo aquello, aquella gente no era mi gente.Se le cae la manguita, o no se le cae, y se la vuelve a subir, y vuelve a salir su hombro de Marisol, hombro delgado de Lolita del chupaytira, golfilla malagueña, Antonio me lo dice, «tú has sido una golfa», Antonio se ha ido a bailar a Valencia y anoche le he estado haciendo la maleta y tenemos cuatro niñas y en él es en lo único que creo de verdad, porque a mí me parece que me utilizaron, en aquella época, ¿no?, que éramos el Cordobés el Real Madrid. y yo, hale, a ser felices, y una vez, en El Pardo hubo un concursito de no sé qué y Franco estaba en el tribunal y me dio un premio, qué niña más mona, también íbamos con las nietas a la Cuesta de las Perdices, a una casa que tenían, pero yo sabía que no era una más entre ellas, ni quería serlo, que en algún momento sacarían una guitarra y yo tendría que cantar o bailar, para eso me habían llevado, y a La Granja, el 18 de julio, y al festival navideño del Calderón, que lo presidía doña Carmen Polo, y luego subíarnos al palco a verla, una cosa que me dice siempre Antonio, «yo no subo al palco a ver a nadie vestido de payaso, que bajen a verme a mí», y el pelo de Marisol, Pepa Flores, entre el platino/Goyanes y el castaño oscuro original, en un término medio, en un rubio pasado por la sombra del pesimismo, tú me dirás, Umbral, qué razones hay para ser optimista, y menos en este país, uno que iba mucho por la casa de Goyanes era Raimundo Fernández Cuesta, y yo cenaba sola, no quería ver a nadie, volvía harta de trabajar, el día que le dije a ese señor que yo me parecía que necesitaba un sujetador, lo celebraron mucho y se discutió la cosa y me lo compraron y fue un número en la familia, y Fernandito Primo de Rivera quería meterme mano en la discoteca Alex, y yo le dije que le daba así y allí se acabó el romance, y me pusieron de largo en la Casa de Pilatos, en Sevilla, a todas las anunciaban con nombres muy largos y yo era Josefa Flores, nada más, y entonces comprendí que no tenía nada que ver con aquella clase, y me casé y me separé y llevo nueve años con Antonio, y sacamos esto adelante como podemos, y nos queremos, y ahora se remanga los dos hombros, cómo era, dios mío, cómo es, y sólo me gustaría hacer en cine el papel de la amante del Ché.
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