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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Un disparo sin nombre

Gustavo Muñoz de Bustillo tenía dieciséis años hace tres años, exactamente el 11 de septiembre de 1978. No pudo, cumplir más.Como los chicos de su edad, estaba lleno de vida y de preguntas, de ganas de encontrar los porqué de muchas cosas, de cambiar el mundo, de ser feliz.

Era la Diada de Cataluña, y como mucha otra gente se encontró en la calle, entre grupos de personas orgullosas de su catalanidad, que paseaban banderas y consignas por las Ramblas. Y del repente, unas carreras, unos botes de humo, unos policías que pierden el control. Para Gustavo, posiblemente, todo fue demasiado rápido. entre el momento de echar a correr rodeado de gente y el de caer por última vez, con una bala en su cuerpo, culpable de sus dieciséis años, su inocencia y sus ganas de ser libre.

Para su familia, sus amigos y todos los que le conocían entonces comenzó un agudo interrogante cargado de lágrimas de rabia e impotencia y de amargas maldiciones que se prolongan hasta este instante, después de tres años, cuando recordamos todo lo que sucedió y que aún está sin aclarar.

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¿Por qué aún no se han resuelto las preguntas básicas que surgen tras un suceso como éste después de tres largos años? ¿Cómo no hemos podido saber aún quién fue el homicida? ¿Nos dejarán emplear la palabra asesino? ¿Y se ha hecho justicia? ¿Por qué ni siquiera dejan publicar en la Prensa ningún escrito a propósito del caso?

Desgraciadamente, el caso de la juventud truncada de Gustavo viene a sumarse a muchos otros en los que nuestros tribunales de justicia parecen tener miedo a implicar a las personas responsables criminalmente, por no manchar el supuesto buen nombre de determinadas instituciones de este país. Y, sin embargo, son los casos sin esclarecer (como éste, o el más reciente de los jóvenes de Almería) los que pueden llegar a ensuciar completamente demasiado a menudo la reputación de nuestras FOP.

La risa de Gustavo es algo que ya no volverá a alegrar el hogar de sus padres ni la pandilla dé sus amigos; pero si al menos se sacara a la luz lo que realmente ocurrió en aquella Diada, en que un policía disparó a quemarropa sobre unos chicos que corrían si se hiciera justicia, no perderíamos la esperanza de que algo pueda cambiar. Hoy por hoy, ante la realidad tan distinta, sólo nos queda el amargo interrogante que sale de muy dentro, como súplica o una protesta. ¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?/

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