Los olvidados
Antonio Casado no es nadie, no quiere ser nadie. Acaba de ser relevado como jefe de Prensa de Radio Nacional, a petición propia. Llegó al puesto con Eduardo Sotillos, y con Sotillos se ha ido. Antonio Casado, por la melancolía que tuvo su bizarra tristeza, es algo así como el príncipe de los olvidados. Es alguien entre los que no quieren ser nadie.Uno le vio llegar al Gijón y a Oliver, uno le vio pasar por el corazón barroco de las cómicas y por la manigua caliente del periodismo y del franquismo. Antonio Casado se ha ido destacando, depurando, hacia el socialismo y la especialización en política nacional. Antes de los cuarenta años, lo sabe todo sobre la guerra civil. Es un memorial viviente, eficiente y zamorano de la guerra de sus padres, de nuestros padres. Traigo aquí a Antonio Casado, que ayer mismo ha cesado oficialmente, como metáfora personal de una España general: los olvidados de la democracia, esos de quienes no hablan los periódicos; periodistas, políticos, empleados, profesionales, infantería de la transición, protagonistas sin protagonismo de una epopeya pacífica que sólo conoce al héroe colectivo. Me lo decía ayer un viejo periodista, otro noble matalón de la democracia y la verdad:
-Mire usted, Umbral, el señor Ansón habla de la proletarización de las clases medias por parte de los soviéticos, pero a mí me paga doscientas pesetas por artículo. Un periodista es clase media y a mí me está proletarizando el señor Ansón, en la agencia Efe.
El informador de radio y Prensa, como Casado, que tampoco es nadie, siendo tanto, se siente proletarizado en el sentido peyorativo que Luis María Ansón le da a esta palabra, no en el otro. Son la argamasa de la democracia, la dinámica y la mecánica de la libertad de expresión, estos hombres, y van cayendo, uno a uno, sin siquiera la aureola en cuatricomía de la Prensa del corazón descorazonado.
Antonio Casado no ha nacido para estrella, no quiere ser un rayo de luz, suele firmar con seudónimo o no firmar, pero uno le vio ver, ya digo, como a tantos, uno le vio llegar, y uno sabe, cómo Madrid, en lugar de putrefaccionarle -que es el oficio de Madrid-, le ha decantado, le ha depurado hacia una precisión profesional y una autorrequisitoria ideológica que raramente se clan en las estrellas invitadas a todo y que no lucen en nada. El como otros, èl como tantos. A Luis Otero -y ya van tres- se le desecharon sus mejores y más desenterradores reportajes humanos, hasta bostezarle. Francisco Pillado, que fue director mío por provincias, el periodista con más lecturas filosóficas de España, que hacía su periódico en permanente revuelta intelectual, fue jubilado en la más fina madurez de su inteligencia. Hojas que hoy celebran su añosidad, han venido del antifranquismo al profraguismo sin que nadie sepa cémo ha sido. Manuel Leguineche, que, aparte vivir y morir sus guerras hemingwaianas como una Oriana Fallaci macho y con un par, ha llevado una agencia durante más de diez años con violencia imaginativa y prisa informativa, también lo deja, en el cuchillo de los cuarenta, cansado de democracia cansina. Y tantos, en el periodismo y fuera de él. Son los olvidados, la guerra de guerrillas de la democracia, los que no firman autógrafos en el belcor de las estudiantes de periodismo, pero han hecho o ayudado a hacer una información mejor, una democracia de papel y un lectorado que es tan importante como el electorado.
Antonio Casado es, ya digo, incluso por acuñación personal, como el delfín de los olvidados. Ayer dejó su despacho y hoy no es noticia. Así, uno tras otro, la leva democrática de la vida española va perdiendo hombres, espacios, ganas. Así, mediante la represión con buenos modales, se anubla España. La gente no se entera porque no salen en el Hola, pero la democracia son ellos y no sus vedettes. A ver si sale algo, tíos.
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