Cartas a Ana
Lo único o lo que más puede interesarle hoy de La Gaviota, Ana, a un politólogo es Irina Nikolaievna, esa madre creada por Chejov e interpretada (ahora, en Madrid) por la madre y maestra rebosante: María Asquerino.
Al politólogo estilita /estilista (o sea, de columna) que es uno le interesa esa madre adúltera, amante, devorante, en la que se adunan Electra, Semíramis, Catalina la Grande y las madres de Baudelaire y Proust Ana, no por psicologismo teatralero, sino por psicologismo politiquero. Chejov, que construyó a esa mujer con materiales conscientes/inconscientes de todas las madres primeras y terribles (alguna queda reseñada más arriba), estaba construyendo, me parece que sin saberlo, la metáfora femenina (cuidado con la mujer, cuando se escribe, que siempre es metafórica) de «la gran patria rusa», nada menos. Tenía muy cerca a Catalina, que ya he dicho, pero tenía en tomo, sobre todo, la Rusia inmensa de los zares. (En el estreno del Bellas Artes estaba el embajador soviético). Las patrias son un noble tópico, y las madres, otro noble tópico, Ana, pero las madres patrias son ya un motivo recurrente de juegos florales. De lo que se ha hablado menos es de las patrias madres: Rusia, Inglaterra, Alemania, Roma, España. Todos amamos a nuestra patria y todos amamos a nuestra madre. Son amores diferentes. Cuando una patria decide hacérselo de madre, Ana, amor, es que estamos rodeados. Porque en cuanto una patria toma conciencia de madre es que se ha convertido en un padre: el Estado. Lo que suicida a Konstantin, en La Gaviota, no es el edipismo respecto de la madre, sino el edipismo respecto de la patria. No es María Asquerino- es Rusia. (Cliejov sugiere que a Konstantin le frustra la soledad, la inmensidad).
Así, ese tiro es sólo el eco, anterior al disparo, del tiro suicida de Maiakowski. De Andrei Biely o de Ossip Mandeistham, muertos en la Siberia del exilio o en el exilio de
Siberia, cuando ya la madre se ha epifanizado en padre, cuando Catalina la Grande es José Stalin. Quiero decir, Ana, amor, oye un momento a este cronista anabelenizado, que, en algunos aspectos, Rusia/madre ha podido más que Rusia/ Revolución. Chejov, que se ilumina por relámpagos, corno siempre el poeta, toma el mito de las madres primeras y lo trae hasta las grandes actrices y bailarinas rusas de su época, pero como la mujer es metafórica, ya digo, y la metáfora está bien hecha, el historiador puede ver en Irina/Asquerino a Catalina la Grande, y el politólogo,, a la Madre Coraje que es el Padre/Estado. «Avara», llama Pedro María Sánchez a su madre, en escena. Más que un insulto es un reconocimiento, ya que'él se qui siera despojo de esa avaricia. Ava ra de hombres y de tierras, Catali na. Avara de Polonias y Checoslo vaquias, la URSS. Son las grandes madres avarientas de todas las épocas y todas las literaturas. Rusia no, es sino uno de los modelos supervivientes, y lo que más me interesa hoy a mí, Ana Belén, amor, de todo lo que está pasando allí, es la dialéctica Rusia/Madre, Rusia/ Revolución. Rusia/ Revolu ción está,vigente de no sé qué manera en Fidel Castro o Yaser Arafat. Rusia/ Madre/ Madrastra está, gravitante, en Afganistán o Walesa. La respuesta a Cliejov se la da, un siglo más tarde, el polaco Kantor (siempre, hay que referirse a él, Ana), pues que Kantor es ya un hombre de nuestro siglo, y no del XIX. Pone su lirismo, no en la psicología, sino en la geopolítica. Y, además, ve todo el rollo desde el otro lado: desde el lado de los hijos amantísimamente devorados.
Cliejov, hombre/bisagra entre dos formas de vida y de teatro, delineó una constante de su país: la atroz Rusia/ Madre. Todavía persiste, dentro de la Rusia/Revolución, y de cuando en cuando suicida a un hijo. Es mi teoría de las dos Rusias, Ana, gaviota.
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