Marléne
Es Alemania, el siglo, dos piernas, una voz, dos guerras, Lilí Marlen, una fábula moral, una canción, una espía, el diablo y Lola/Lola. Demasiado.Poniéndole los años que se quitan las estrellas, coincide con el siglo en los calendarios, las catástrofes y los reestrenos. Ahora cumple oficialmente ochenta años. O sea, como todos. ¿Qué edad tenemos, si no, quienes hemos pasado por varias guerras civiles y mundiales, por tanta filmoteca y cinefórum, y aún estamos aquí, tosiendo el miedo? A cierta edad -los cuarenta, los cincuenta- todo el mundo tiene la edad de su siglo. Toda mujer es una metáfora con piernas de su época, y todo hombre, ay, una caricatura con tirantes. Marléne, en fin, repito, por concretar un poco las cosas, es Alemania. El ángel azul, aquel apólogo moral del hermano malo -mal escritor- de Thomas Mann, se resume en que los profesores buenos se deben a sus alumnos y a su ama de llaves, a la castidad y la filosofía, porque, de otro modo, acabarán de payasos, imitando el kikirikí del gallo en un circo. El profesor Raat de El ángel azul es Hegel entregado a la fenomenología de unas piernas absolutamente líricas y urgentemente eróticas. Es Kant escapando de su criado -de su criada- tras el imperativo categórico que puedan esconder esas piernas. Realmente, cuando Kant descubre que no nos comportamos según naturaleza, sino que la naturaleza se comporta según quien la mira y la vive, Marléne ya tiene ganada la batalla. La objetividad del Universo es un anticuado reloj de figuras y la razón moral o la moral natural son pergeños que se empeñan como un reloj.
Puesto que la naturaleza espera nuestras órdenes, Alemania se lanza por dos veces en un siglo a reordenar la naturaleza a tiros. Echa las piernas por alto. Las piernas anacreónticas de Marléne. Pero el racionalismo romántico de la propia cultura, el viejo y desastroso profesor Raat, está detrás (la primera vez es Hegel; la segunda, Nietzsche). En ambos casos, Alemania/Marléne lleva a sus amantes filósofos a la catástrofe. Sólo ahora, tras aquella Ufa de Hitler que fue la Cifesa alemana, vuelven María Braun y Lola-Lola a contarnos, mediante la autoironía, ya sin apólogos, que Alemania fue (como el propio Nietzsche dijera de España) «el pueblo que quería demasiado». Pero que María Magdalena (verdadero nombre de Marléne) hace milagros, y de ahí el milagro alemán, que hasta hace poco fue garantía económica y democrática de toda Europa, purgada ya de ángeles azules, profesores maniáticos, filósofos histéricos y Lilís Marlen. Alemania, que es el equilibrio natural de Europa, nos ha desequilibrado con frecuencia. Es cuando pega el salto de Bach a Wagner, de Nietzsche a Hitler, de Hegel a Bismarck, de Kant al provinciano Raat. El apólogo, Raat/Marléne había sido verdad unos años antes, cuando Nietzsche besa a un caballo en las calles de Turín, o escribe cartas de amor a Lou Andreas-Salomé. Marléne tiene sólo la edad del siglo y Alemania desciende sobre Roma cuando la romanidad -la europeidad- ya está hecha. Son el pueblo más joven y más fuerte de esta península euroasiática de música y cultura. Schiller, su pensador/poeta, lo tenía claro: «La belleza es una imposición de los fenómenos». Se refería a la bipolaridad y el ritmo. Descifraba la música y las piernas de Marléne, que son sinfónicas y estróficas porque soji dos.
Todo depende ahora de que la Marléne republicana y federal enloquezca por el romántico Felipe González (una historia de espionaje como Fatalidad), o por ese profesor riada maniático, pero también en la edad crítica, que es Fernández-Ordóñez. La Alemania autoirónica (desfanatizada) de Günter Grass, Peter Handke o Peter Weiss es la que puede echarnos una mano. Y la dama Marléne, un beso de aire.
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