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Tribuna
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Los relatos de Navidad

Viene de la página 9

En un cuento de Henrich Böll, una típica familia alemana sufre, sorpresivamente, un grave trastorno: la alucinación de la tía Milla, que se niega a retirar el árbol de Navidad y sus enanos sonoros de adorno, víctima de una obsesión sin cura: la de que todos los días son la Navidad, debe haber permanentemente un árbol en la sala, la familia tiene que reunirse todas las noches y celebrar la paz y el advenimiento de la salvación. Como es una familia rica, apela a todos los recursos posibles para disuadir a la tía; en efecto, se trata de gente sensata, que sabe perfectamente que sólo un día es Navidad, sólo un día la familia se reúne a escuchar el aleluya y a cantar los himnos de paz y de amor, sólo un día se celebra la salvación. Por tanto, médicos, psicoanalistas (los sofisticados terapeutas de la clase media con pretensiones o de los ricos con enfermedad de conciencia), curanderos y hasta el párroco son convocados para disuadir a la tía Milla de su error. Pero la terquedad de la tía resiste cualquier terapia: si el árbol no está, si, los enanos no entonan los himnos de paz, si la familia no se reúne cada noche y se ofrecen re galos, la tía Milla cae en una depresión incontrolable: llora sin cesar, grita, sufre de insomnio y alarma al vecindario con sus quejas continuas.Gottifried Benn dejó escrito (en Doble vida) que la categoría bajo la cual el cosmos se evidencia es lacategoría de la alucinación: distinta de la fantasía, la alucinación guarda una clave que siempre es posible interpretar (sin apelar necesariamente a los médicos o a los modernos magos de la tribu, los psicoanalistas) y proporciona un ángulo para acceder a la hipótesis del mundo, aunque sea a dimensión individual, nada despreciable, al fin, puesto que aquél sólo existe en tanto yo lo percibo. (Regla difícilmente recíproca.) La alucinación, en Kafka, en Rimbaud, en la etapa negra de Goya, en El Bosco o en ese grito desgarrador que es precisamente El grito, de

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Los relatos de Navidad

Munk (sólo comparable al que emite Alida Valli en la última escena de la película homónima de Antonioni: si no se inspiró en el cuadro, bien podría haberlo hecho), es una categoría del. cosmos, una hipótesis, un ángulo del calidoscopio.

Los viejos cuentos

Las moralejas de los viejos cuentos de Navidad (Andersen, Chejov) insistían en el contraste entre ricos y pobres, pero sus enseñanzas evidentemente no fueron asimiladas: baste un paseo por las modernas tiendas de las grandes ciudades y un paseo equivalente por algún lugar del Tercer Mundo la noche del 24 de diciembre; sea como sea, cumplían la función de aliviar conciencias algo sacudidas por el presentimiento de que el reparto no era justo, ni siquiera proporcional a algo, ni justificado. Son cuentos deliciosos: recuperan para una civilización cada vez más ritual y simbólica (y, por ende, más vacía de significados) la sencillez del sentimiento, la alegría de la fraternidad (tan diferente a la compincheria, su versión inflacionaria). Una de las cosas que ha perdido la cultura del consumo es la capacidad de celebración real, no simbólica: a mayor cantidad de medios para hacerlo, también ha aumentado la desilusión, el desafecto, la nostalgia paralizadora (aunque pocos puedan determinar nostalgia de qué es). Hay que decirlo sin reparos: la Navidad tiene mala imagen, igual que el resto de las celebraciones tradicionales. Por los motivos anteriores o por esnobismo, se han convertido en una suerte de pesadilla: entre los que se creen en la obligación de simular una concordia que no existe y los que creen que es cursi o vulgar (pasando por alto el hecho de que la cursilería no reside en las formas, sino en el sentimiento) las estamos matando.

Junto al relato de Heinrich Böll (metáfora social y de costumbres que alcanza la dimensión de una alegoría contemporánea) habría que recordar aquellas páginas del Diario de Ana Frank en que la adolescente judía y encerrada se las ingenia para celebrar sus fiestas confeccionando pequeñas ofrendas con los materiales en desuso que encuentra en el desván: los medios, escasos, depauperados, se transforman en virtud del trabajo que las manos efectúan sobre ellos, inspiradas por un sentimiento real. Hoy, pocos se animan a efectuar una ofrenda artesanal (en un universo de símbolos el sello de las grandes tiendas nos ofrece prestigio social y al mismo tiempo nos desvincula, nos garantiza un presente cortés y distanciador); pocos se animan a confesar la alegría (no por temor a la injusticia, sino a la cursilería) y pocos se animan a lo más importante: a construirla. Una sociedad de seres pasivos que lo reciben casi todo desde el exterior (las informaciones, su interpretación, el entretenimiento, la moda y los símbolos) parece extenuada para crear un espacio íntimo y fraterno de comunicación. La tía Milla seguirá entonces reclamando un árbol cada día, el cántico de los enanos que proclaman la paz.

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