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Reportaje:

Los franceses contemplan sin sobresaltos la transición operada por Mitterrand

El socialismo a la francesa, nacido el pasado día 10 de mayo, se ofrece como el acontecimiento mayor de este país, no sólo del año que termina hoy, sino de la posguerra mundial. El primer balance anual del mitterrandismo no es negativo ni tampoco espectacular. La mayoría de los franceses, al cabo de siete meses de gestión del Gobierno de Pierre Mauroy, continúa creyendo en el cambio, pero el optimismo no es fruta del tiempo en el mundo.

Las libertades democráticas se han desahogado. La gran interrogación continúa siendo la economía, que finaliza 1981 menos malparada de lo esperado. En la esfera política, la crisis del partido comunista y el abatimiento de la oposición conservadora liberal caracterizan la Francia que, en las postrimerías del año, se ha visto sumergida en las consecuencias inciertas del golpe de los militares en Polonia.Ni desórdenes, ni catástrofes económicas inmediatas, ni alteraciones de ningún género: la llegada de la izquierda al poder en Francia, ocho meses después, cuando se observa el funcionamiento nacional, ha decepcionado a quienes profetizaron todas las hecatombes. La experiencia del cambio, o de la fuerza tranquila, encarnada por el presidente, François Mitterrand, se ha realizado suavemente, como corresponde a una sociedad madura, que sabe lo que tiene y que se lo juega prudentemente.

La derecha ha jugado el juego; los patronos, también, pero solicitando lo suyo: la libertad total. "Los militares más legalistas del mundo", según el mimo que les dedica desde el primer día el ministro del Ejército, se han mantenido en su sitio y en su labor, y el Gobierno con más poder de toda la historia de la República Francesa ha pecado a veces de militantismo ideológico, pero nadie en Francia le acusa de triunfalismo, Normalmente, Francia ha cambiado de cabeza dirigente corno si no hubiese ocurrido nada; este es, sin duda, el primer capítulo positivo del mitterrandismo.

Otra cosa es el pan de cada día, es decir, el socialismo a la francesa que Mitterrand pretende acreditar como el huevo portador de una nueva civilización. La literatura del nuevo poder, expresada además por el presidente -literato por momentos-, alcanza incluso lo sublime. Pero el horno no está para bollos en estos tiempos de crisis económica mundial y de mi croprocesadores individuales, ni está, curiosamente, para mucha literatura.

Ni comunismo ni socialdemocracia

Los franceses, en su mayoría, aprueban las reformas, empezando por las dos más importantes: las nacionalizaciones y la descentralización continúan ofreciéndoles confianza a Mitterrand y al Gobierno. Pero aún no degustan la salsa del socialismo a la francesa ni ven claro el resultado de su digestión. ¿Qué es ese socialismo específico del que Mitterrand pretende ser el padre? No es el comunismo marxista-leninista, que aplasta la libertad. No es la socialdemocracia, fiel a los mecanismos económicos del capitalismo.El socialismo a la francesa, según Mitterrand, es la suma de la democracia política, de la democracia económica y de la democracia social, que conlleva la ampliación de los derechos de los obreros en la empresa. El politólogo Maurice Duverger, panegirista del mitterrandismo, dice que el comunismo, sólo teóricamente, es revolucionario en sus fines y en sus medios. La socialdemocracia no es revolucionaria ni por sus objetivos ni por sus medios. Y el socialismo de Mitterrand pretende ser revolucionario en sus fines, pero no en sus medios.

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Ocho meses después, en todo caso, el fracaso no es de actualidad en el balance de la gestión mitterrandista. La inflación, de cerca del 15%, es la prevista en tiempos de Giscard. El déficit comercial, de 60.000 millones de francos, es igual al del año pasado. El paro, de dos millones largos de desempleados, ha crecido normalmente.

En el plano político, el triunfo del mitterrandismo hizo dos víctimas el pasado mayo: los comunistas y la nueva oposición, aún no repuesta y a la espera de un fracaso tangible del poder socialista para recobrar vida. El Partido Comunista francés (PCF), al alba de 1982, con la crisis polaca a cuestas, vive el traumatismo más grave de su historia.

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