El concepto de mimesis
Desde Platón y Aristóteles hasta Auerbach y Girard, el término mimesis se halla en el corazón mismo de toda reflexión estética. Pero ya desde las Cartas sobre la educación estética del hombre, de Schiller, se sabe que al plantear el problema estético con un mínimo de profundidad estamos abordando el problema antropológico mismo. Se impone, por tanto, profundizar en la idea de mimesis, idea clave para entender no sólo el arte y su dialéctica, sino, en general, todo proceso de humanización, toda « formación», culturación, cultivo o Bildung.
Idea pedagógica por excelencia en tanto, mimesis habla del nexo que vincula al hijo con el padre, al discípulo con el maestro, al oficial con el maestro artesano, al aprendiz con el consagrado, al principiante con el indiscutible. Idea temporal por excelencia que nos explicita la naturaleza de la historia en lo que tiene de cambio o relevo dinámico de generaciones o épocas. Es la mimesis lo que asegura una continuidad en el relevo generacional. Es así mismo el nudo focal que discrimina, o permite discriminar, según cómo se produzce el anudamiento, entre mera imitación u obediencia a una autoridad constituida y consagrada, y repetición creadora en donde la lección aprendida actúa como pauta de suscitación y sugerencia respecto a la expresión del propio estilo. Propongo, pues, traducir interpretativamente el término griego mimesis, mimesis en sentido propio, con el término repetición creadora. O mejor, recreación, término multívoco y de gran expresividad en castellano.
La mimesis no lo es «de la realidad», si bien en ciertas épocas o estilos se entiende por esta idea un interés de la atención orientado hacia «la realidad». Pero ello se debe a que, entonces, logra emanciparse esa supuesta «realidad» de sobrecodificaciones teológicas o filosófico-idealistas que condenan la mimesis del artista a producir la «copia de una copia» o a reproducir una Imago Dei. Puede existir, en efecto, un estilo que entronice la razón observante como punto de miras privilegiado a la «naturaleza» como objeto de reproducción.
Entonces el maestro enseñará al discípulo a contemplar, con ojos abiertos, la entraña sajada y diseccionada del objeto, la estructura compleja de los cuerpos humanos, de los cráneos, la anatomía de animales en reposo o en movimiento, como premisa educativa previa a toda expresión pictórica o escultórica, en vez de adiestrarle en las convenciones iconográficas suministradas por libros sagrados tomados como indiscutible autoridad, con el fin de restablecer, desde esas premisas, en el cuadro o en la escultura, una piadosa imagen de la naturaleza, imagen y criatura de la divinidad.
El término mimesis, tomado como «imitación de la realidad», puede servir para mostrar, como hace Auerbach (Mimesis) respecto a la historia de la literatura occidental, las variaciones en la selección de aspectos relevantes de la «realidad» que pueden verse desde Homero y Moisés hasta Virginia Wolf. Pero la idea de mimesis que aquí propongo pone el énfasis en la dimensión histórico-generacional y dinámica del término.
A través de esa idea intento, en un libro que preparo y que condensa esbozos ya dados en libros míos anteriores (Meditación sobre el poder, El artista y la ciudad), una reflexión ceñida sobre el acto creador en todos los dominios, reflexión que me impone sustituir el término acrítico y teológico de creación por el más mundano e íntimanente de recreación.
Con ello queda destruida esa secularización bastarda del acto creador divino que fomenta, como pauta estética primaria inconsciente, la idea, ya trivial, de originalidad. Y bien, nada es original, nada es nuevo bajo el sol, si bien todo puede ser renovado: el todo mismo acaso, a través del eterno retorno de un mismo impulso creador. Que, sin embargo, insiste cada vez de forma diferenciada, variada.
Babelia
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