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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El Estado y la sociedad civil / y 2

En el siglo XIX, la teoría del Estado elaborada por el pensamiento liberal se va a ver sometida a una dura crítica desde posiciones muy varias, pero, de un modo especial, serán el socialismo y el marxismo los que figuren en la vanguardia del movimiento crítico de una sociedad y de una filosofía que quieren conciliar la libertad formal de los individuos con la miseria y la dependencia real para una parte grande de la población.No es el momento de hacer una exposición de la obra y del pensamiento de Marx, ni tampoco de estudiar las relaciones entre el Estado y la sociedad soviética actual; por que estas reflexiones se refieren a Europa occidental. Baste recordar que, para Marx, el Estado es un reflejo de la lucha de clases existente en la sociedad, ligado al proceso de la misma. Cuando la conflictividad entre las clases se supere, la función del Estado resultará inútil y éste será sustituido por una nueva organización social. En la dialéctica entre el Estado y la sociedad civil, Marx está del lado de la sociedad, porque estima que la coacción del Estado se impone a una organización más racional de las cosas, negando la libertad humana. Por tanto, cuando se supere la fase de transición al comunismo -la dictadura del proletariado-, la nueva organización social hará in necesaria la existencia del Estado. Como dejó escrito Engels, «la sociedad, que organizará de nuevo la producción sobre las bases de una asociación libre e igualitaria de los productores, transportará toda la máquina del Estado allí donde, desde entonces, le corresponde tener su puesto: al museo de antigüedades, junto al huso de hilar y junto al hacha de bronce ».

Por supuesto, nada tiene que ver esta teoría con el Leviatán burocrático del nuevo Estado soviético. Pero conviene recordar que, en el siglo XIX, no sólo estaban en contra del Estado los liberales: tambiénlo estaban Marx y Engels, aunque desde planteamientos distintos y con dictadura del proletariado por medio.

Las correcciones de Stuart Mill

Por otra parte, el pensamiento liberal va evolucionando en el sentido de aminorar el individualismo radical de los orígenes para valorar más, los conjuntos sociales y los medios de corrección del Estado. Si exceptuamos a Spencer, apasionado el símil biológico de la supervivencia del más apto en la lucha por la existencia, los pensadores liberales ingleses van advirtiendo las lacras, miserias e injusticias de la sociedad abandonada a sí misma, y la conveniencia de medidas adoptadas por el Estado para mejorar la situación. Stuart Mill, por ejemplo, que nos legó una de las más apasionadas, razonables e inteligentes defensas de la libertad, y que no tenía demasiada confianza en las actuaciones del Gobierno, se vio llevado en su obra económica al abandono del radical laiisez faire. Mill se opuso al dogma del liberalismo anterior, que proclamaba que la mayor cantidad de libertad coincidía con la falta de legislación; indicó, por el contrario, que la legislación puede ser un medio para crear, aumentar o igualar las oportunidades; y escribió, lleno de indignación moral, contra las injusticias de una sociedad capitalista que distribuía el producto del trabajo «casi en proporción inversa. al trabajo realizado». Por esa razón, Stuart Mill, para quien «el mejor estado de la naturaleza humana es aquel en que, no habiendo ningún pobre, nadie desea ser más rico», sostuvo que una buena política social debería orientarse a aumentar la igualdad, incluida la igualdad económica, para permitir un mayor y más pleno despliegue de la personalidad y del genio humano. Y estos principios, que algunos de nuestros anacrónicos neo-manchesterianos de hoy parecen olvidar, no se hallan en ninguna obra abstracta de filosofia moral, sino en sus Principios de economía política.

Una revisión del liberalismo en esa misma dirección la hicieron los idealistas de Oxford, con Thomas Hill Green a la cabeza. Y fue Green, y no un marxista, quien escribió que «el habitante subalimentado de una vecindad inglesa apenas participa en la civilización del Reino Unido más de lo que participaba un esclavo en la de Atenas». Razones suficientes para pedir al Estado y a la vida política una intervención en las condiciones sociales que haga posible el desarrollo moral, intelectual y libre de los individuos.

Ahora bien: al lado de la evolución del liberalismo y de la propagación e influencia de la obra de Marx, y muy relacionado con ellos y -con los -cambios de la sociedad europea del siglo XIX, se va configurando un nuevo concepto de Estado y unas nuevas relaciones con la sociedad civil: el Estado social de Derecho.

La idea de un Estado social de Derecho podemos encontrarla ya en Lorenz Van Stein, que consideraba necesaria la corrección por el Estado de los efectos disfuncionales de la sociedad industrial competitiva, y ello no solamente como una exigencia ética, sino como una necesidad histórica que pudiera evitar, mediante la reforma social, la revolución violenta. Pero esa idea se encuentra también presente en el pensamiento socialdemócrata, a partir de Lasalle, al considerar negativos ciertos contenidos del Estado al uso, pero considerando otro tipo de Estado como algo indispensable para asegurar la dirección del progreso productivo y como una institución que puede ayudar de modo decisivo, a la conquista de muchas metas sociales y al perfeccionamiento de la democracia. Como final de ese proceso llegamos a la formulación rigurosa del Estado social de Derecho por Herman Heller, en medio de los avatares políticos que siguieron a la primera guerra mundial.

El Estado social de Derecho

El Estado social de Derecho parte del Estado liberal burgués e intenta adaptarlo a las condiciones sociales y económicas de la sociedad industrial. Por encima de las polémicas capitalismo-socialismo y liberalismo-intervencionismo, el nuevo Estado social de Derecho pretende alcanzar un elevado grado de interacción y cooperación entre el Estado y la sociedad, después de haberse comprobado cómo ésta, abandonada a sus mecanismos de regulación espontánea, conduce no sólo a injusticias múltiples, sino también a la irracionalidad del sistema. Hay muchos efectos de un desarrollo económico y social no controlados que pueden y deben ser corregidos por la acción del Estado. Por consiguiente, en la nueva teoría se trata de integrar al Estado y a la sociedad como partes de un sistema más amplio, y así como en el siglo XIX se planteó la necesidad de proteger a la sociedad del Estado, ahora, dice García Pelayo, se trata de proteger a la sociedad por la acción del Estado en múltiples aspectos.

Ernst Forsthoff, en un excelente libro sobre el Estado de la sociedad industrial, muestra cómo el Estado se ha ido transformando en su estructura ante el número de funciones que le fue acumulando la sociedad industrial, y que él resume, en dos apartados básicos: la previsión de la existencia y la redistribución social. La previsión de la existencia obliga al Estado a adoptar múltiples medidas para garantizar a los ciudadanos ciertos servicios y darles ciertas seguridades: educación básica para todos, atención a los incapacitados y a los ancianos, protección ante el desempleo, servicios médicos y toda una gama de actividades que constituyen las condiciones mínimas exigidas por nuestro sentido actual del bienestar.

En la otra dimensión, la de redistribución social, al Estado corresponde la función de procurar una mejor y más justa redistribución de lo producido y la tendencia a lograr un equilibrio entre las clases y entre los diversos territorios que componen el Estado. Se trata de un cambio de los supuestos éticos en que se basa el Estado: mientras el Estado tradicional se había apoyado especialmente en la justicia conmutativa, el Estado social de Derecho pone el acento en la justicia distributiva. Entre sus objetivos figura el de establecer las medidas correctoras que acaben con las discriminaciones entre los hombres y eviten que la desigualdad se plantee en unos términos tales que, para muchos, sea inalcanzable la dignidad humana. Sólo a partir de ella tiene sentido y será posible la libertad. Y solamente así un Estado y una sociedad podrán alpirar a vivir reconciliados.

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