Cartas a Ana
Ocurre, Ana, que no somos felices, que yo estoy anabelenizado, y nada más, pero tras de Galtieri, en Argentina, hay quien dice que están los Rockefeller, u otro nombre de Wall Street, erizado de kaes y de ches, que he estado con los dulces judíos, Ana, con los tristes, con los listos judíos errantes, hombres de mucho cine y poca vista, y me dicen que no es justo, Ana, lo que está pasando.Ana, amor, Belén, cosa, verás, cuando vino un multiamericano, a los funerales de Franco, le tocó al lado el señor Pinochet, y decía «que me quiten de aquí a este payaso». Lo había puesto él, en Chile me refiero, pero no quería tenerle junto en las fotos. Lo dijo Rubén, Ana, un poeta que los cómicos de antes (no vosotros, no tú, los de la expresión corporal y Stanislawski), un poeta que los cómicos de trasantaño recitaban mucho: «¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?». Y era una Oda a Roosevelt, no el que tú has visto en Annie, Ana, paralítico en silla de ruedas atómicas, sino el otro, el de antes. Hablaremos inglés o hablaremos en coño, como otros, pero hablaremos. Ana, sí, y tú cantarás, cantarás otra vez con violencia del barrio, nuestro barrio. Perdona estas cartas, esta carta, Ana, de un anabelenizado, pero hay toque de queda en Polonia, en Salvador, en Buenos Aires, hay toque de queda en la conciencia libre que nos queda, ¿y qué nos queda, cuando nada queda, bajo un toque de queda, Ana, tú dime? Schmidt no se ha entendido con el otro, cae la nieve de un diciembre falso en las profundas separaciones de las dos Alemanias, y aquí no llueve, Ana, aquí no llueve, que el nacionalcatolicismo, con sus rogativas, llenaba los pantanos de don Silva.
Te cuento lo que pasa, Ana, vecina con guitarra, metáfora esbeltísima de nuestro mayo del 77, ahora que pasa, Ana, todo lo contrario, te cuento lo que sabes, que no hay pela para pagar el paro o el empleo. «Los sindicatos se comen el pan de nuestros hijos», dice la gran empresa. Pero se anuncia oro prenavideño, oro, incienso de travellers, mirra de petrodólares, para regalar en las próximas fiestas, y sí que hay dinero para el oro, el pan/dinero de los empresarios. Y me parece bien, pero el subsidio. Hablo con un peletero -¿a ti te van las pieles, Ana?; yo te prefiero tipo chica, con los vaqueros y la camiseta-, un peletero que hace coincidir en sí la honradez con la videncia comercial:
-Umbral, en tiempos de crisis hay que montar una industria del lujo para quienes no sufren la crisis.
Esta es la realidad económica nacional, Ana. Hay oros y visones neoyorquinos en la España que dicen «arruinada por la democracia». Y un lujo intelectual -este periódico- que desde Ortega no había podido permitirse España. En qué quedamos. Don Antonio Garrigues Díaz-Cañabate explica, un poco mecánicamente, la dialéctica de las dos Españas:
-Aquí, en cuanto la izquierda toma el poder, la derecha comienza a rearmarse al día siguiente, para derrotarla. Y a la inversa.
No ha hecho don Antonio, padre procesal del clan Garrigues, el balance cronológico de los años -siglos- en el Poder de la derecha, frente a los apresurados y apremiados trienios de la izquierda. Y no ha hecho, sobre todo, un análisis de contenidos: no es igual el Poder por el Poder que el Poder para que haya menos Poder, para repartirlo, para eucaristizarlo.Te escribo, en fin, Ana, amor imposible, como se escribe con papel de cárcel, en las paredes, a la mujer no vista, inexistente. Te escribo, sí, porque hay toque de queda en Polonia, Turquía, El Salvador, en Buenos Aires, Chile y por ahí. ¿Se me olvida algún sitio, niña, Ana? Toque de queda en el pecho boreal de Sajarov. Y en mi pluma cronista/coronista, porque no sepan siquiera que te escribo. Ana.
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