Labordeta, devoto de santa Orosia
Para presentar su nuevo elepé, de título vivaldiano, Las cuatro estaciones, el cantante aragonés José Antonio Labordeta acaba de dar dos recitales en el madrileño teatro Alcalá-Palace. Durante el primero de los mismos, seguramente menos concurrido que el de la noche, repetía a menudo el simpático cantautor: «Hay que tener valor para venir a cantar aquí». Hombre, tampoco hay que exagerar.Pero sí le hace falta cierto valor al espectador que acuda a escuchar a Labordeta sin participar en la ruidosa ceremonia que suelen organizar sus fieles. No hay rockero en el mundo que se preocupe del colega que no se enrolla durante un concierto. No hay beata cantarina que se sorprenda de que algún feligrés ande ensimismado y sin ganas de entonarel Cantemos al amor de los amores. Sin embargo, los devotos de Labordeta, que no deben serlo tanto de santa Orosia, miran a quienes no arman jarana con esos ojos penetrantes que García Márquez recuerda en la última mirada que le echara Torrijos. Es como retroceder a las aulas de poesía universitarias, cuando alguno no aplaudía la osada rima de rasguño y puño; el cuitado de marras tenía que oírnos murmurar: «Ese es confidente». Confidencia por confidencia, tampoco exageremos. Que peor fue lo de aquel tanguista que disparó contra un espectador por el solo hecho de percibir que andaba triste.
Un poco triste es Labordeta, máxime cuando cuenta chistes. Pero uno se acostumbra. Y hasta ve que esa tristeza tiene su lado entranable, aadherido a la manera tensa de bajar los brazos para cantar, de llenar la frente con pliegues verticales para comunicar el amor a Aragón. Labordeta prefiere la procesión al valium, al igual que uno ama sus temas populares mucho más que los poemáticos. En el canto popular ha logrado que sus límites fluyan con convicción emocionada.
Hay que reconocer, además, que Labordeta no ha practicado el oportunismo de bajarse del carro testimonial: «Mira, san Juan, que ya estamos / hartos de tantos consejos / de señores que nos roban / todo lo que poseemos». Lo problemático empieza cuando la misma voz y el mismo sentimiento no cosechan parecidos aplausos al cantar así: «La luz que me trae agosto / quisiera verla en tu pelo, / y entre tus brazos morenos / consolar la sed que tengo ».
El sabor popular de la tierra aragonesa
Nadie puede reprocharle a Labordeta, y máxime con la espada en los cielos, que insista con canciones comprometidas. Asimismo puede incluso resultar divertido que sus letras más íntimas le salgan gabrielgalanescas. Así y todo, uno se queda con los cantos más próximos al sabor popular de la tierra aragonesa. Dicho esto, falta aún la presentación: «La guitarra es del Medina; / el bajo, del Savirón, / el que canta es Labordeta, / Fatás toca el acordeón». Cuatro músicos para adentrarse por las cuatro estaciones.
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