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Reportaje:

La Línea clama por la apertura de la verja

La Línea clama por la apertura de la verja que la separa de Gibraltar. La política dura de Castiella ha producido mucho más daño a esta ciudad que a los habitantes del Peñón, y en estos últimos doce años los linenses han ido viendo cómo se deterioraba a pasos agigantados su nivel de vida. Lo que fue una ciudad próspera gracias a la vecindad de Gibraltar es ahora una población desilusionada, con índices de paro, delincuencia y tráfico y consumo de drogas realmente espectaculares. Las obras en la aduana que anuncian la posibilidad de una inminente apertura son seguidas con ilusión por los linenses.

Una brigada de camiones se mueve febrilmente desde hace días en la zona neutral que separa La Línea de Gibraltar. Entran y salen para recoger la tierra que unos bulldozers remueven. Es el signo inequívoco para los ciudadanos de La Línea de que España va a volver a abrir la verja, y contemplan ilusionados esas obras, a la espera de que, con el final de la incomunicación con Gibraltar, vuelva la prosperidad. «Este es el único caso en la historia en el que han sufrido más los sitiadores que los sitiados», comenta uno de tantos ciudadanos linenses que en estos últimos doce años ha visto hundirse poco a poco la economía de su ciudad.Juan Carmona, el joven alcalde de la ciudad, es concluyente también al hablar de lo que el cierre de la verja supuso para La Línea: «Hay que empezar por tener en cuenta que la razón de existencia de esta ciudad no es otra que el Peñón. Nació como línea de defensa, y de ahí le viene el nombre. Sus comercios han vivido de Gibraltar, y sus trabajadores han encontrado siempre sus puestos de trabajo allí. Las épocas de prosperidad de La Línea han coincidido con las de Gibraltar. Cuando Castiella pensó que cerrando la verja les obligaría a entregarse por asfixia, se equivocó. El Reino Unido reforzó su ayuda y ellos han mejorado. Sin embargo, a este lado, las cosas han sido muy diferentes».

Muy diferentes, en efecto. La Línea, que llegó a tener hasta 100.000 habitantes, tiene hoy 60.000. El 34% de la población activa está en paro. Las perspectivas de trabajo para la juventud son nulas. Un porcentaje impresionante de la población vive del contrabando, preferentemente del de hachis y marihuana. Los índices de delincuencia y consumo de drogas son altísimos, y el propio alcalde no se recata en confesarlo. Cuando se produjo el cierre de la frontera había 5.000 linenses trabajando en el Peñón. Ahora hay 7.000 en Londres, y muchos otros en distintos puntos de España. Han tenido que irse más lejos de casa.

Inversiones absurdas

«La Línea ha sido la gran perjudicada del cierre, casi la única», insiste Juan Carmona. «En el resto del Campo de Gibraltar se hicieron inversiones válidas y se crearon puestos de trabajo, pero aquí se invirtió mucho dinero inútilmente». Su afirmación es dura, pero comprobable. Basta ver el espléndido muelle del Pantalán, totalmente vacío, inútil para otra cosa que no sea ir con una caña y sentarse a pescar. O la vía del tren, por la que nunca pasa un tren. O el parque forestal de diecinueve hectáreas, que el Ayuntamiento no puede sostener. O los regadíos de la zona de El Zabal, inútiles porque se trata de un terreno arenoso e improductivo. O el majestuoso estadio de fútbol, capaz para 25.000 espectadores, casi la mitad de la población de la ciudad. Fue construido a toda prisa a raíz del cierre de la verja para organizar en él un España- Dinamarca, que sirvió para la despedida de Gento como internacional y el debú de Kubala como seleccionador, todo ello a la vista del Peñón. Desde entonces, el estadio lo utiliza el modesto equipo local, la Balona, que milita en tercera.Para Rafael Palomino, líder del PSOE en La Línea, donde el dominio de este partido es absoluto, no cabe duda de que la verja debe abrirse cuanto antes, «pero por cualquier motivo menos los de orden militar. Y resulta que ahora nos van a abrir la verja porque entramos en la OTAN y queda feo que tengamos tan malas relaciones con un nuevo socio. Nosotros, los de La Línea, estamos en la OTAN desde siempre, porque tenemos esa base ahí al lado, y si los rusos tiran una bomba en Gibraltar, a lo mejor no tienen tan buena puntería como para que no caiga aquí. Pero que se abra, y que se abra cuanto antes». En ese sentido, el Grupo Parlamentario socialista presentó el viernes una petición para que la verja se abra antes de navidades, y prepara una proposición no de ley para la adopción de medidas urgentes a adoptar en La Línea con vistas a la apertura: «Eso traerá aquí una enorme afluencia de gente que no estamos en condiciones de absorber».

Juan Carmona y Rafael Palomino hicieron recientemente un viaje a Gibraltar. En lugar de efectuarlo, como es preceptivo, a través de Tánger, se saltaron la prohibición y fueron directamente en una motora, que al regreso quedó encallada en un banco de arena. Ahora se les ha impuesto una multa de 50.000 pesetas a cada uno por salir y entrar de territorio nacional de forma ilegal. Piensan recurrirla porque toda la argumentación española en el largo contencioso se basa en la definición de Gibraltar como territorio español, por lo que el delito no existiría.

Pacifista antiverja

Es la misma argumentación con que recurre siempre Gonzalo Arias, un pacifista instalado en La Línea y que ha emprendido la lucha antiverja. Ya ha saltado ocho veces, tres de ellas acompañado. Son 50.000 pesetas de multa por salto, y ya acumula 700.000. Es visto con simpatía a ambos lados de la verja. Su última expedición tuvo lugar el fin de semana pasado. Hizo el viaje de ida en un bote neumático, con tres jóvenes que le secundan; repartió libros en español, porque la lectura en nuestro idioma se está perdiendo a marchas forzadas en Gibraltar, y regresó saltando la valla. Los bobbys le despidieron afectuosamente a un lado, y los carabineros españoles le estrecharon efusivamente la mano en el otro, aunque después tuvieron que llevarle detenido. Para unos y otros es un viejo conocido, un hombre amable que no les plantea ningún problema y que viene de cuando en cuando a alterar la monotonía de su trabajo. Defiende la apertura de la verja sin condiciones: «Por razones simplemente humanitarias, esto no se puede mantener cerrado. Las familias están separadas, dos comunidades que en realidad son dos barrios de una misma ciudad están separadas por culpa de una decisión absurda que en nada ha contribuido a acercar Gibraltar a España. Al contrario, esto ha desconectado a los gibraltareños de España».La verja es casi una obsesión en La Línea. A cualquier hora del día hay gente frente a ella. Algunos vienen para hablar a gritos con sus familiares del otro lado. Las voces apenas se oyen, porque los cincuenta metros que ocupa la franja neutral, el viento y el ruido de lo aviones que entran o salen del aeropuerto inglés, contiguo a la zona neutral, se las llevan. Pero pueden verse, aunque sea a distancia, y al zar en brazos al niño para que el familiar del otro lado compruebe lo mucho que ha crecido. No es un sistema ideal para mantener las relaciones familiares, pero es más rápido y más barato que un viaje por barco con escala en Tánger punto de paso obligado para ir de La Línea a Gibraltar, pues la comunicación directa entre España y el Peñón está prohibida, sea por tierra, mar o aire. Tiempo atrás había un vuelo Londres-Gibraltar con escala en Madrid, pero éste fue suprimido. Ahora, para ir por aire, hay que pasar también por Tánger.

Frente a la verja está Manuel Sánchez, practicante jubilado, casado con una gibraltareña, con cinco hijos y cuatro nietos al otro lado de la verja. Cuando habla le vienen unos sollozos que malamente puede contener: «Yo tenía trabajo aquí y mi mujer y yo decidimos quedarnos en La Línea cuando cerraron la verja, pero mis hijos prefirieron Gibraltar, porque tenían vivienda y trabajo. Ahora sólo nos vemos de cuando en cuando. A los nietos no les conozco, porque son muy pequeños y el viaje en barco es mucho para ellos, y mis hijos no se deciden a traerlos. Mi vista es muy mala, y aunque a veces les llevan a la verja, no les veo. Menos mal que ahora por lo menos tenemos teléfono, pero hasta hace dos años, ni eso. Teníamos que escribirnos y las cartas tardaban una semana». Se le humedecen los ojos cuando habla de esto, pero tiene su esperanza puesta en que antes de Navidades se abra la puerta. «¡Si pudiera ver a los nietos! Nosotros ya somos muy mayores y lo único que nos queda son los hijos y los nietos, y están al otro lado». Araceli Murillo, propietaria del hotel Florida, también va cada día a la frontera. Ella no tiene familia allí, pero sí conserva una nostalgia de la época en que la verja estaba abierta y su negocio era próspero: «Entonces había cuatro hoteles en La Línea. Ahora sólo hay dos, y sólo tenemos una buena ocupación dos meses al año. El resto es ruina. Estas obras son la esperanza para La Línea, así que no se extrañe de que muchos vengamos cada tarde».

Dejaron Gibraltar

Elio Silverio tenía cincuenta años cuando se produjo el cierre de la frontera. Trabajaba en el Arsenal, en la reparación de buques de la Armada inglesa, como antes lo había hecho su padre durante cincuenta años. Es uno de los cinco mil linenses que cada día cruzaban la frontera, hoy cerrada. Es un hombre que ha conseguido suplir su falta de formación con continuas lecturas: «Las restricciones empezaron tiempo antes, a partir del viaje de la reina Isabel en 1954. Aquí empezaron a restringir los pases de trabajo. Al que alborotaba de noche, o le tiraba una botella al árbitro en el fútbol, le quitaban el pase. Cuando Franco decidió cerrar fue un viernes, así que después del fin de semana no volvimos más. Nos dieron puestos de trabajo a todos, pero yo he sido de los pocos que podemos decir que estamos contentos, porque trabajo en La Línea. Muchos han ido a Sevilla, Granada, Valencia o más lejos, y están de celadores en hospitales, empujando carritos con muertos. Y para los que río hay nada ya es para los jóvenes de aquí. Ahora sólo hay delincuencia y droga, y es que los chicos no tienen otra perspectiva». Aunque clama por la reapertura de la verja, antepone: «Si se abre, que se haga con honradez, a cambio de algo. Porque todos sabemos que eso es España. Pero lo que no puede pedir España es que toda la lucha contra el inglés, con lo de Gibraltar, se haga a costa de La Línea. Nosotros bastante sufrimos ya allí. Porque el inglés mata con cuchillo de palo. Parece educado y cortés, pero te discrimina y te hace sentir un sufrimiento moral. Y no sólo a nosotros, sino a los gibraltareños también. Ellos tenían sus casinos sólo para ingleses y no dejaban entrar a los gibraltareños, sólo a las chicas jóvenes. Se han empezado a ocupar de ellos cuando España cerró la puerta; así que ahora están mejor que antes, según tengo entendido. Antes hacían lo mismo que en la India o en cualquier parte. Engordar al jefe y no hacer ni caso a la población». Insiste una y otra vez en lo mucho que se ha dañado La Línea. Salimos a la calle. Es un barrio de casas de planta baja, aparentemente normales, pero con una observación detallada se advierte que a muchas casas les falta el tejado, que se están viniendo abajo: «Este se fue a Australia. En esta otra había dos familias, que están en Londres. El de allí está en Sevilla ... » Y, a pesar de todo, tiene un buen recuerdo del día del cierre: «En todos nosotros pudo más la razón patriótica. Para España es una vergüenza eso. La pena es que los españoles sabemos discutir y no dialogar. Y que miramos más a Moscú, Washington o Londres que a Madrid. Por eso perdimos el Peñón en una guerra que no era nuestra, y por eso no hemos sido capaces de recuperarlo. Y por eso los de Gibraltar no quieren ser españoles. Ellos creen que el inglés es mejor, y no se dan cuenta de que les utilizan y de que duermen sobre un polvorín».Muñoz Lozano representa otra cara del problema. El tenía en Gibraltar una tienda de artículos de confección, La Escocesa, que abrió su abuelo en 1904. Con la orden del cierre de la verja llegó para los cuarenta comerciantes con establecimientos en Gibraltar la de regresar a España: «Tuve dos días para sacar algo, pero perdí la mayor parte del género y el medio de vida. Nos hicieron promesas, pero no nos han compensado en absoluto. Eramos cuarenta y estamos todos en el mismo caso. En aquellos primeros tiempos del bloqueo no se podía ni ir allí a través de Tánger, como ahora, porque te retiraban el pasaporte, y tampoco se podía hablar por teléfono; así que lo más que podíamos hacer era malvender las cosas a través de alguna persona y conformarnos con lo que se podía conseguir». Antonio Marín tenía una oficina de mayorista y está en el mismo caso: «Estamos pleiteando desde 1969, y no hemos recibido más que promesas, lo mismo de dictadores que de demócratas. Nosotros creíamos que era normal que una Administración dictatorial no hiciera caso de peticiones así, pero no esperábamos eso de un Gobierno democrático». Como nuevo intento, han dirigido una carta al Comité Pro Derechos Humanos de Estrasburgo.

En contra de lo que opinan otros linenses, Antonio Marín y Sánchez Lorenzo no tienen mal concepto de los llanitos, que así se conoce en La Línea a los gibraltareños: «Eso de que nos discriminaban es mentira. Allí no se podía dormir, pero porque no hay sitio, y tampoco es tanto problema venir a dormir aquí; ¡si es corno cruzar de acera! La discriminación era aquí, en España. Para pasar la frontera te hacían pasar una cola tremenda, y los carabineros demoraban lo más posible. Y nosotros echamos de aquí a llanitos que tenían casa en La Línea. Se les dieron 72 horas para liquidar todo y marcharse. Y ahora queremos que ellos sean españoles. Hay que entender que estén enfadados con España. En lugar de seguir mezclando estas dos comunidades, que iban camino de ser una sola, hemos dado un gran salto atrás». Antonio Marín recuerda incluso que. cuando la guerra civil, a los chicos de La Línea se les refugió en Gibraltar, donde él estudió. «Nunca me sentí discriminado. Si nos tienen antipatía es ahora, y no me extraña. Aquí han ocurrido cosas que hay que conocer. Aquí se le ha llegado a negar el vino para la misa al sacerdote católico ».

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