El golpismo blanco
Tengamos muy presente la advertencia de Tom Wolfe: «El primer síntoma de decadencia de un columnista es glosar programas de televisión». Pero Flash Gordon, al que no he visto por la tele, es más mío que de Robles Piquer: pertenece a los tebeos de mi infancia, a mi infancia de tebeo. Creo que el Flash Gordon de la tele no está dibujado por Alex Raymond. Pero resulta igualmente adecuado para crearle salsa al golpismo blanco.El golpismo blanco, que ha sucedido en algunos cantones nacionales al golpismo a gritos de Tejero, ve la historia de España con óptica de Flash Gordon: la izquierda es verde y criptonita. Por supuesto, no debe pasar de Atocha. Y, si va acompañada de polisarios, en ningún caso debe llegar a Azca. Para el golpismo blanco, la historia es un cómic. Pero decía Dante, aquel boticario florentino, que «hay soberanías oblicuas». Hoy disfrutamos una soberanía oblicua, que no quiere ser vertical ni verticalista, que no quiere faraonizamos. Contra esa soberanía oblicua, hábil, lábil, inteligente, el golpismo blanco pretende levantar de nuevo el orden erecto y cuspidal de los 40/40. Darwin, por su parte, aconsejaba ensayar toda la vida «las experiencias del imbécil», o sea, la experimentación de lo obvio. Gracias a las experiencias del imbécil, gracias al no despreciar ningún dato, sino verificar hasta los más humildes, empezando siempre por abajo, Darwin pudo explicarnos de dónde venimos: del mono, al que se ha llamado primate por rubor zoológico. La democracia es «la experiencia del imbécil», un planteamiento tan elemental como el de contar los votos para saber lo que quieren los votantes, un recurso tan, pobre (y tan universal) como preguntarle a cada uno lo que desea, para saber lo que deseamos todos. Las «soberanías oblicuas» (monarquía parlamentaria) y «las experiencias del imbécil» (voluntad general) se han entre tejido para crear la democracia española.
Dante Alighieri y Darwin nos avalan. Pero el golpismo blanco prefiere el modelo Flash Gordon que le ofrece la telerrobles. Desde Radio Nacional me preguntan por, la Constitución, para un programa en defensa de la misma. La Constitución, más que defenderla, hay que aplicarla. Aplicarla es la mejor manera de defenderla El golpismo blanco existe porque la Constitución tardó en hacerse y hay como miedo de ejercitarla, a veces. Me escribe una presa de Yeserías y me habla irónicamente de Flash Gordon. Si tienen tele en la cárcel, pensarán que la España de fuera es un tebeo de Flash Gordon, y quizá no se equivoquen. Una Constitución no lentificada por el golpismo blanco tendría ya en la calle a muchos preventivos de Carabanchel y a muchas mujeres de Yeserías. Cambio 16 celebra sus diez años, elige las cinco figuras literarias de la década y me mete entre ellas. Juan Tomás de Salas me habla de «el triunfo de este país al haber hecho frente en paz a los acontecimientos ». Lo que pasa es que el golpismo blanco ha asumido la paz y desde ella nos hace la guerra. Luis del Olmo me invita a cantar por la radio, con más personal, unas rogativas para la lluvia. Los obispos, sustituyendo las rogativas por un informe/estudio de la situación, se han descolgado del golpismo blanco. Se niegan a bautizar los misiles de la cruzada/Reagan, porque la otra vez que bautizaron una cruzada, los cruzados les salieron todos rojos, criptonitas o polisarios, como la guardia mora de Franco.
Don José Meliá/Castilla nos ofrece «La gran noche del Scala» y Ramón Tamames presenta el libro ¿Qué pasa en el mundo?, aquí del señorito, libro imprescindible para aclararse: trata de los mass/media, muy controlados en España por el alarmismo blanco que de ninguna manera quisiera dar el golpe, de Robles a Luis María Ansón. Golpismo blanco es la alegría muerta (censurada) de la tele frente a la alegría viva del Scala/Meliá. Golpismo blanco es comida de coco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.