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La vuelta a casa

Hace algunos meses publiqué en estas mismas páginas un artículo poniendo de relieve las dificultades que comporta la estable permanencia en la compatibilidad entre la política y la universidad.Entonces decía: "Lo cierto es que la permanencia en la compatibilidad de las dos vocaciones se hace dificil, aunque se afronte desde la ética de la responsabilidad. En algún momento el profesor tiene que recuperar su libertad, haciendo el menor daño posible y creando sólo los vacíos imprescindibles para encontrar su autenticidad. La angustia de esa doble vida sólo se puede mantener un tiempo, no todo el tiempo, sin renunciar para siempre a ser profesor y científico. Si esto se tiene claro, la elección en algún momento es inevitable, aunque siempre se deban respetar los compromisos adquiridos y el cumplimiento del deber".

Hoy es ya realidad lo que entonces apuntaba, al menos en gran parte. No voy a contar las vicisitudes por las que ha pasado mi decisión, que estaba firmemente tomada cuando publiqué aquel artículo, que, sin embargo, pasó casi inadvertido, salvo para unos pocos. Sí quiero señalar que he encontrado, con ese motivo, en muchas gentes una muy enraizada desconfianza en la buena fe de los demás. Parece que esa forma de comportamiento sea muy general, porque pocos han sido los que no han querido buscar tres pies al gato de mi decisión, tomada con segundas y hasta con terceras intenciones. Han sido muy pocos los que han creído la sencilla explicación de que quiero dedicarme a la universidad con mayor intensidad. Sólo cuando todo lo que he anunciado se ha producido y he dejado la comisión ejecutiva y la dirección del grupo parlamentarío, muchos han empezado a pensar que podían ser ciertas mis afirmaciones.

Con este paso que, a mí personalmente no me ha costado ningún esfuerzo moral especial, sido que, por el contrario, ha supuesto un alivio para mi conciencia, he aprendido la veneración que muchos tienen por el poder. De ahí la radical incomprensión para quien, como yo, insisto que sin hacer ningún sacrificio ni nin-

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gún esfuerzo moral, han abandonado voluntariamente el núcleo de poder de un partido como el PSOE, única alternativa real al actual Gobierno.

Esta decisión, concretada y ejecutada, que me convierte en diputado de Valladolid, condición que me honra y me exige, me devuelve mucha libertad como profesor y creo que me da también auctoritas moral, aunque pierda potestas real para enjuiciar las cosas y los acontecimientos.

Algunos han juzgado mi actitud, también probablemente entendiéndola mal, como un alejamiento del PSOE, incluso alguno ha llegado a decírmelo personalmente.

A todos los que piensan así, sentiré defraudarles, porque nada está tan lejos de mi ánimo como eso. Por el contrario, siento más arraigada mi convicción socialista y más confirmada mi idea de que sólo el Partido Socialista Obrero Español representa hoy las esperanzas de cambio y de progreso que la sociedad siente muy profundamente. Todos necesitamos un ideal para el que vivir si queremos abordar con esperanza el futuro. Algunos lo tienen religioso; otros viven un ideal secularizado; algunos, ambos. Para mí, el motor ético que me impulsa es la lucha por la dignidad, la libertad y la igualdad de todos los hombres, y creo que ese proyecto sólo lo realiza, o se aproxima a la realización, el socialismo democrático que en España representa mi partido.

Mi vuelta a casa supone seguir trabajando por esos ideales como diputado de Valladolid y como peón de la nueva dirección del grupo parlamentario para donde me quiera situar de acuerdo con mis conocimientos.

También supone trabajar más en la universidad. Estos años he tenido que hacer un gran esfuerzo para cumplir con mis obligaciones universitarias. Creo que lo he hecho con dignidad. Incluso he podido hacer algunas publicaciones de mi especialidad.

Pero tengo allí puestas mis mejores ilusiones, discípulos entrañables, tesis que dirigir y hasta un nuevo centro -el Instituto de Derechos Humanos- que impulsar.

Jiménez de Asúa decía, en un libro sobre la génesis histórica de la Constitución de 1931, que también se puede hacer socialismo desde la universidad. Yo estoy de acuerdo con el profesor de Derecho Penal. Se puede trabajar por el socialismo desde la universidad. Por supuesto que no es necesario, ni siquiera conveniente, hacer nada partidista para eso. Basta con cumplir con el deber, impulsar la reflexión y la investigación, impartir enseñanzas con seriedad, estar siempre abierto al diálogo con los estudiantes, estimular discretamente el trabajo de los colaboradores y discípulos, con la ilusión de que pronto sean y sepan más que uno mismo. También la creación de un clima de convivencia, de respeto mutuo, de tolerancia, el interés por la igualdad y por la libertad como meta social, es un paso para la construcción del socialismo, sin decirlo ni airearlo.

Muchas veces se olvida que la realización de todos y cada uno de los miembros del género humano es una tarea lenta, difícil y dolorosa, hecha muchas veces de pequeñas cosas, como puede ser el trabajo de un profesor universitario, o el de, un funcionario, o el de un trabajador manual. También cumpliendo cada uno con su deber se avanza. Como decía Goethe: "Si todos los vecinos limpiasen la puerta de su casa, estaría limpia la ciudad".

Es imprescindible, y hay que valorar de manera eminente, con el agradecimiento de todos los ciudadanos a aquellos que se ocupan de los problemas generales como dirigentes políticos, pero hay también que reconocer e impulsar el trabajo callado y discreto de cada día. La vuelta a casa es también un cauce para luchar por el socialismo y por la libertad. Cuando me acerque a estas páginas, lo haré más libre y más independiente, pero no menos socialista.

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