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Tribuna
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Polvo en las banderas

Fernando Savater

Durante el pasado fin de semana, Madrid ha sido una capital ocupada por los violentos representantes de ideas y modos políticos derrotados en la segunda guerra mundial y prácticamente desterrados del escenario democrático europeo, salvo como comparsas patológicos o conspiradores de opereta. Aquí no fueron derrotados en la guerra, claro, y bien lo hemos tenido que pagar; en cambio, han sido reiterada y abrumadoramente vencidos por las urnas en todos los comicios celebrados en estos últimos años, para no mencionar el explícito rechazo que han sufrido en el terreno de las costumbres, de los símbolos y de su concepción monolíticamente imperial de la comunidad. Y, sin embargo, pese a encarnar una opción miniminoritaria y comúnmente detestada -y no sólo descartada- por la mayoría de los ciudadanos, durante tres días se les vio, se les oyó y, a poco que uno no recordara a tiempo el Cara al sol, se les padeció traumáticamente. Piaras de monótonos energúmenos recorrían la ciudad en el coche de papá -con papá y la abuelita dentro del coche, por si fuera poco-, aturdiendo al resignado personal con bocinazos ripiosos, aullando por los altavoces las notas de su alegre camaradería, esgrimiendo -pese a estar explícitamente prohibido por la ley- la bandera nacional con adornos emblemáticos más o menos ab líbitum; de cuando en cuando hacían una descubierta a pie, disfrazados de paracaidistas manchúes, vociferando sus renovadoras consignas a algún pacífico señor que trataba de tomarse su café con leche sin hacerles caso o retorciendo el brazo a cualquier asistenta jubilada que no respondiera al saludo romano con la debida presteza. Dado que su dominio del lenguaje articulado es más bien primario (por no referirnos al pensamiento habitualmente conectado con él, bloqueado en ellos por perpetuo y secular cortocircuito), su teoría política se veía reducida a los vivas de rigor, a una exaltación jacarandosa de los golpistas pasados, presentes y futuros, junto a los correspondientes mueras al Rey y a la legalidad constitucional. La policía, cansada de sus recientes esfuerzos contra los obreros en paro en Getafe, los veía hacer con benevolente preocupación, salvo alguna intervención aislada que les valió un ladrillazo que otro. Fueron tres días, ya digo; pero tres días se pasan pronto, con tal de que no tengan octava...Ante esta exhibición de agresividad fascista, hubo quien se dijo con temor: "Cada vez tienen más fuerza"... Y no: lo que pasa es que disfrutan cada vez de mayor impunidad. Tanta, tanta impunidad que a veces parece apoyo oficial. ¿Que se pretende organizar una manifestación por la paz, el desarme y la libertad, dado que no se ha permitido a la gente expresar su opinión sobre el tema de la entrada en la OTAN de otro modo, pese a haberlo solicitado masivamente? Pues primero se transforma lo de manifestación en concentración, que es más discreto, y luego se cambia el lugar de la convocatoria tres o cuatro veces, en cada ocasión llevándola un poco más a trasmano que antes, hasta mandar a la gente casi a Villalba. La tarde anterior, la televisión anuncia que vaya usted a saber lo que puede armarse y que la policía tiene órdenes de mantener el orden con la máxima energía: nada más alentador para animar a los indecisos. Al día siguiente, el gobernador civil informa que él contó a los ex manifestantes cuando pasaban por delante de su casa y que sólo había catorce y un bombero. Pues muchas gracias, don Mariano. La gran parada fascista, en cambio, cuenta con más alicientes. En primer lugar ha de hacerse en una zona bien céntrica de Madrid, porque la tradición es la tradición, y al abuelito, que santa gloria haya, le tenía encaprichado la plaza de Oriente. No es cosa de desairar seis años después a sus fans catapultándolos a Canillejas. Por lo demás, como todos están motorizados, ya se encargarán ellos de moverse por todo Madrid armando jaleo para que se les vea bien. Lo de la prohibición de utilizar la bandera nacional no cuenta, porque un día es un día: cuando luego quemen por ahí la bandera identificándola con todo lo que los españoles tratamos de quitarnos de encima desde hace siglos, cúlpese del malentendido a jornadas como éstas. Siempre al quite, el gobernador prohíbe que compita con la de los fachas una manifestación estudiantil de apoyo a la democracia, para evitar provocaciones. Como es bien sabido, todo el que resiste a los provocadores se convierte automáticamente en provocador. En

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tre tanto, por la televisión se dará amplia noticia de la vigencia del pensamiento de José Antonio, cuyas ideas, en efecto, mal podrían haber perdido actualidad, ya que nunca la tuvieron; no faltará algún neoconservador que le tendrá por la figura más unánimemente respetada de ambos bandos de la guerra. ¡Lo que hay que oír... y de quién hay que oírlo! Golpistas de hace más de cuarenta años exponen con delectación y amplitud a los televidentes la utilidad quirúrgica de las sublevaciones militares de signo autoritario, para que cada cual tome nota. Y luego otra vez a la calle, a chulear un poco a los madrileños, como en tiempos del abuelito. Así va ganando fuerza cualquiera. Lo dificil es tener fuerza cuando uno es un despedido de la John Deere y vive en Getafe, porque allí se reprimen las manifestaciones con pelotazos y botes de humo, y de la huelga la mayoría de los periódicos (incluido este en que escribo) informan poco y mal, no digamos la televisión, y uno no tiene coche para recorrer Madrid en caravana tumultuaria a fin de interesar a la gente con problemas demasiado sucios para un sistema que quiere ser a toda costa limpio como éste. Conservar en estas condiciones la fuerza y la solidaridad para que los demás no se olviden de que existes, eso sí que tiene mérito.

El domingo por la mañana había larguísimas colas de madrileños que querían contemplar al Guernica en su custodiada pecera o visitar la exposición Picasso. En el Retiro se hacía guiñol, teatro popular y juegos malabares al aire libre. Todo el mundo pensaba cómo volver a casa sin tropezar con los vándalos y sin padecer de modo demasiado humillante el espectáculo de su tolerada promoción. Durante tres días, contra la voluntad reiteradamente expresada de los ciudadanos, Madrid se les entregó para que atemorizaran y desafiaran un poco al vecindario. Bueno, ya se pasó. Ahora hay que preguntarse en serio si ellos tienen fuerza porque la democracia la va perdiendo o si su única fuerza es la que reciben gratuitamente de tibios compañeros de viaje de la democracia -ayer lo fueron del fascismo-, desdichadamente encargados por oficio de administrarla y defenderla.

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