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Un diestro con torería que no tiene gatos en la barriga

Entrevista con Pepe Luis Vázquez

Comentan taurinos que Pepe Luis fracasó en su primera temporada de matador de toros -la que acaba de terminar-, y es cierto. Van diciendo también que no tiene afición y esa es la causa. En lo cual, no hay verdad. Pepe Luis tiene afición, él lo afirma. A quienes propalan que su padre, el gran Pepe Luis Vázquez, le forzó a ser torero, les contesta que todo lo contrario: «Mi padre se ponía negro cada vez que me veía acercarme a una vaca. No quería oír ni hablar de que pudiera vestirme de luces. Pero como yo tenía una afición enorme practicaba a escondidas, me iba con amigos a otras ganaderías, y sólo cuando me vi puesto, en lo que cabía a mis años -tenía dieciséis-, toreé en su presencia y le dije que quería ser torero».Pero tampoco entonces el padre dio su brazo a torcer. El maestro aceptó sin entusiasmo que su hijo entrara en esta profesión tan difícil, y únicamente tras el debú, con caballos en Valencia, cuando comprobó que no se trataba de un capricho, sino que Pepe Luis tenía el firme propósito de hacerse torero, y luchar hasta el límite para abrirse camino, asumió todas las angustias y todas las responsabilidades que son inherentes al creador de una dinastía.

Porque Pepe Luis Vázquez es ya torero de dinastía, como lo es de escuela. Por eso el camino se le allanó al principio, y ahora se le ha puesto cuesta arriba: «Para un torero es un arma de dos filos ser hijo de un diestro consagrado, pues tu nombre suena desde que apareces, pero en seguida te exigen como si ya fueras un espada maduro. Y es evidente que no lo eres. Te encuentras con las mismas dificultades que tus restantes compañeros, pero agrandadas por la responsabilidad y porque cuanto haces te lo miran con lupa».

El día de la alternativa, en La Maestranza, toda la España taurina quiso estar presente, y allí empezó la gran decepción, que aumentaría la tarde de la confirmación en San Isidro y sería definitiva, o poco menos, cuando Pepe Luis resolvió con profundo fracaso su participación en la corrida del cincuentenario de Las Ventas. «Reconozco», dice, «que ese día me volví para Sevilla hundido y tardé bastante en recuperar la esperanza y el optimismo».

¿Quizá el torero no puede con el público, quizá es demasiado tímido para sobreponerse a un ambiente hostil? Su padre conviene en que algo de eso hay. Y él también, pero no cree que sea la causa concreta de sus tardes negadas: «Lo del público sucedió, es cierto, pues al principio me daba una vergüenza tremenda salir al ruedo, pero eso ya pasó. El problema verdadero está en el paso del novillo al toro. Hay una diferencia brutal. No se trata de miedo, se trata de que tienes que cambiar la técnica, y no te das cuenta, o sencillamente no sabes. El novillo responde de una manera, y el toro de otra».

«Yo sé», añade Pepe Luis, «que esta temporada he estado muy mal, principalmente porque no aproveché algunos toros buenos. No les encontraba el sitio, y por supuesto no conseguía dominarlos. Cuando ya había matado unas cuantas corridas fue cuando caí en la cuenta de que el toro requiere otros terrenos, sobre todo, otra distancia, más reposo en la ejecución de las suertes. Entonces empecé a ver claro y, paralelamente, a mejorar mis actuaciones, hasta el punto de que el final de temporada resultó francamente bien».

Hay que dejar madurar a los jóvenes

A un torero hay que dejarle madurar, dice Pepe Luis, padre: «Yo recuerdo que antiguamente los taurinos y los aficionados, cuando un chaval de estos tomaba la alternativa y le encontraban posibilidades decían: «Hay que verle más veces, dejarle que coja el sitio. Y ahora es al revés, les exigen desde el primer día, lo mismo a José Luis que a los otros muchachos que empiezan. No es bueno eso, la profesión de torero, que es dura, además es cabeza y arte; con la precipitación no se va a ninguna parte: dejemos madurar a los jóvenes».Pepe Luis, hijo, confirma que, en efecto, el toreo es cabeza y arte, y que para cuajar en figura necesita tiempo. «La base es la vocación, y yo la tengo toda» insiste; «el toreo es mi vida. La temporada próxima será muy importante para mí. Puede que no redondee tantas faenas como quisiera, pues para esto te ha de acompañar el toro, pero ya no volverá a ocurrir que se me vaya de vacío el que salga bueno. Sencillamente porque he cambiado la técnica y ya me enfrento a los problemas de la lidia con mentalidad de matador de toros».

Su propia administración le hizo daño. Las corridas mixtas que fueron un éxito económico presentaban a un Pepe Luis de escaparate metido entre algodones, o al menos daba esa apariencia. Y no lo perdonó el público, como no lo perdonó su preparación técnica. Pero quizá hablamos demasiado de técnica con un torero que se realiza en el arte. «No, no hablamos demasiado de esto, pues la técnica es imprescindible. Hay que conocer el toro, la lidia, los terrenos, el manejo de los engaños, las suertes. Y cuando todo esto se domina surje la inspiración. Mi propósito es torear con perfección. También he oído que debo descararme, aflamencarme, y agradezco el consejo, aunque no lo sigo demasiado, pues dejaría de ser yo mismo. El arte es tan personal que ni siquiera me permitiría imitar a mi padre, a quien admiro».

Te mira con mirada limpia, sus modales son educados, enjuicia con nobleza y, sin embargo, lleva dentro la torería. Muchos taurinos no lo podrán entender.

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