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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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La caza de Suárez

«El metal amanece clarín», en ucedé, como decía Rimbaud (no a propósito de ucedé) y comienza la caza de Suárez, del duque de Suárez, del ex presidente Suárez, por los tapices con cacerías de las Cortes y de la Moncloa, por las cacerías como tapices, en los cotos y vedados de las cien familias.Suárez se ha convertido en el Lute de ucedé, en el quinqui ideológico que no viene de ninguna casta, que solamente es un castizo. Hay que cazar a Suárez, no porque lo hiciera bien o mal, cuando lo hizo o deshizo, sino porque es el parvenu político, el bastardo ideológico, el Lucien de Rubempré, y ya decían Gide/Oscar Wilde que lo que más les había afectado en esta vida era la muerte de Lucien de Rubempré. Dice Borges de Quevedo que, antes que un hombre, es una extraordinaria y poderosa literatura. A esos malditos, que antes que hombres eran literatura, les afecta más una muerte literaria que todas las muertes que vieron o provocaron en su vida. A mí me afecta la muerte política de Suárez, la caza de Suárez (montería en la que participan, incluso, cronistas parlamentarios que se han vestido con las camisas viejas de Suárez), porque, literario como es uno, ve ya en Suárez un personaje anovelado, el animal político de raza, intuitivo, instintivo, pero -ay- sin distintivo, el pura sangre a quien no se perdona el que no tenga la sangre azul. Lo hizo mal, lo hizo peor, lo hizo como ustedes quieran, pero su aventura interior era transformar el populismo franquista, que le había acuñado, en democratismo centrista. Marginal, manual, duque maldito, buen salvaje que no ha leído a Rousseau, mono desnudo a quien vistieron apresuradamente en El Corte Inglés, es un político nato sin partido, tan conmovedor como el escritor nato sin género.

No sabía Suárez lo que sabían sus padres procesales: Franco, HerreroTejedor, Fernández Miranda, Carrero. No sabía que las cien familias no perdonan que la gran derecha es mucho más que una derecha grande. A mí me lo dijo una vez don José María de Cossío, en el Ateneo:

-Mire usted, Umbral, aquí en España, si se busca un poco, conseguida sale que todos, toreros, políticos, duquesas y escritores, somos una gran familia, todos de la misma familia.

O sea la pomada, don José María, muerto. Suárez quería ya hacer del Movimiento otra cosa (familias políticas), y luego creyó demasiado en sí mismo, Luis de Baviera de la Moncloa, melómano de la política, que acabaría rematado políticamente, como Luis de Baviera, entre un lago y un médico. Creyó que podría convencer a los viejos lobos de mar de que Carrillo no quemaba viejas vivas por las calles. Que podría encargar unas leyes de Divorcio y Hacienda desde el Centro -qué centro-, sin que eso fuera ya socialdemocracia. Que podría reconducir a Salat/ Olarra entre las paralelas de los grandes sindicatos, sin que eso fuera ya socialismo. Suárez quiso inventar la política, cuando sólo ocurría que la política le había inventado a él. De modo que, después del episodio wagneriano a lo Luis de Baviera (dimisión), ahora, cuando torna como el hombre que se parecía a Orestes, todos temen en ucedé que realmente sea Orestes (Calvo-Sotelo ha leído un poco a los clásicos y sabe que Orestes está volviendo siempre), y convocan la caza de Suárez, el acoso y derribo de la pieza. Es cuando eI ciervo vulnerado por el otero asoma y Lucien de Rubempré se entera de que "ser diferente es un pecado».

Quiso integrar a la gran derecha en su política. No se enteró de que aquí no había otra política, para él, que integrarse en la gran derecha. Suárez, hoy, no es sino la metáfora de cómo el lobo estepario, el parvenu, el mínimamente rebelde, lo haga bien o mal, pone en seguida en pie a las cien familias: «Hay que cazar a Suárez». Y el metal amaneció clarín.

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