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¿Dónde estás, España?

El título es tal vez un tanto excesivo y dramático. La gravedad metafísica del "estar", tan subrayada en la filosofía de Zubiri, y la globalidad de la cuestión parecerían exigir un largo ensayo para una pluma como la de Laín Entralgo. Y, sin embargo, me resisto a cambiarlo, a pesar de que la pregunta quede reducida a una cuestión particular del "estar" de España. Es, en efecto, cuestión de importancia para el "Estado" español y para su responsabilidad histórica.La pregunta, entonces, debiera decir: ¿dónde estás, España, en esto de América Latina, especialmente en esto de Centroamérica y, más singularmente, en esto de Guatemala y El Salvador? Sobre todo, en estos dos últimos países, que destilan muerte día a día y en los que se está jugando mucho del destino de Latinoamérica y tal vez de otras partes del Tercer Mundo.

En Guatemala sufrió y sufre España en carne propia lo que puede significar querer vivir y actuar junto a un Gobierno tiránico y criminal, a quien poco importan leyes divinas o humanas, el derecho de gentes o el derecho positivo; en Guatemala sigue "desaparecido" un jesuita español, apresado por los cuerpos de seguridad guatemaltecos y negado por ellos, quizá hasta que arranquen de él la confesión de que fue un autosecuestro como en otro caso similar, y han sido asesinados sacerdotes españoles de la más ortodoxa trayectoria pastoral. El Salvador, por su parte, se debate en una guerra civil, cuyo indicador más significativo no son los caídos en enfrentamientos militares -unos seiscientos muertos y 1.400 heridos de ambos bandos en los últimos diez meses de lucha militar abierta-, sino los más de 20.000 asesinados en dos años, cuya responsabilidad inmediata o mediata debe atribuirse a la Junta Cívico-Militar que con poderes absolutos gobierna el país desde el 15 de octubre de 1979.

Y es en el caso de El Salvador donde se centra más la pregunta, porque es donde la presencia efectiva de España podría contribuir a terminar con el genocidio, y a iniciar un camino de solución. Pero la pregunta es válida para toda Latinoamérica, pues el esquema de la situación es fundamentalmente el mismo. De un lado, una gran parte de países latinoamericanos (Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Guatemala, Honduras..., tantos países y tantos pueblos, cuyas querellas fueron presentadas días pasados en Madrid ante el Consejo de Europa) en los que se conjugan grandes desigualdades

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Ignacio Ellacuría es jesuita rector de la Universidad José Simeón Cañas, de San Salvador.

¿Dónde estás, España?

Viene de la página 11

sociales, negación de la democracia y, sobre todo, la. violación sistemática, permanente y masiva, de los derechos humanos fundamentales, especialmente el derecho a la vida y a la libertad; de otro lado, España, con una grave responsabilidad histórica, pasada, actual y futura respecto de esos países y respecto de las vidas y de los derechos humanos, que en ellos están siendo bárbaramente conculcados; responsabilidad política también, por cuanto España podría y debería contribuir a deshacer el nudo social de unas tierras, que una vez fueron suyas y que hoy todavía guardan muchos elementos afines, que permiten y exigen esa contribución.

Pues bien, la respuesta a la pregunta planteada en estos términos es clara: España no "está" en Latinoamérica, lo cual supongo que en términos políticos debiera formularse diciendo que no hay una efectiva política latinoamericana que haga justicia a las obligaciones de España y a las necesidades de América, que eso debería significar fundamentalmente una política "latinoamericana". En este aspecto, puede hablarse de abandono y dejación. Sencillamente España no está a la altura de sus obligaciones ético-políticas en lo que toca a su responsabilidad latinoamericana. No sé si puede decirse que le importan más intereses económicos y el respaldo internacional de Gobiernos antipopulares que los intereses reales de los pueblos. España no "está", como debiera, en América Latina, a pesar de que dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores cuenta con hombres muy conocedores de los problemas y muy sensibles a las injusticias. Y no "está" porque le es difícil estar. El "estar" supondría costos económicos y políticos, si respondiera a unos mínimos niveles éticos de compromiso real; le iba a suponer la enemistad y aun hostilidad de regímenes militares antidemocráticos y también el descontento y la presión de la Administración norteamericana. Por ello, España parece haber decidido no estar muy a favor de regímenes anti democráticos y violadores de los derechos humanos , pero al mismo tiempo no esta, contra ellos -con alguna excepción- y, desde luego, no favorecer efectivamente soluciones más justas. No mide España que ese no estar en contra es, de hecho, un estar a favor y, sobre todo, un estar en contra o, al menos, un estar indiferente con los pueblos y las mayorías que sufren vejación en sus vidas y/o en sus derechos fundamentales. Con lo cual los movimientos de liberación, en lugar de buscar apoyo en países democráticos, no tienen más remedio que irlos a buscar en ideologías y en fuerzas distintas.

Puede ser que diplomáticamente sea esto lo correcto; no entra en mi competencia discutirlo. Puede que las leyes internacionales, el derecho público internacional dificulten tomar iniciativas audaces. Pero hay situaciones cuya gravedad y urgencia obligan a una interpretación superior de¡ derecho positivo, lo cual está en plena consonancia con los más clásicos creadores y cultivadores españoles del derecho internacional. Más allá de la legalidad está la eticidad y más allá de los intereses pragmáticos inmediatos están los intereses históricos permanentes. Y con América Latina ha acertado Espana cuando se ha fiado más de la eticidad que de la legalidad, cuando ha atendido más a lo permanente y mejor de los pueblos que a los simples intereses materiales.

Así como hay una triste historia de desafueros españoles en América Latina, ha y ambién una gloriosa tradición de contribuciones, incluso heroicas, al engrandecimiento y a la dignificación de los pueblos latinoamericanos. Y es en este segundo frente donde pueden cimentarse profundas relaciones, que luego pueden transformarse justamente en intereses materiales. España debería apostar hoy en América Latina contra las dictaduras y la muerte y en favor de la democracia popular y de la vida de los pueblos y de las personas. Muchos Estados y Gobiernos se lo reprocharán, pero eso sería su gloria; muchos pueblos se lo agradecerán, y eso sería, antes que después, su recompensa. Sobre todo en casos límites como el de El Salvador, donde el proceso está tan avanzado.

Y, sin embargo, ni aun en el caso de El Salvador, un pueblo que porhaber llegado ya al paroxismo del dolor y de la lucha está ya cerca de la resurrección, está España donde debiera y como debiera. España se lava las manos o, a lo sumo, dice palabras misericordiosas. Han tenido que ser Francia y México, seguidas por Irlanda y Holanda, las que se han puesto a hacer algo, a "estar"; ha sido Panamá quien ha ofrecido sus buenos oficios en las Naciones Unidas para llegar a un acuerdo entre las dos partes en conflicto. Mientras tanto, España nada o casi nada. No ha estado en Cancún, donde podría y debería haber estado, porque casi la totalidad de América Latina entra en el campo de países no desarrollados; no estuvo en la condena que la ONU hizo de la violación de los derechos humanos en El Salvador hace casi un año; sigue sin estar y sin ofrecer nada de su parte para empujar una solución al problema salvadoreño, ahora que hay ánimo de diálogo y negociación por parte del FDR-FMLN.

Hay, desde luego, otra España que no es la oficial. Uno se admira y se congratula de que haya tanto pueblo español que se interesa por las atrocidades cometidas contra el pueblo salvadoreño y que ofrece dentro de sus posibilidades toda suerte de apoyo. Hay innumerables comités de solidaridad que trabajan día día y se extienden por todo el mapa del Estado español. Las comunidades cristianas populares se comprometen en favor de la acción heroica y del sacrificio hasta la muerte de miles de campesinos y obreros salvadoreños, que viven su cristianismo perseguido y liberador en condiciones estrictamente martiriales. Periodistas y medios de comunicación se afanan por conocer la verdad y por darla a conocer rompiendo el cerco informativo de las grandes agencias internacionales, para quienes ya no es noticia el horror nuestro de cada día. La España real, la España popular, sí "está" con el pueblo latinoamericano, con el pueblo salvadoreño, al que apoya, incluso con generosos donativos. Y también lo están algunos partidos políticos.

Una ausencia extraña conviene señalar: la de la Iglesia jerárquica española. Ya costó que fuera un obispo español al funeral de monseñor Romero, aunque en él estuviera presente un legado pontificio y el presidente de la conferencia episcopal norteamericana. Apenas ni un lamento por los sacerdotes españoles asesinados en Guatemala o por la Iglesia perseguida en Guatemala y El Salvador. Tampoco la Iglesia jerárquica española "está" donde y como debiera en los problemas latinoamericanos. ¿Por qué esta desidia? ¿Por qué este pasar de largo con la vista puesta en otro lugar ante pueblos enteros, a los que una alianza de opresores y asesinos ha dejado a la orilla de la muerte? ¿Es que tendrá que venir un samaritano a hacer lo que no hacen sacerdotes y levitas, léase los obispos y sus conferencias? Y no valen disculpas para no "estar". No son situaciones difíciles de juzgar para quien quiera estudiarlas y entenderlas. Las conferencias episcopales de Estados Unidos y Canadá lo han hecho, después de visitar El Salvador para cumplir con su obligación de solidaridad eclesial. Lo acaba de hacer un obispo irlandés al frente de Trocaire, la agencia de ayuda de los católicos irlandeses, tras una investigación in situ de la realidad salvadoreña. Y así tantos otros, sin que les arredren las consecuencias de su compromiso o las divisiones de la Iglesia salvadoreña. Y estos obispos se dirigen a sus respectivos Gobiernos para que actúen como deben en el caso de El Salvador. ¿Por qué no los obispos españoles?

Ese es, en definitiva, el estar y el no estar de España en América Latina, más allá de presencias comerciales, diplomáticas o meramente culturalistas. Ojalá la España popular presione lo suficiente sobre la España política, que es la que puede presionar sobre el Gobierno salvadoreño y el norteamericano. Me parece sentir que el pueblo español está necesitado de nuevos ideales éticos.. España necesita salir de sí y preocuparse ética, pero real y eficazmente, por lo que ocurre en los países del Tercer Mundo, especialmente por lo que ocurre en América Latina. A españa le está faltando horizonteético y aliento moral en su política internacional. Pelea junto a Estados Unidos por los derechos humanos en los países socialistas dentro de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) y se olvida, también junto al Estados Unidos de Reagan, de la incomparable y sangrienta violación de los derechos humanos que se da en Latinoamérica y hoy de forma especial en Guatemala y en El Salvador. Y sin horizonte ético, los pueblos, a la larga, se desvanecen.

Sería triste, sería vergonzoso, que al grito de los pueblos latinoamericano: "¿Dónde estás, España?", contestaran los españoles y el aparato estatal con aquella otra pregunta cainita: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?". Porque también Dios y su palabra andan por medio de estas preguntas y de estas respuestas, mucho más que entre los pucheros teresianos, aunque más de un cristiano quisiera olvidarlo.

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