Andrei Biely
Ediciones Alfaguara, en traducción de José Fernández Sánchez, edita a Andrei Biely en su gran novela Petersburgo, que está dentro de la luminosa generación prerrevolucionaria que entoñó antes de Octubre: Esenin, Gorki, Korolenko, Maiakowski, Andreiev, Kuprin, Blok, Mandeishtam, el propio Biely (1880-1934), modernistas, simbolistas, futuristas, toda la infame y brillante turba que hace de la Rusia presoviética la patria de las vanguardias.Ehrenhurg consideraba este libro poco menos que intraducible, pero ha sido traducido (y muy bien). A Biely se le emparenta con Joyce, Faulkner, Kafka y Gogol, pero lo cierto es que AB no es sino un genial revés de Dostoiewski, su contrafigura, su desdramatización, su burla, y la crónica de Petersburgo que se hace en su libro nos recuerda la estructura, el paisaje y el paisanaje de Crimen y castigo, por ejemplo: alta. burocracia zarista, bajos fondos iluministas, míseros, conspiratorios y, ya, vagamente revolucionarios. Desdramatizando/desmitificando a Dostoiewski, Biely está descodificando el mito del alma eslava (reaccionano como todos los mitos raciales), traduciendo la epilepsia narrativa de Dostoiewski aun ballet sincopado, futurista, muy años veinte, lleno de ironía, vértigo y cosmopolitismo/vanguardismo. Todo lo que el sovietismo,esfíngico tomarla de cultóres del misterio eslavo, como el jadeante Dostoiewski, es en Biely iconóclastia irónica que empieza por desautorizar jugando «el alma rusa», como cualquier «alma» nacionalista; y acaba desautorizando la burocracia zarista y el zarismo, a la sombra de Pedro I en bronce ecuestre, paradójico punto de cita de los fracasados decembristas.
No conozco mejor crónica literaria de la prerrevolución que este libro. Eran tiempos en que, efectivamente, Rusia se erigía en patria de las vanguardias literarias y políticas, ardía de futuro en las aldeas azules y rosa pintadas por Marc Chagall y se internacionafizaba con la presencia de Louis Aragon, André Breton, todos los surrealistas y algunos regeneracionistas españoles. La conjunción vanguardia estética/ revolución ideológica hizo posible un vuelco prodigioso en Occidente, pues Kant y Hegel ya habían dicho que el hombre no se comporta según leyes de la naturaleza, sino la naturaleza según las leyes del hombre. La fórmula se acuñaría después de Hegel y antes de Lenin: «No se trata ya de comprender el mundo, sino de transformarlo». Pablo Castellano lo ha dicho anoche por la tele, con otras palabras, ante la tumba civil de Pablo Iglesias. En pleno carnaval de futuro, como los que cuenta AB, suena el pistoletazo de Maiakowski, seguido de las deserciones de Breton, Chagall y el surrealismo, hasta Sartre. La más alta ocasión que vieran los siglos de este siglo queda así en revolución detenida (la petrifica en buena medida la agresión de Hitler), las metáforas se convierten en granadas de mano, el surrealismo en socialrealismo mural para fábricas, y Rusia entera, en una potencia defensiva y estratega frente a la insolencia del Reagan de turno o égida, tras un vitral antibalas que, más que protegerle, le carismatiza. Así, la revolución se ha quedado sin imaginación y la vanguardia sin fundamento.
Antonio Asensio ha dado estos días unos premios de popularidad a nuestros políticos, incluidos eurocomunistas. ¿Por qué se congeló -la guerra, la nieve, la burocracia, Stalin, el equilibrio del terror- aquel momento de Trotski y las vanguardias? Biely hace la mejor crónica de la prerrevolución: la revolución como ironía, petardismo, ucronía y alegría. Ese Petersburgo lírico y subversivo duerme en alguna parte, preso en la nieve como el gato de Erico Veríssinio. Despertará.
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