Ana del aire
Ana Belén -la amo, la amo- ha estrenado en el María Guerrero La hija del aire, que es un mogollón calderoniano sobre Semíramis, la mujer/leyenda (lo legendario no es más que lo que puede leerse) Semíramis, alegoría femenina de, tiranos, metáfora de dictadores acumula efectos históricos, efectos teatrales, efectos barrocos y efectos efectistas. Ana no ha gustado mu cho a los críticos, y lo comprendo está haciendo un papel en el que no cree, un papel que no es para ella, o, más apretadamente, que no es ella.-Ana no es una trágica -me díce Haro-TecgIen, padre y maestro lúcido, liróforo terrestre.
Ana sí es una trágica, y una gran trágica, pero una trágica de lo cotidiano. Ahora, el teatro, la vida, la profesión, la cosa, hacen pasar por ella mitos clásicos, crímenes con.fusos, mujeres legendarias, teologías y teofanías defondo, el exceso de lo pagano adunado al barroquismo de lo cristiano. Es el camello de toda la ganga cultural de la antigüedad pasando por el ojo de ,esa aguja de bordadora de Mesón de Paredes que es Ana. Y el camello no pasa, claro.
-¿Pues quién podría haber interpretado a esa gran mujer? -me preguntan en una entrevista.
-Un hombre.
Semíramis, «trocada de sexo», como la presenta Calderón, justificaba el travestismo artístico, que otras veces se ha practicado gratuitamente y por sensacionalidad. Pero Haro ha explicado muy bien la confusa función en este periódico, y yo, más que sobre Calderón (que es el barroco malo y paliza, frente a Quevedo, el barroco genial que se burla de sí: auténtico barroquismo), quiero reflexionar sobre Ana, porque me parece que su inadecuación a Semíramis (una Evita Perón de los sirios), es la inadecuación de varias generaciones jóvenes españolas frente a la estética dominante, que es también, con permiso de Sartre, la de la clase dominante: confusas referencias a un pasado sangriento que llaman «Occidente».
Por donde no pasa ya la juventud, o lo que no pasa ya por el irónico cedazo de nuestras juventudes, es la circunfere ncia antropocéntrica, la rueda de molino teológico/ imperial con que el cura Calderón daba de comulgar a la España del XVII, por más que Lluis Pasqual y Ruiz Ramón ahora le encuentren progre. Según las sofemasas últimas que ha encargado/divulgado este periódico, la juventud vota izquierda o pasa. Los calderonianos de hoy, restándole a su machihembrado teatral veinte minutos finales, lo han'dejado en obra abierta (modernidad), impidiéndole al autor sacramental deI Imperio completar la circunferencia de las esferas, la restauración de la autoridad y el Bien convencional, la armonía del antropocentrismo ágrafo/barroco que ignoraba a Galileo, a Newton, a Marx, a Einstein, a Copérnico. (El hecho de que muchos de estos nombres sean posteriores a Calderón, no justifica que los ignorase: el genio tiene que contar lo que viene.) Ya Machado/Mairena se burla de Calderón con lo del oro cano por la plata. Oros de Corpus Christi que el clásico nos exhibe anacrónicam ente, entre sirios y habsburgos, utilizando el pasado o el futuro, como siempre se ha hecho en literatura, para metafórizar el presente: y el presente eclesiástico/fáctico de Calderón, que es nuestro pasado contrarreformista, no cabe en la anatomía débil, lábil, frágil, inconsútil, de Ana Belén (la amo, la amo).
Los clásicos son intratables, no por el verso o la prosa, sino por el mensaje. El choque de la formidable y espantosa máquina calderoniana con la muchacha/ metáfora de ahora mismo nos da el rechazo sociológico frente a la derecha barroca. En los idus se verá. (La amo, etcétera).
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