El fanatismo religioso no parece haber "contaminado"a los campesinos
La incidencia del analfabetismo en la vida cotidiana de los egipcios es también un elemento a tener en cuenta a la hora de analizar su proverbial mansedumbre. El índice de personas que no sabían leer ni escribir alcanzaba el 71% en 1960. En 1980, las autoridades afirman que ese índice ha descendido al 56%, aunque en las zonas rurales supera el 70%. En esas zonas es habitual que los hijos de los fellah inicien el duro aprendizaje del trabajo a edades comprendidas entre los siete y los nueve años.Aunque la gran mayoría de los egipcios es iletrada y dispone de menos de treinta libras al mes para vivir (una libra es igual a 115 pesetas), -una parte considerable de la clase media, establecida en las grandes ciudades de El Cairo, Alejandría y Port-Said, ha podido consolidarse gracias a la existencia de centros universitarios relativamente importantes en los que se forman expertos. y técnicos poseedores de un nivel tecnológico apreciable a escala del mundo árabe. Este grupo social proporciona una entrada sustancial de divisas al expatriarse por el Golfo. El censo oficial de 1976 cifraba en millón y medio de personas el número de egipcios que trabajaba en el resto de los países árabes, y cada año aumenta en 150.000 el número de nuevos emigantes.
La propina, una anécdota permanente
Esa válvula de escape, aunque ha contribuido a aligerar la presión social, tiene una incidencia limitada en un país superpoblado, paupérrimo en recursos y permanentemente adeudado.
El hombre egipcio ha sabido adaptarse a esas circunstancias adversas sacando partido de la política de liberalismo económico trazada por Sadat. Si el bachick o propina voluntaria sigue siendo un aspecto anecdótico permanente de la pequeña población cairota, no traduce significativamente un exponente de miseria. En esa capacidad de adaptación hay que, contar también la existencia de un mercado negro tolerado por las autoridades y el propio ingenio de los egipcios para saltarse todas las barreras administrativas.
Hay que pasearse por los barrios populares cairotas de El Azhar, el bazar de Jam el Jalil y las calles aledañas para entrar en contacto con esa realidad cotidiana producto, en gran parte, de una civilización milenaria y de una voluntad de resistir a toda costa a las vicisitudes de la vida. Un reto a esquemas políticos vecinos también, que, como los del llamado "socialismo árabe", se hallan en real desventaja con relación al modelo egipcio. "Se puede criticar políticamente a Sadat -afirman los cairotas-, pero no se le puede condenar por su política económica...". En su pobreza secular, el egipcio se considera un ser infinitamente más feliz que un libio o un argelino.
Todos los esquemas de una visión occidental son aquí inoperantes. En las ciudades, una parte de los habitantes vive literalmente en la calle, no dispone de habitación, cocina en las aceras y, si cuenta con un animal doméstico, no es raro verlo en los múltiples solares que salpican las ciudades. En El Cairo, los inquilinos de los edificios de las zonas populares (el al quiler de un apartamento de tres dormitorios ronda las treinta libras mensuales) dedican las terrazas a engordar animales, en una curiosa rememoranza de las "conejeras" de las casas andaluzas, en los viejos tiempos.
Un ritmo de vida pausado
Una visión no tanto idílica como real de una calle cualquiera de El Calro la constituye el bullicio insostenible para el extranjero, la proliferación de cafés en los que se consume con gran parsimonia el nargile o las drogas no duras, como el hachís, en la que el tráfico rodado se mezcla con el derivar de carromatos y animales y en donde hasta el simple viendedor de periódicos es un tenor inesperado. El egipcio parece haber sido dotado de un don particular para pregonar melodiosamente cualquier mercancía. El zoco de Vez o la medina de Túnez carecen de colorido y música en comparación con las calles cairotas.
Los egipcios no esperan un cambio sustancial de sus vidas ,como consecuencia de la sustitución del fallecido Anuar el Sadat por Hosni Mubarak. Pero el hecho de que este último haya acentuado, en sus primeras declaraciones como cuarto presidente de este país, su voluntad de mejorar las condiciones económicas de la población ha sido recogido con interés.
La existencia cotidiana se desenvuelve a un ritmo de lentitud que en Occidente sería tal vez insoportable, pero bajo esa pátina trasciende la verdadera esencia de una nación milenaria, donde todo tiene un orden, incluso en medio del aparente desorden, en la que el aspecto más significativo sería la sempiterna costumbre de prolongar el placer del diálogo en torno a una taza de té o de café, sobre los mil y un problemas cotidianos de la vida.
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