¿Para qué vale el Consejo Superior de Investigaciones Científicas?
Me propongo mostrarles lo que el CSIC viene aportando a la ciencia nacional e internacional y al desarrollo de la tecnología en ambos ámbitos. Esta presentación forzosamente será incompleta y deficientemente matizada si se tiene en cuenta que son más de cien los institutos agrupados, sin contar aquellos que funcionan coordinados con la universidad, y que un artículo periodístico no es el Libro Blanco de la ciencia ni una memoria de actividades. A pesar de estas los lectores que sigan mis artículos sabrán al menos qué les interesa preguntar si desean una información más completa.Las ciencias del hombre -la biología y la medicina-, las ciencias agrarias -las ciencias de la tierra y el espacio-, las matemáticas, física y química y la tecnología son las seis áreas a las que se adscriben los investigadores en razón del campo que cultivan. Estos dejaron constancia de su trabajo, en 1978, en unos 3.000 artículos científicos, trescientos libros o monografías, seiscientas tesinas de licenciatura y unas 450 tesis doctorales. Es de suponer que alguien podrá decir al español medio qué porcentaje supone todo ello respecto al total del conjunto científico aportado por todos los investigadores del país. Quizá en ese momento veamos objetivamente si hay derecho a infravalorar la tarea del CSIC o sería más exacto generalizar el rapapolvo, o incluso conceder al CSIC ciertos méritos por encima de otras instituciones.
Se podrá objetar que no se trata de cantidad, sino de calidad. Evidentemente. También sobre esto puedo aportar algunos datos objetivos. Me repugna repetir la insondable distancia que media entre la categoría de las revistas científicas españolas y las extranjeras, porque no discrepo de que exista distancia, pero no comparto que sea insondable cuando pienso en dos, editadas por el CSIC, y que conozco bien: Agroquímica y Tecnología de Alimentos y Grasas y Aceites. Hay más, pero éstas pueden ser un buen ejemplo. Pues bien, el 45% de los trabajos originales se vienen publicando en revistas extranjeras de reconocido prestigio. No poseo datos sobre las calificaciones dadas por la universidad a las tesis y tesinas realizadas en el CSIC; pero, en el área de mi especialidad, serán excepciones las que no hayan conseguido la calificación máxima.
La influencia científica
Me pregunto si poseen todos estos datos el Gobierno, el Parlamento y el Senado. A lo mejor debían urgir la confección del tan traído y llevado Libro Blanco de la Investigación y conseguir algo más de rapidez en la confección de las memorias, alguna de las cuales ha sido noticia estos días por su evidente retraso. Todas estas cosas contribuirían a demostrar al ciudadano que la tarea científica realizada hoy por sus paisanos, aunque no la detecte con claridad en la escuela, la Seguridad Social, la bolsa de la compra ni en el servicio militar y tampoco mucho en la televisión, está influyendo en su entorno y en su vida. Podría influir más y mejor, pero para ello debe existir un eslabón, que no compete al investigador. Cuando tantas veces oímos decir: «Y esto, ¿para qué vale?». ¿No será que este eslabón inexistente está impidiendo que se valore la tarea investigadora, se la respete y se la estime como ocurre en los países civilizados? Es inevitable recordar a los políticos que antes de regatear en los presupuestos las cifras asignadas a la investigación exijan responsabilidades a quienes tienen la obligación de que la ciencia española, la ciencia sin fronteras, se use y se aproveche.
Dos ejemplos pueden servir de muestra. ¿Cómo va a comprender nuestra flota pesquera que los científicos españoles están haciendo algo por ella? No creo que tengan la menor noticia de las investigaciones oceanográficas realizadas, del descubrimiento de nuevas riquezas, ni de los ensayos de repoblación de nuestras costas esquilmadas. Tampoco la Prensa ha dejado traslucir si los chalaneos con Marruecos, Portugal o la CEE van a dejar de ser una pesadilla alguna vez. Pronto, tarde, muy tarde; alguna vez. Cosa que si las investigaciones actuales se estimularan y facilitaran podría dejar de ser un sueño. El segundo ejemplo que se me ocurre es bastante gráfico también. Los investigadores científicos del CSIC en el campo de las cienclas agrarias y la tecnología de alimentos no hemos sido ni preguntados sobre qué sabemos de los suelos y de su mejora, ni de los cítricos, ni del arroz, ni del aceite de oliva, ni de las conservas y zumos, ni del vino, ni de la cerveza, ni de las bebidas alcohólicas, ni, ni, ni...
¿Será posible que cuando se habla de reestructurar sectores nadie piense que eso no es la concentración parcelaria? Que habrá que seleccionar las mejores variedades agrícolas, que habrá que explicar cuál es la tecnología óptima, que habrá que tener la solución técnica que nos permita librarnos de los perjuicios de las plagas, infecciones, etcétera. Que habrá que estar muy seguro de qué es lo mejor de todo ello para ofrecer primas al agricultor moderno y conseguir que se incorpore al carro de la rentabilidad y el éxito. Todo esto no se hace en un despacho y tendrá que reflejarse en el boletín oficial; pero reflejarse, no inventarse. Lo triste es que ya hemos inventado mucho, pero no podemos decir que a casi nadie le interese saberlo. Tampoco es extraño que el agricultor piense que el investigador es un ser incomprensible que anda por las nubes, a pesar de que los ejemplos que cito no pueden estar más a ras de suelo.
Un beneficio para el ciudadano
Esta enumeración, aunque somera, es necesaria porque el ciudadano medio español es poco probable que tenga que conocer personalmente el CSIC para que le expidan un certificado o le avalen una operación comercial. Este no es nuestro cometido. Lo que sí ocurre es que indirectamente estará disfrutando de ciertos bienestares derivados de la investigación: protección al consumidor, mejora de la calidad de los productos, novedades técnicas, mejor tecnología de las industrias que proporcionan o transforman los distintos suministros, mejor explotación de los recursos naturales, descubrimiento de nuevos recursos (no sólo pozos de petróleo)... Aunque a ciertos ciudadanos les cueste creerlo, también les beneficia que se cultiven con rigor la física, la química y las matemáticas, porque permiten conocer a fondo los fenómenos, formularlos, reproducirlos y explicarlos, y en definitiva, el paso gallardo del hombre por la Tierra no es otra cosa que el afán por explicarse cuanto le rodea. Que la biología, la bloquímica, la medicina, la química médica pueden contribuir a evitar o paliar muchos problemas graves que se abaten sobre la humanidad, a nadie ofrece dudas. Brindo a plumas más autorizadas que la mía la sugerencia de que se esmeren en descubrir a la sociedad española cómo las llamadas humanidades marcan el límite entre la sociedad bárbara y la culta, y cómo el CSIC no se ha quedado impasible ante los ataques implacables de la sociedad moderna a la cultura.
No faltan industriales, empresarios, comerciantes, encargados de laboratorios que se dirigen al CSIC a concertar investigaciones, lo que supone un estímulo para el organismo, y no es casualidad que siete de las veinticuatro asociaciones de investigación cooperativa que existen en el país estén vinculadas a algunos de sus institutos. ¿A quién le ha defraudado el fondo documental o editorial del CSIC? Si alguien lo afirma, no sabe lo que dice. ¿Quién no ha oído hablar del Museo de Ciencias Naturales, el Jardín Botánico, los Institutos de Astrofísica, el García del Cid y tantas cosas más? Debe ser que no lee los periódicos.
No es mi propósito hacer publicidad del CSIC; simplemente trato de informar a sus más directos beneficiarios para que sepan a qué se destinan, aunque sólo sea una parte irrisoria, los impuestos que pagan. De muchas omisiones soy consciente, pero son hasta cierto punto intencionadas. Con esta pequeña lanza en pro de la verdadera imagen del CSIC creo que abro el camino para que los auténticos especialistas de cada una de las ramas de la ciencia sean los que se dirijan a la opinión pública para completar la tarea. ¿Por qué? Por razones de estricta justicia con nosotros mismos y con la sociedad a la que decimos servir.
Deberíamos ser capaces de dejar patente que es una barbaridad, en su acepción de hecho necio o temerario, el mantener la investigación, y especialmente al CSIC, con unos presupuestos dignos de un comentario para el mejor humorista (ya lo hizo Mingote). Que es una necedad oponerse férreamente a unas reivindicaciones del personal, que además de justas ascendían a la astronómica cifra de trescientos millones de pesetas, en un país en el que se recaudan semanalmente por término medio 1.200 millones de las quinielas. Y temerarios son muchos de los rumores que imperturbablemente acompañan a cada cambio ministerial, porque demuestran que a nuestros políticos apenas se les ocurre nada mejor que deshojar la margarita para replantearse -¿creen que con seriedad?- el porvenir del Consejo. Un motivo de esperanza lo constituyen los miles de muchachos de COU que visitaron los centros del Consejo repartidos por toda la geografía española con motivo de lasjornadas de Invespaña-80. Algunos llegarán a diputados, senadores o ministros, y quizá recuerden que aquella visita fue una experiencia grata y que lo que los investigadores les dijimos que hacíamos les pareció bastante convincente.
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