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Las nacionalizaciones enfrentan al Gobierno francés con empresarios y multinacionales

La Asamblea francesa comenzó ayer los debates sobre el plan de nacionalizaciones presentado por el Gobierno. El aumento de la intervención del Estado en la economía separa aún más la política económica de Mitterrand de las directrices propugnadas por Reagan. Francia ha apostado por el pleno empleo, aún a costa de incrementar la inflación. El Gobierno ha asumido el desafío que supone atentar contra el poder de las multinacionales y sólo falta por saber la respuesta definitiva del sector privado francés.

La descentralización, la liquidación de la pena de muerte, la política del empleo, la ley de Amnistía, el aumento del salarlo mínimo, la supresión de la jurisdicción de excepción denominada Tribunal de Seguridad del Estado: todas estas reformas, ya consumadas o pendientes de realización, "podían haber sido efectuadas por la derecha, y no hubiese pasado nada; es decir, de haber sido así, esa derecha posiblemente no hubiese perdido el poder". Pocos franceses niegan hoy esta evidencia. Pero la fatalidad ha podido más, y la maldición histórica del fallecido líder socialista Guy Mollet, según la cual "la derecha francesa es la más tonta del mundo", continúa funcionando perfectamente. El tiempo dirá si el nuevo socialismo francés ha conjurado el vicio histórico del que le acusa la derecha: no saber conciliar sus ideas generosas con la dura realidad que son los hechos económicos.Por ahora la guerra es total. No entre el mitterrandismo y su oposición política, porque esta última aún no se ha repuesto del vendaval que la maltrató el pasado día 10 de mayo. La batalla, el poder, la libra contra los dos millones largos de empresas, mayores o menores, que constituyen el tejido financiero - económico - industrial-comercial francés y que aún no se han decidido a jugar el juego que, a sabiendas de que Mitterrand estará durante siete años en el Elíseo, tampoco rechazan radicalmente. Pero el nuevo poder les ha recetado dos píldoras consideradas insoportables: las nacionalizaciones y un impuesto sobre la fortuna que consideran penaliza sus posibilidades de inversión.

Las nacionalizaciones: se trata de once grupos industriales, estratégicos o de importancia primera en el mundo económico-industrial y de la banca. La nacionalización industrial engloba cuatro paquetes diferentes. Cinco grupos son nacionalizados al ciento por ciento: Compañía General de Electricidad (CGE), Thomson-Bfandt, Saint Gobain, Rhone Poulenc y PUK (Pechiney Ugine Kuhlman). Los dos grupos máximos de la siderurgia francesa, Sacilor y Usinor, ya vivían prácticamente del Estado, que no ha hecho más que convertir sus créditos en acciones.

Los grupos Dassault y Matra son nacionalizados al 51%. Y dos grupos más, Ci-ha y CGCT-ITT, en manos de accionistas americanos y alemanes, quedan pendientes de negociación.

El alcance de las nacionalizaciones

Esta tanda de los once grupos nacionalizados abarca prácticamente la totalidad de la siderurgia, toda la producción de aluminio, la electrónica, la metalurgia fina, una parte sustancial de la farmacia, como de la construcción, la mitad de la informática, lo más importante de la construcción eléctrica, toda la química fina y la producción de aluminio, e incluso sectores madereros importantes. A las nacionalizaciones efectuadas ahora hay que añadir las realizadas, una vez finalizada la segunda guerra mundial, por el general Charles de Gaulle. Con ellas, el Estado ya es propietario del sector petrolero en gran medida y de la mitad de la industria automovilística con Renault.

Globalmente, este sector representa el 14% del personal empleado en la industria y el 30% de la cifra de negocios anual. Expresado en otros términos, en lo sucesivo, todo el sector industrial nacionalizado agrupará a diecinueve de las cincuenta empresas mas importantes francesas. Esas diecinueve empresas realizan el 49% de la cifra de negocios de las cincuenta primeras, entre las que se cuentan.

La banca, en manos del Estado

Hay que añadir a la nacionalización de la industria la del crédito. De las 366 bancas existentes en Francia, serán nacionalizadas 36. El resto, o ya han sido nacionalizadas (Crédit Lyonnais, Banca Nacional de París y Compañía General), o no entran en el campo de la nacionalización, como las extranjeras, las regionales y mutuales, y las pequeñas bancas que no alcanzan el nivel de nacionalización (mil millones de francos en depósitos). Ahora bien, las 36 nacionalizaciones, más las que ya pertenecían al sector público, representan el 95% de los depósitos.

Para el Gobierno la nacionalización total del crédito y la de los grupos industriales considerados estratégicos son necesarias para orientar las inversiones y para realizar una política industrial que "reemplace los fracasos. del'mercado". Mitterrand añade que las nacionalizaciones son "el instrumento (económico-industrial) de finales de este siglo y del siglo venidero. Y de no nacionalizar esas empresas, serían rápidamente internacionalizadas (por los monopolios, se entiende). Yo rechazo la división internacional del trabajo y de la producción decidida más allá de nuestras fronteras, y que no obedece a nuestros intereses".

El rechazo de la "división internacional del trabajo" (DIT), argumentado por Mitterrand para justificar las nacionalizaciones, es de subrayar para entrever la hostil¡dad que su política económiéa ha despertado en los medios industriales franceses y extranjeros. La DIT es una sigla que, de hecho, apareció con el comercio y los intercambios entre los diversos grupos humanos. Pero es el desarrollo de esos intercambios quien ha introducido la DIT en la jerga definitoria del comercio y de las finanzas contemporáneas. En términos simples, la DIT quiere responder a la definición del cielo que sigue el comercio: para fabricar una mer cancía hacen falta materias pri mas, trabajo humano, dinero para financiar las inversiones y un mercado para vender la producción.

En contra de las multinacionales

Es decir, la DIT de alguna manera sería la organización racional de esas tareas a escala mundial. Y esto, para utilizar de la mejor manera las competencias y las posibl lidades de cada cual, para fabricar lo mejor, al menor coste y para el mayor número de personas. Esa es la filosofía de la DIT. Otra cuestión es la práctica, lo que no impide que, aunque, por razones negativas, la división internacional de trabajo es, de manera creciente una realidad ineludible. Y hasta el presente son las multinacionales (el enemigo número uno de la teoría socialista) las que han abierto ese camino con modelos de organización transnacionales que, naturalmente, les aprovechan, pero que los expertos más objetivos valoran de coherentes.

Mitterrand, con su política económica destinada en primer lugar "a defender los intereses franceses", rechaza la lógica impuesta por las multinacionales. Esto, según sus esquemas, no repliega a Francia en el hexágono, no conlleva el proteccionismo, no le impide el desarrollo tecnológico cara a la competitividad, ni mucho menos; esa política es una herencia de los símbolos ideológicos de la tradición socialista que actualmente se estrellaría contra los hechos.

Pero cinco meses después, cuando el rodaje de su política invita a la colaboración "a todas las fuerzas vivas del país", la desconfianza, las reticencias, y los intereses creados, sin duda también, forman ese muro del dinero antimitterrandista; es decir, los medios económicos, industriales, financieros, franceses e internacionales, asistidos por no pocos técnicos incluso mitterrandistas, no acaban de ceder ante el poder político-económico-financiero más impresionante que haya tenido en sus manos un Gobierno en la historia de la República francesa: un presidente dotado de poderes sin igual en todo Occidente, y por siete años a la cabeza del Estado. Un poder legislativo basado en una mayoría socialista absoluta que durará cinco años.

Los comunistas en el poder (no se sabe por cuánto tiempo), y con ellos la paz social, es decir, la no beligerancia, de la central más poderosa de Francia, la CGT, de tendencia comunista. Y el sustancial instrumento económico-industrial-financiero que representan las nacionalizaciones.

¿Hacia dónde se dirige esta Francia mitilerratidista hinchada de buenas intenciones, pero desasistida inicialmente por el instrumento productivo? Tras la presentación de la política general del Gobierno de Pierre Mauroy, el que el especialista económico de Le Monde, el diario independiente, vaticine que el Gobierno francés se encuentra poco más o menos solo (en el mundo industrializado) con su política económica, no es una razón para pensar que se equivoca. La historia, y no sólo la historia económica, nos ha enseñado que es posible tener razón contra todos. Pero, ¿es este el caso? Otro especialista independiente, Philippe le Fournier, responsable de la primera revista económica francesa, L'Expansion, es más pesimista al declararnos: "Hemos cambiado de lógica económica y la cuestión que yo me planteo es la siguiente: ¿esa política económica relanzará algo más que la inflación y el paro?

La apuesta del Gobierno hoy depende de la inversión privada. Esa inversión ya se ha producido de manera no muy sensible, pero no durará, porque la política económica no inspira confianza a nadie. Y dentro de unos meses, ante el fracaso, el Gobierno tendrá que decidir o cambiar de política, o cede hasta Ias últimas consecuencias de su estrategia. Esto último no es imposible, y entonces su cálculo será el siguiente: "hemos fracasado por habernos quedado cortos. Es decir, será el momento del proteccionismo, del repliegue, y, en definitivo habrá llegado la hora de la resignición ante una Francia rebajada y, consecuentemente, de una Europa que también perderá, frente al polo americano y en el mundo".

Los franceses, en mayoría, no piensan igual. Un reciente y documentado sondeo de opinión pública dice que los ciudadanos de este país "aman al Estado", es decir, su intervencionismo o dirigismo para que se ocupe del empleo (el 84%), para que controle la información (el 42%), para que realice más nacionalizaciones (el 49%), para controlar los precios (el 66%). Por ello, un comentarista mitterrandista, Fessard de Foucault, plantea lo que él considera el problema de fondo: "cara al futuro, la cuestión es saber si Francia (con su política económica) puede convertir al mundo actual, o si éste último la vencerá".

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