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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Cataluña, otra vez

La celebración de la llamada «flesta nacional» de Cataluña ha vuelto a preocupar, e incluso a escandalizar, a muchos españoles, de dentro y de fuera del Principado, que con razón se preguntan por el juego de unos y de otros en esta característica ceremonia de la confusión.Con motivo de recordar la memoria de un ilustre barcelonés, que, por cierto, no fue ningún mártir (pues vivió muchos años más tarde de la ocupación de Barcelona por las tropas reales), se ha querido tergiversar una vez más la historia, puesto que aquel conflicto no fue entre centralistas y periféricos, sino una discusión sobre quién era el legítimo sucesor al trono de España. Los que tomaron el equivocado acuerdo de apoyar al pretendiente austriaco frente al sucesor designado legalmente por el último rey de los Austrias, que prefirió a Felipe V, no podían extrañarse de que éste utilizara todos los medios a su alcance para restablecer la unidad de todo el territorio nacional bajo la Corona. Tampoco es dudoso, al enjuiciar los decretos de Nueva Planta, que por aquellos años en toda Europa se iba a la integración básica de las grandes funciones del Estado, y acciones paralelas se producen en Francia e Inglaterra en la misma dirección.

Pero lo que más ha llamado la atención, aparte de la aparición de execrables brotes de violencia (explosivos en edificios públicos, que siguen al famoso tiro en la rodilla, contra la libertad de expresión), ha sido la indiferencia con la que se han tomado las reiteradas referencias a la realidad «nacional» de Cataluña, cuando ya las dos cámaras de las Cortes han aprobado por amplísima mayoría el principio de que por razones de alto interés nacional esa expresión debe quedar reservada a España como conjunto. Y además el presidente del Parlamento catalán ha aireado su tesis de que España debe convertirse en una confederación de Estados nacionales.

Despedazar al niño

Hoy ya no quedan en el mundo actual confederaciones (aunque el título se conserve, por razones históricas, en Suiza). Las que lo fueron (la confederación norteamericana, la germánica, la propia helvética) sólo constituyeron etapas transitorias desde la primera unión de Estados soberanos e independientes, a la creación de un Estado federal o federación, como son hoy Estados Unidos, Alemania o Suiza. Plantearlo como solución a los problemas de un Estado unitario, como España, equivale pura y simplemente a proponer la solución salomónica de despedazar al niño para conformar a las madres.

Debo decir que, al lado de la increíble falta de prudencia de algunos, ha prevalecido una actitud seria y responsable de muchos más. Así ha de ser, en la tierra del buen sentido y del realismo que es Cataluña.

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Sólida en sus raíces, apoyada en ese cimiento y refugio permanente del Pirineo; en sus fuertes bastiones espirituales de Roda y de Solsona, de Ripoll y de Vich, de Poblet y de Santas Creus, de Numaria y de Montserrat; en su sólida vertebración de condados -con un pie en la montaña y otro en el mar (Ampurias, Besahí, Barcelona); con un sentido profundo de la historia y de su continuidad; que llega del ampurdanés Ramón de Muntaner a Torras y Bagés; con esa capacidad que también se dio en Venecia y en Londres de unir un profundo sentido de la economía con las altas exige nci as estéticas y culturales de un auténtico patriciado; con una larga experiencia de la negociación y el compromiso; con un profundísimo sentido de la convivencia popular, reflejado, en esa admirable sardana, que mantiene la serenidad y ceremonia de su severo origen ibero, y que desde la Cerdeña (país de los sardones) madura en el Ampurdán y se vuelve en todo el Principado el símbolo mismo de la capacidad de conservación inteligente,y de la dinámica bien mesurada que une a un grupo social (en valores, normas y orden); Cataluña no puede consentir que algunos vuelvan a meterla en líos ni enredos.

Cataluña es Cataluña, y Cataluña es España. Como dice Sánchez Albornoz, desde la prehistoria, Cataluña ha sido punto de cita de todos los pueblos y culturas de España. Por allí entraron o salieron todos los invasores y colonizadores de la piel de toro, y la misma Cataluña es una ejemplar fusión de variedades, superación de contrastes y armonía de comarcas diversas.

Cataluña siempre estuvo en grandes empresas nacionales y universales; por eso nunca se organizó en Estado y fue un principado sin príncipe en el que había un rey sin reino que seguía siendo conde. Y, sin embargo, de allí salieron fórmulas económicas, sociales y políticas para toda España; como también es cierto que un rey de Aragón se fue a la extremeña Guadalupe para resolver una de las crisis político-sociales de la accidentada historia de Cataluña.

La fragilidad de Cataluña

Porque Cataluña tiene también: su fragilidad, como tantas bellas princesas. A veces, la puede su romanticismo; a ratos, una cierta autocomplacencia. Hay que superar (todos hemos de hacerlo) los llamamientos de esas sirenas que ya tantas veces han llevado el barco a los escollos.

España está hecha entre todos; entre todos hemos de perfeccionarla. No hay marcha atrás; pero el campo abierto al perfeccionamiento futuro es inmenso. Y la tela cortada en el perfeccionamiento y desarrollo del sistema autonómico, amplísima; pero no habría mejor método para destrozarla que pretender jugar fuera de un campo que ha costado tantos esfuerzos abrir.

En esta polémica ha surgido (y se ha invocado mi nombre) la cuestión de la reforma constitucional. Esta es, como bien saben los hístoriadores y los especialistas en derecho público, la gran cuestión de la teoría política y también de la práctica en las grandes ocasiones históricas. Lo que importa es el fondo y no la forma: en Francia, en 1958, como en España en 1976, se actuó por vía de reforma, pero en realidad se produjo un cambio de régimen. Una reforma o racionalización de las autonomías cabe dentro de la Constitución; el pasar a una confederación de Estados nacionales es un cambio de régimen. También lo sería, dicho sea de paso, la vuelta pura y simple al régimen provincial centralizado. Y habría importantes grupos de españoles que entenderían que todo volvía a empezar y que cada uno volvía al derecho natural primitivo de legítima defensa.

Cataluña es Cataluña. Cataluña es España. No se puede volver sobre ninguna de estas dos afirmaciones sin volver a barajar las cartas. Allá los que se atrevan a estos juegos peligrosos.

Manuel Fraga Iribarne es presidente de Alianza Popular.

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