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Juan Pablo II defiende el sistema de cogestión

Juan Pablo II publicó ayer la tercera encíclica de su pontificado, bajo el título Laboram exercen, motivada en el 90º aniversario de la Rerum novarum, de León XIII, y cuyo núcleo fundamental se dedica al tema del trabajo y las relaciones sociales. En este posicionamiento del Papa polaco sus referencias se decantan por las líneas que bullen hoy en los medios críticos de los países socialistas, y muestra sus preferencias frente al sistema capitalista en los registros de la cogestión y autogestión.El obispo español González Moralejo, en la presentación de la encíclica en España, decía que «era la encíclica de un observador del Este que contempla el mundo del trabajo desde su propia perspectiva». Juan Pablo II ha redactado el texto en su lengua materna, y afirma al principio que si escribe no es para repetir lo ya dicho, sino para poner el acento en temas y, acentos que hasta la fecha no han merecido la consideracion debida. «El trabajo humano», dice el Papa, «es una clave, quizá la clave esencial de toda la cuestión social».

En su escrito. Juan Pablo II arremete contra el liberalismo y el colectivismo, adentrándose en unas reflexiones, nuevas en la literatura de las encíclicas, que abogan por la cogestión y la autogestión y que entrañan un parentesco con el pensamiento que hoy bulle en medios críticos de los países socialistas. Más que con otras encíclicas sociales, Juan Pablo II se relaciona con una vieja tradición cristiana que relativiza el principio de la propiedad y que ve al trabajo, más que como una maldición, como el modo mediante el cual la creatura cumple la misión de dominar la tierra que le asigna el Dios de la Biblia

«El trabajo es un bien del hombre, es un bien de su humanidad porque mediante el trabajo e hombre no sólo transforma la naturaleza, adaptándola a las propias necesidades. sino que se realiza a sí mismo como hombre«, es más, en un cierto sentido se hace más ombre», dice la Laborem exercens.

Del trabajo también habían ha blado sus predecesores en otras encíclicas y habían señalado su dignidad, siempre superior a la del capital, porque es humano. Pero estas consideraciones tenían unas connotaciones más bien éticas; aquí. Juan Pablo II ofrece una Filosofía del trabajo de la que extrae consecuencias prácticas. como una defensa de la cogestión y una velada afirmación de la autogestión.

La encíclica dividida en cinco partes. comienza con unas reflexiones sobre el trabajo y el hombre. Especial importancia se da en el documento papal. asimismo, al tema de la propiedad privada, punto de que no podía faltar tratándose de una encíclica social. Juan Pablo II subraya que está en línea con la primera gran encíclica social. Rerum novarum, si bien hace una interpretación acomodada a los nuevos tiempos.

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Juan Pablo II: "Se puede hablar de socialización cuando el hombre sea propietario de su trabajo"

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De la tradición bíblica se queda con el mandato que se dal al hombre de dominar la tierra mediante el trabajo. El hombre se hace persona cuando es sujeto del trabajo, del trabajo propio y de esa forma objetivada del trabajo, que es la técnica. La finalidad del trabajo es la realización del hombre. Lo que ocurre es que los modernos sistemas de producción han convertido al trabajo en mercancía, sin que las presiones de los sindicatos y la intervención del Estado hayan logrado disipar esa amenaza ni en los sistemas neocapitalistas ni en los colectivistas.

Lo que se ha dado en llamar, dice el Papa, «la cuestión proletaria» no es más que «un gran impulso de solidaridad entre los hombres del trabajo. Fue una reacción justificada», añade, «porque el sistema de injusticia y de daño pedía venganza al cielo». La solidaridad tiene que seguir porque nuevos grupos sociales padecen «una proletarización efectiva como los grupos de la inteligencia trabajadora».

Ni liberalismo ni marxismo

En el apartado referente a «conflicto entre trabajo y capital», señala Juan Pablo II que el tratamiento del trabajo está en la línea divisoria entre liberalismo y marxismo. Ambos se han empeñado en separar al capital del trabajo, cayendo el capitalismo en el error del economismo, que sacrifica el trabajo humano a la finalidad económica, y el marxismo o colectivismo en el error del materialismo, que prima lo que es material. Aunque confiesa que no quiere entrar en detalles, no se priva de dibujar, a grandes rasgos, lo que a lo largo de la encíclica llama el sistema colectivista: los grupos inspirados por la ideología marxista pregonan la dictadura del proletariado, que se traduce «en monopolio del poder en cada una de las sociedades para introducir en ellas, mediante la supresión privada de los medios de producción, el sistema colectivista». Renuncia explícitamente a seguir con la exposición para volver al tema del trabajo.

Recuerda la encíclica Laborem exercens que la Iglesia siempre ha enseñado el principio de la prioridad del trabajo frente al capital, ya que «el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental». Y echando mano de una argumentación, habitual en la literatura socialista, y a referencias bíblicas, recuerda que los recursos hoy disponibles en el mundo son el fruto de generaciones pasadas; que para hacer fructificar hoy esos recursos el hombre tiene que trabajar; que por el trabajo el hombre prepara nuevos puestos de trabajo; que el trabajo es esa mediación entre el hombre y la naturaleza, en virtud de la cual la humaniza.

No podía faltar en una encíclica social el tema de la propiedad privada que Juan Pablo II relaciona aquí, lógicamente, con el trabajo. Decía León XIII, poco antes de publicar la Rerum Novarum: «La Iglesia, mucho más sabia (que los socialistas), reconoce también en la posesión de los bienes la desigualdad entre los hombres, debida a fuerzas físicas y aptitudes de ingenio, naturalmente diversas, y quiere que el derecho de propiedad y dominio, que deriva de la misma naturaleza, quede intacto e inviolable para todos». Y en la misma encíclica escribía: « Poseerlas cosas privadamente como propias es un derecho dado al hombre por la naturaleza». Juan Pablo afirma, como es uso y costumbre entre los pontífices de la Iglesia católica, que está en línea con la primera gran encíclica social, pero Interpretándola a su manera: «La tradición cristiana no ha sostenido nunca este derecho (de la propiedad privada de los medios de producción) como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la entera creación: el derecho de la propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes».

Esta manera de entender la propiedad privada como subordinada al derecho más fundamental que tienen todos y cada uno de los hombres a usar y hacer suyo lo que el mundo tiene «se aparta radicalmente del programa del colectivismo, proclamado por el marxismo y realizado en diversos países del mundo». Pero también se diferencia del capitalismo, tal y como afirma el liberalismo y llevan a la práctica los sistemas políticos que se refieren a él: «Desde esta perspectiva sigue siendo inaceptable la postura del rígido capitalismo, que defiende el derecho exclusivo a la propiedad privada de los medios de producción como un dogma intocable en la vida económica». En efecto, la sustancia del capitalismo es el resultado del trabajo de generaciones pasadas y es el trabajo quien desarrolla esa herencia.

Es en este momento cuando el Papa ofrece propuestas concretas: por un lado, la cogestión o «copro piedad de los medios de trabajo a la participación de los trabajadores en la gestión, al llamado accionariado del trabajo y otras semejan tes». Más adelante se refiere a la autogestión, sin nombrarla. Tras criticar «la eliminación apriorística de la propiedad privada de los me dios de producción», señala que no basta desprivatizar la propiedad para hablar de socialización de un modo satisfactorio: «Se puede ha blar de socialización únicamente cuando quede asegurada la subjetividad de la sociedad, es decir, cuando toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al mismo tiempo copropietario de esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con todos».

El cuadro de los «derechos de los hombres del trabajo», del que se ocupa el capítulo cuarto, es el misrno que congigura los deberes del trabajador: el Creador, el prójimo, la familia, la sociedad, la humanidad. Naturalmente que los derechos del trabajador se definen en relación al empresario. Pero ese empresario es tan amplio como el cuadro de las obligaciones. Es decir, existe no sólo el empresario directo, el que contrata, sino además un empresario indirecto constituido por todas esas instituciones sociales y estatales que tienen que ver con el trabajo. El trabajador tiene el derecho a exigir a todo ese empresariado que proporcione empleo y un subsidio suficiente a los parados. El emprasario indirecto podrá recurrir a una planificación global, claro que garantizando la iniciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros y complejos locales de trabajo. Entre sus derechos figuran igualmente el de justo salarlo que capitalistas y colectivistas tendrán que rendir para que el trabajador disfrute de los bienes que se ofrecen. También se habla del salario familiar, es decir, un salarlo único al cabeza de familia que debe ser suficiente para la casa y que debe impedir que la mujer trabaje, ya que «es incorrecto desde el punto de vista del bien de la sociedad» que la mujer abandone sus tareas domésticas.

Derecho sindical

Una consideración especial merece el cierecho sindical. «Los sindicatos modernos han crecido sobre la base de la lucha de los trabajadores del mundo del trabajo y, ante todo, de los trabajadores industriales para la tutela de sus justos derechos frente a los empresarios y a los propietarios de los medios de producción». Los sindicatos son un exponente de la lucha por la justicia social, y como tal lo defiende Juan Pablo II, incluyendo expresamente al sindicato de los agricultores.

Sin embargo, la encíclica aboga por una interpretación de los sindicatos que abandone el terreno de la lucha de clases con el que originariamente nació: «Esta lucha debe ser vista como una dedicación normal en favor del justo bien: en este caso, por el bien que corresponde a las necesidades y a los méritos de los hombres del trabajo asociados por profesiones; pero no es una lucha contra los demás». Parte fundamental de la libertad sindical es el derecho a la huelga que no por ser arma extrema deja de ser un instrumento de solidaridad.

La última parte de la encíclica está dedicada al tema Elementos para una espiritualidad de trabajo, tarea que cae propiamente bajo la misión de la Iglesia. Aquí se recogen tres argumentos, apoyados en referencias bíblicas y del Vaticano II. Primero, el trabajo hay que en tenderlo como una participación en la obra del Creador, incluso en las más humildes actividades diarias. En segundo lugar, se habla de la figura de Jesucristo como hom bre de trabajo. Finalmente, se coloca el trabajo humano a la luz de la cruz y de la resurrección de Crist que explica toda fatiga humana, e vistas a «la tierra nueva en la qu tiene su morada la justicia».

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