"Creo que nos equivocamos al no forzar nuestra entrada en el Gobierno en 1980"
El presidente de la Generalidad de Cataluña, Jordi Pujol, cree ahora, un año después, que los nacionalistas catalanes se equivocaron al no forzar su entrada en el Gobierno central, en 1980, en la doble perspectiva de «contribuir a la construcción de España y de aplicar nuestro Estatuto». El jefe del Gobierno autónomo catalán recuerda ahora aquella posibilidad a la vista del camino que puede seguir en el futuro el proceso autonómico, después de los pactos firmados entre UCD y PSOE. «Estamos en contra de la actual concertación económica y haremos cuanto esté a nuestro alcance para inflexionar su contenido», afirma Pujol. El presidente de la Generalidad, que fue entrevistado en Barcelona por el jefe de la delegación de EL PAIS en Cataluña, Alfons Quintá, afirma que «el catalanismo es también una visión y un proyecto de España», y muestra su disconformidad con los criterios que se seguirán en la creación del fondo de cornvensación interterritorial.
Pregunta. ¿Cuáles son, señor presidente, sus principales preocupaciones en este reinicio de la actividad política?Respuesta. Hay muchas. Si quiere, puedo empezar por dos muy principales. Una es la concertación. Estamos en contra de la actual concertación autonómica y haremos cuanto esté a nuestro alcance para inflexionar su contenido o -como prometen UCD y el PSOE- para evitar que tenga efectos negativos sobre Cataluña. En este sentido tenemos ya definida nuestra estrategia. Y la segunda, no menos importante, es evitar que el tema de la concertación obstaculice el trabajo eficaz y la actitud serena. Debemos atender muchas responsabilidades que requieren precisamente eficacia y serenidad.
P. ¿Como cuáles?
R. Gobernar en Cataluña es una de ellas. Reincorporarnos al quehacer político español, del cual hemos sido momentáneamente apartados, es otra. Y muchas más: seguir construyendo la Administración autónoma; continuar el reforzamiento de la identidad catalana y, al propio tiempo, de la convivencia y de la unidad del pueblo catalán; proceder a la gradual acomodación de Cataluña y de su sistema productivo a los tiempos actuales; presentar y defender nuestro concepto y nuestro programa de renovación de España por toda la geografía española; presionar para que España quede más incorporada a Europa; combatir la crisis económica, etcétera. Hay que hacer todo esto y necesitamos que los problemas de la concertación -graves y que, por supuesto, no podemos dejar de lado- no nos lo impidan. Por otra parte, cuanto mejor resolvamos todos estos temas, más fácil será también que los posibles efectos negativos de la concertación sean neutralizados.
P. ¿Cuáles son estos «posibles efectos negativos»?
R. Se lo diré para dejar el tema zanjado por mi parte y no tener que hablar más de él. En España había dos problemas de reivindicación autonómica clara: Cataluña y el País Vasco. En estas dos nacionalidades había un sentimiento autonomista fuerte, basado en la historia, en la lengua, en la cultura y en la conciencia viva y actual de todo ello. No eran posturas improvisadas ni actitudes electoralistas ni pretendían crear plataformas de poder para un partido. Eran la manifestación de una reivindicación realmente popular y más que secular, de gran arraigo social, no sólo político. Aceptar plenamente esto no se hizo. Se aceptó vergonzosamente a través de las dos vías de acceso, los célebres artículos 143 y 151. Pero, al propio tiempo -por razones de lucha partidista, básícamente-, se provocó una fiebre autonomista cuya autenticidad el tiempo avalará o no, pero que hoy hay que calificar de muy reciente y a menudo improvisada. Además, el deseo de no aceptar la realidad diferenciada que dentro de España son Cataluña, y el País Vasco desembocó en el llamado «café para todos» o «el mismocáfé para todos», incluso para aquellos que realmente no deseaban ni desean la autonomía. Añada a esto la demagogia que se ha hecho diciendo que autonomía equivale a desarrollo y riqueza, lo cual es falso, y tendrá el enorme embrollo que se ha creado.
P. ¿Reconoce, pues, la existencia de un embrollo autonómico?
R. Si de algo tengo que acusarme es de no haber denunciado todo esto con mayor energía en su momento. Mi partido lo hizo, que conste. Y yo también. Lo hicimos en 1977 y en 1978, pero finalmente optamos por aceptar lo que los dos grandes partidos imponían, procurando, dentro de lo posible, introducir en él -a través de la actuación de Miquel Roca- parte de nuestros puntos de vista y aceptando las garantías -muy explícitas y solemnes- que unos y otros nos dieron. Por tanto, yo comprendo que ahora se intente reconducir el proceso. En honor a la verdad, lo comprendo. Pero a condición de, esta vez, respetar de verdad la realidad. Y la misma realidad -la realidad de lo que es España- que reclama algunas de las decisiones de la concertación reclama el reconocimiento del carácter diferencial -histórico y político- de Cataluña y del País Vasco. Y el sentido de Estado que se invoca para proceder a la concertación es el mismo que obliga a hacer este reconocimiento. Si hay que ser realistas en el juicio y valientes en la actitud, seámoslo en todo.
La autonomía no atenta a la unidad de España. Y en el caso concreto de Cataluña puedo decirle, con la misma rotundidad que le he dicho que no respondería ni a la realidad ni a la justicia que hubiese una única y misma autonomía para todos, que Cataluña y el catalanismo se mueven totalmente en el ámbito de lo español y que su techo no pretende romper en absoluto la unidad de España. Sobre esto no debe ni creo que pueda haber duda.
No porque seamos quejicas, como algunos afirman, sino porque así ha sido. Pero no voy a insistir en ello, sino repetir hasta la saciedad que el catalanismo, es decir, el nacionalismo catalán -el de Almirall y el de Torras y Bagés, el de Prat de la Riba y Maciá, el de Cambó y Companys, el de Carles Cardo y el de Salvador Seguí-, ha tenido siempre tres componentes: la voluntad de afirmación nacional catalana, la voluntad de contribuir al quehacer común español en términos lo más constructivos posibles, la voluntad de vincular España a Europa superando el semiaislamiento de los últimos siglos. El catalanismo es también una visión y un proyecto de España, que queremos defender en y desde Cataluña, pero también en el conjunto de España.
P. ¿Podría explicar en qué términos se puede concretar hoy este proyecto catalanista para España?
R. Podría resumirlo en los puntos siguientes:
1. No dejar duda acerca del carácter español de nuestra política y de nuestra actitud.
2. Reclamar el reconocimiento de la realidad diferenciada catalana.
3. Dejar clara la voluntad de solidaridad recíproca entre todos los pueblos -entre todas las regiones y nacionalidades- que componen España.
4. Defender la interacción de España en Europa en todos los conceptos posibles y asumir decididamente el modelo de sociedad occidental.
5. Defender actitudes de racionalidad, de realismo y de modernización en la acción política y social de España, y de reforma de las estructuras generales del país, con el objetivo de facilitar la promoción de los ciudadanos. Tener clara conciencia de lo que somos y de lo que podemos ser, de nuestras posibilidades y de nuestras limitaciones.
6. Definir como prioritarias dos direcciones básicas de la política internacional española: la de Europa y la de Suramérica.
7. Impulsar una fuerte proyección económica internacional para asegurar la permanencia de España en el grupo de países desarrollados.
P. La próxima celebración de la Fiesta Nacional Catalana del 11 de septiembre parece que se ha convertido en un elemento suplementario de confrontación con el Gobierno central.
R. Nunca hemos ocultado que somos nacionalistas. Y siempre hemos rendido culto a lo que representó la guerra de 1705-1714 y al heroísmo de los defensores de Barcelona. No vamos a dejar de hacerlo ahora. La guerra de 1705-1714 no fue separatista. Fue una guerra entre dos concepciones de España. Cataluña intentó, con la ayuda de Inglaterra y Austria, defender su concepción de España y su influencia en España, de la misma forma que lo intentó Castilla con la ayuda de Francia. Pero hubo castellanos, bastantes, que fueron austriacistas y que lucharon con Cataluña.
P. Pero este año, la conmemoración del 11 de septiembre de 1714 parece que puede adoptar un carácter particularmente reivindicativo.
R. Porque es cierto que ahora hay en Cataluña una sensación de amenaza. Como presidente de la Generalidad y como dirigente de CDC soy el más interesado en evitar que este clima se consolide. Nos llevaría a la frustración, a la crispación y a la esterilidad. Y en esto estamos: en evitarlo. Pero no podemos hacerlo negando la evidencia de una marginación y de un riesgo real de involución autonómica.
P. Destacados dirigentes de su partido han emitido recientemente criterios muy críticos respecto al Fondo de Compensación Interterritorial. ¿Cuál es su opinión?
R. No tenemos nada en contra de la idea de fondo. Simplemente hemos protestado una vez más contra nuestra marginación y contra algunos de los índices con que se ha elaborado, así como contra la ausencia de otros. También nos ha desagradado el tono revanchista que algunos han querido darle. Nosotros planteamos por dos veces, ya en 1978, en el Congreso de los Diputados, que se estudiara la forma de llevar a cabo una política contra los desequilibrios territoriales. Fuimos los primeros en reclamarlo. No se nos hizo caso; por dos razones, creo yo: la primera, porque supongo que no se nos quiso reconocer el mérito de plantear seriamente el tema, y la segunda, porque el tema daba entonces a más de un partido un buen rendimiento electoral a condición de no resolverlo. Pero sí de agitarlo en el momento oportuno. A Cataluña, en cambio, le interesaba un estudio a fondo, rápido -y empezado lo antes posible-, porque intuimos que la seriedad, la rapidez y sacar el tema de la lucha partidista era lo más eficaz para las regiones menos desarrolladas, y también lo que mejor podría evitar este aire de trágala, e incluso de voluntad de perjuicio a Cataluña, que algunos quieren darle.
La economía catalana es evidentemente próspera comparada con la de muchas regiones. Y, por tanto, tiene que dar más que lo que recibe. Pero tiene problemas serios que no pueden ignorarse -el paro, los desequilibrios internos, los grandes déficit de infraestructura social...- y además es relativamente frágil y tiene un futuro incierto.
P. ¿Cómo definiría este futuro incierto?
R. Es un futuro incierto porque si su industria no se reconvierte dejará de ser competitiva a nivel español y sobre todo internacional, y habrá en pocos años un descalabro. Y reconvertir significa invertir y también significa -aquí y en todas partes- ayuda del Estado. Y que es frágil se lo voy a demostrar con unos datos. La tasa de cobertura de la economía catalana respecto a la del resto de España había sido alta, pero ahora es sólo del 104%. Por otra parte, los flujos financieros públicos con la Administración han sido tradicionalmente negativos, y últimamente lo han sido más. Sería suficiente que el saldo comercial disminuyera un par de puntos más y que el saldo negativo en las transferencias públicas se incrementara en uno para que el superávit que justifica en buena medida la política de compensa ción interterritorial desapareciera y Cataluña entrara en un proceso de fuerte retroceso.
P. ¿Cuáles son los principales desaé uerdos respecto a los índices a utilizar en la creación del fondo?
R. En nuestra opinión debieran tenerse en cuenta factores como la inmigración (y conste que probablemente Cataluña en buena parte no será en algunos años tierra de
gran inmigración), la población y las necesidades en servicios sociales. En 1978 di una conferencia en el Club Siglo XXI donde ya decía textualmente que «vamos a tener que trabajar en dos direcciones un tanto contradictorias: reducir los desequilibrios territoriales mejorando la posición de las zonas menos desarrolladas y además dotar a todo el país, y especialmente a sus capas populares, de unos niveles aceptables, en calidad y cantidad, de equipamientos e infraestructuras sociales». Y decía que eran contradictorios porque la primera dirección comporta invertir, para entendernos, en Extremadura, en La Mancha, en Andalucía y en .Galicia, y la segunda, en Cornellá, en Hospitalet, en Getafe y en Baracaldo. Pero la labor del político consiste precisamente en encontrar la forma, el punto de equilibrio que permita superar las contradicciones reales o aparentes. Aparte de esto nos preocupa la mentalidad asistencial que se está difundiendo por España. Es necesario el fondo: aparte de nuestras serias divergencias, quiero nuevamente reconocerlo. Es necesario el fondo, es decir, la ayuda complementaria; pero no es suficiente. Sin espíritu de iniciativa, sin una gran voluntad de trabajo y de sacrificio y sin unas estructuras sociales sanas las ayudas se pierden como el agua entre los mimbres de un cesto.
P. ¿Se atribuye usted algún error en la aparición de un clima desfavorable para la autonomía catalana?
R. Confío que finalmente el clima no nos será desfavorable. Pero pienso que cometimos un error en 1980 al no forzar nuestra entrada en el Gobierno. No lo hicimos porque realmente tenemos puntos de desacuerdo importantes con UCD y por mejor conservar nuestra independencia. Supongo que UCD tampoco lo deseaba. Esto ahora se ve bastante claro. Pero en el doble aspecto de contribuir a la construcción de España y aplicar nuestro estatuto -sin olvidar las restantes autonomías- estoy convencido que nuestra presencia hubiera sido útil. Como lo fue la presencia de Carner en los Gobiernos de Azaña.
P. ¿Fue también positiva la presencia de Cambó en Gobiernos de la Monarquía?
R. También lo fue, especialmente desde una perspectiva general española. Desde el punto de vista catalán fue más decepcionante. Por cierto, que me sorprende que algunos políticos no catalanes digan que leen a Cambó y que hagan tantos elogios de él.
P. Por qué le sorprende?
R. Porque Cambó era lo mismo que estos políticos que nos critican a nosotros: un nacionalista catalán con vocación de hombre de Estado a nivel español.
P. En sectores de su partido hay una cierta esperanza de que el debate sobre el ingreso o no en la OTAN debilite la actual coincidencia de criterios entre UCD y el PSOE y, en consecuencia, disminuyan los efectos de la concertación.
R. Supongo que también en este tema hay un acuerdo básico entre ellos, aunque deban aparentar que no es así. No sería lógico que la concertación se hubiese limitado al tema autonómico.
P. ¿Está en ciernes un encuentro entre usted y el presidente Calvo Sotelo?
R. No lo hemos hablado, pero es posible. Lo haremos en el momento más oportuno o más necesario.
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