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Reportaje:

"Voyager II", hasta el confín del sistema solar

Surgiendo de las oscuridades interplanetarias hacia la parpadeante luz de los anillos de Saturno, la nave Voyage II llegó a su cita con el majestuoso planeta con 2,7 segundos de adelanto sobre el horario previsto casi 36.000 horas antes (un retraso de más de veinte segundos hubiera sido fatal), y con una desviación de 48 kilómetros sobre el punto prefijado a 1.500 millones de kilómetros de distancia. Dotada de dos cámaras de televisión y con una estructura erizada de antenas y elementos de control, las señales enviadas desde Sa turno tardaban una hora y veintisiete minutos en llegar a Tierra. Todos los elementos ópticos de la nave se encuentran en una plataforma de exploración sujeta al extremo de una estructura metálica que sobresale unos 2,5 metros de la nave. En la plataforma se encuentran las cámaras (gran angular y teleobjetivo) y bajo ellas el espectrómetro de rayos ultravioleta e infrarrojos, el radiómetro y un detector de luz conocido como fotopolarímetro. La plataforma y sus instrumentos tienen un peso de 107 kilogramos.

La imagen, punto a punto

Las miles de señales de radio enviadas por la Voyager II son, al llegar a Tierra, tras hora y, media de viaje, débiles impulsos de ínfima potencia (alrededor de una diez millonésima de mil millonésima parte de vatio). Estas señales de radio, una vez captadas, son transformadas en cifras. Estas cifras, o sígnos digitales, son inmediatamente traducidas por los ordenadores en forma de puntos más o menos luminosos y proyectadas en las pantallas de televisión del sistema de imagen del Jet Propulsion Laboratory, de la agencia espacial norteamericana, NASA, en Pasadena, California. Para obtener una imagen completa son necesarios 640.000 de estos puntos luminosos. Con la imagen completa, los técnicos. rozando los pulsores de sus ordenadores, como teclas de máquinas de escribir, pueden agrandar o reducir a voluntad las irnágenes, obtener ampliaciones de determinadas zonas de la imagen o transformar el blanco y negro en color. Las estaciones de seguimiento situadas en Goldstone (California). Madrid y, Camberra forman un cinturón de recepción en Tierra que permite recoger constantemente, de forma alternativa en función de la rotación del planeta, cada sonido y cada imagen recogidos por los ojos y oídos de la Voyager II. Las señales del viajero, una vez limpias de ruidos parásitos, son transmitidas a la estación terrena de Pasadena a un ritmo de 44.800 impulsos por segundo. Todo este proceso casi mágico depende exclusivamente de esos 107 kilogramos de tecnología avanzada amarrados a la carcasa de la Voyager II. Pese a las felicitaciones oficiales de Ronald Reagan, a través de su asesor Edwin Meese, las quinientas personas que trabajan en el proyecto ven en este cilindro metálico una de sus últimas oportunidades de investigar el espacio interplanetario. El plan de austeridad es una promesa electoral y sobre la mesa de los altos funcionarios duermen los próximos proyectos de investigación espacial norteamericana. Por eso, cuando la II se sumerjió el pasado día 26 entre los anillos de Saturno, en la parte sorda y ciega del planeta, donde ninguna comunicación es posible. Bruce Murray, director del laboratorio espacial, cruzaba los dedos para que tres horas después, cuando la nave volviera a emitir sus señales, los instrumentos siguieran en perfecto estado de funcionamiento. Este viajero es quizá uno de sus últimos juguetes. James Beggs, nuevo administrador de la NASA, recordaba a los periodistas, poco antes del momento cumbre de la operación, que ya en 1979 el Pioner II había pasado entre el tejido helado y rocoso de los anillos de Saturno sin un solo rasguño. También la Voyager II había sido respetada por las partículas de esos cientos de carruseles que él fotografió el pasado mes de noviembre. A las cuatro de la madrugada (tiempo del meridiano de Greenwich) del miércoles pasado, la Voyager II tomaba el camino de la cara oculta de Saturno y dieciocho minutos después comenzaba a cruzar entre la densidad ocre y roja de los anillos. A las siete de la madrugada, la Voyager II emergió nuevamente al mundo del sonido y las imágenes. Una hora y media después, cuando las señales llegaron a Tierra, los científicos comprobaron que parte de su preciada plataforma, repleta de instrumentos, estaba dañada. Los primeros datos indicaban que la plataforma había perdido su capacidad de girar hacia los lados, aunque conservaba el giro vertical, que permite orientar las cámaras hacia un objetivo determinado. Dos cámaras de televisión. encargadas de enviar imágenes de dos de las diecisiete lunas de Saturno, dejaron de enviar material. Los cientificos coincidían en que alguna partícula, algún trozo de hielo o roca, había hecho impacto en la nave justo en el lugar en el que la plataforma óptica se desliza para permitir el giro de las cámaras. Sin embargo, los nuevos datos demostraban que dos de los sensores habían enloquecido. La nueva tesis era que un campo magnético había puesto fuera de servicio parte del material óptico. Durante veintidós horas, el laboratorio de Pasadena dejó de recibir información, miles de irnágenes perdidas que, no obstante, son un ínfimo material, comparado con el volumen de datos transmitidos anteriormente. Uno de los ingenieros de vuelo que intentaban desesperadamente encontrar una solución para recuperar el funcionamiento total del material científico insistía una y otra vez en transmitir una orden a la Voyager II.- «Gira un grado tu platarforma». La respuesta era nula. Penidiente del panel que le ofrecía la contestación a sus órdenes, el ingeniero cometió un error que en ci¡alquier otra circunstancia, hubiera sido fatal: «Gira diez grados tu plataforma». Poco después, cuando la orden fue recibida en la Voyager II la plataforma quedaba dlesbloqueada. Nadie se explicaba cómo pudo suceder. La investigación de las causas concretas que motivaren esas veintidós horas de angustia llevará algún tiempo a los técnicos del proyecto, aunque quizá nunca se recupere el correcto funcionamiento de las cámaras. Los científicos lo tienen mejor. El impresionante volumen de material enviado por la Voyager II ha rebasado con mucho sus esperanzas y, a la postre, ha creado muchas más dudas de las que ha resuelto. Estos sabios apenas aparecen ante los periodistas para exponer sus conclusiones. Esa es una tarea que se reserva a Braelford Smith, jefe de imagen, Y Joseph Veverka, descifrador de fotografías. Smith es popular por las comparaciones que hace de los nuevos descubrimientos. El fue el encargado de decir a la Prensa que Hyperion era como una hamburguesa aplastada de 370 kilómetros de longitud. Los periodistas franceses prefirieron decir a sus lectores que Hyperion es una galleta deforme. Lo cierto es que ese satélite extraño, situado a casi un millón y medio de kilómetros de Saturno, contraviene las leyes conocidas y ofrece a Saturno su cara más delgada. Hyperion, el vagabundo del espacio, es muy parecido, según los científicos, al satélite Phobo, en órbita alrededor de Júpiter.

Más cerca, más dudas

La Voyager II, en su viaje a Saturno, ha seguido una trayectoria diferente a la que siguiera su predecesora. El último viajero ha pasado 22.400 kilómetros más cerca de Saturno que la Voyager I y este mayor acercamiento se ha repetido durante todo el viaje. La Voyager II ha pasado a 312.000 millas de Diones, a 193.000 de Minias, a 54.000 de Encelado... Titán, el mayor de los satélites de Saturno (5.140 kilómetros de diámetro), segundo en tamaño dentro del sistema solar tras Ganymedes, una de las lunas de Júpiter, es la única luna en nuestro sistema que tiene atmósfera propia. Observado a 665.000 kilómetros de distancia por la Vovager Il, Titán es una bola de intenso color naranja flotando ante un escenario negro cuajado de puntos blancos. La atmósfera de esta luna, compuesta de nitrógeno y metano, es irrespirable para un ser humano. La primera gran sorpresa que la Voiyager II deparó a sus atentos seguidores fue una fotografía del satélite Tethys.1.050 kilómetros de diámetro, en cuya superficie, por primera vez, se ha podido observar un enorme cráter de cuatrocientos kilómetros de diámetro por dieciséis de profundidad. Mimas, el satélite surcado de depresiones como arrugas, con sus 390 kilómtros de diámetro, encajaría en el cráter de Tethys como una bola de golf en un hoyo, lapetus, el satélite blanco y negro, con un hemisferio helado y el otro por los residuos que sueltan otros satélites o por la actividad geológica de su núcleo; Encelado, el satélite de hielo; Dione, Rhea... Diecisiete lunas girando alrededor de Saturno (la última, Phoebe, será visitada el próximo día 4), miles de anillos divididos en siete capas diferentes, un planeta 95 veces mayor que la Tierra, con vientos de quinientos metros por segundo sobre su superficie y atmósfera de hidrógeno, esto es parte del sistema planetar, o de Saturno, el más elegante del sistema solar, según los científicos estetas y los descifradores de imágenes. Para muchos de los investigadores ha sido una decepción no descubrir nuevas lunas, pese a que el material que tienen entre sus rnanos rebasa con mucho la imaginación desbordada con que esperaban la llegada del 25 de agosto de 1981.

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