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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La investigación: una colaboración entre universidad y sociedad

Cualquiera que sea el camino que siga la universidad en los próximos años, y con independencia del modelo que la universidad adopte, existe un hecho cierto y a la vez necesario, que es el de procurar un mutuo acercamiento entre ella y la sociedad. No puede concebirse hoy una universidad de espaldas a los fenómenos sociales del más variado tipo ni tampoco una sociedad que desconozca, o siquiera pretenda, ignorar el hecho cultural, técnico, investigador y docente que la universidad brinda.Quizá la falta de entendimiento entre ambos sectores haya proporcionado tensiones no bien comprendidas y que, desde luego, han de seguirse produciendo en un futuro próximo, si es que sociedad y universidad no buscan unos mínimo s postulados comunes de diálogo y entendimiento.

Hay que reconocer que la universidad ha sido históricamente más útil a la sociedad que ésta a aquélla, ya que lo universitario se insertó, en una gran medida, en el contexto cultural y técnico de la sociedad, y, en cambio, la sociedad apenas se preocupó de su universidad ni la apoyó con los potentes recursos financieros y estructurales que posee.

Para la sociedad, hasta hace muy pocos años, la universidad era, a lo sumo, un organismo incrustado en su propio engranaje al que había que dejar a un lado como algo teórico, dialéctico y, en cierta manera, no rentable. Respetada, eso sí, pero no comprendida.

En esta última década, y con una aparente pretensión de equiparar la estructura universitaria a la de la sociedad, y con un deseo, más o menos vago, de buscar relaciones entre universidad y sociedad, surge el concepto reivindicativo de universidad democrática. Es tan ambiguo este término, y en él van implicadas tantas connotaciones diferentes, que no se alcanza su verdadero significado ni por los que fogosamente lo apoyan ni por los que obsesivamente lo combaten. Además de ser un eslogan político se trata de intentar un nuevo planteamiento polifacético de lo universitario. Más que una palabra de lucha o de cambio, el término «democratización de la universidad» implica todo un sistema cuasi filosófico de lo intelectual, lo participativo, lo técnico, lo profesional, lo jerárquico y cuantas cosas más queramos introducir en este gran cajón de sastre.

Pero no se trata ahora de adentrarnos en este problema, sino simplemente de apuntar una idea inserta en este concepto de democratización de la universidad, cual es la relación genérica de sociedad-universidad en un punto muy concreto de la misma: la investigación. Con el análisis de este tema se abre uno de tantos campos comunes de diálogo entre lo intelectual y lo social, lo teórico y lo práctico, lo exclusivo y lo participativo. De su consideración pueden sacarse conclusiones ventajosas para la investigación, y de rechazo para el desarrollo de ella en el ambiente universitario, y también para el progreso técnico e industrial de la sociedad. He aquí una puerta que se abre para que la universidad y la sociedad se comprendan, dejen de ser compartimientos aislados y así poder, en un aspecto parcial, hacer realidad esa palabra tan teórica que es la democratización de la universidad, a la cual quizá hubiera que añadir esta otra: universitarizar a la sociedad.

Una de las principales misiones de la universidad es la de promover y llevar a cabo la investigación, y éste será el principal cimiento sobre el que descanse el desarrollo científico de lo que la propia universidad enseña.

Dentro de la sociedad existe un sector muy concreto, el de la empresa, que también necesita el constante desarrollo y avance de la investigación, que le va a proporcionar mayor capacidad de acción, mejor tecnología, sustanciales avances en el sector productivo y de consumo una progresión constante en la busca de nuevos caminos de desarrollo. Y entendemos la palabra empresa en su más amplio significado de todo aquello que, con una base organizativa previa, tiende al mejoramiento del desarrollo social desde un punto de vista técnico. Si la universidad y empresa necesitan de la investigación, es difícil, no obstante, el poder llegar a fórmulas de aproximación o compromiso entre dos mundos que de momento sólo tienen de común el hecho de necesitarse.

Las raíces de este desconocimiento mutuo entre los mundos universitario y socioempresarial radican en el divorcio existente entre universidad y sociedad, ya que las relaciones de aquélla con su entorno han sido siempre difusas, sin unos objetivos muy concretos a cumplir y sin preocuparse lo más mínimo dónde habían caído los frutos que producía y si éstos eran interesantes o no para la sociedad que los recibía. De ahí que hoy la propia sociedad, utilizando una presión cada vez más fuerte, haya planteado con extraordinaria acritud, no exenta muchas veces de absurda demagogia, el que la universidad cumpla unos cometidos en relación con el entorno social en el que vive. Pero es preciso no olvidar que en este planteamiento la sociedad siempre exige a la universidad que resuelva aquello que más directamente le interesa, olvidando que muchas veces se está confundiendo lo que debe de hacer la universidad con lo que es obligado que haga, porque le corresponde, la sociedad. Dentro de la actual presión social, y aun política, se le están reclamando a la universidad acciones enteramente ajenas a ella, pues hay que concienciarse de una vez para siempre que la institución universitaria no es ni el Gobierno ni el Estado, aunque sea uno más de los integrantes de este último.

No es infrecuente oír o leer, por parte de sectores sociales interesados, la machacona queja de que la universidad española no hace investigación -o la que hace es inútil para el desarrollo de la nación-. Es ésta una más de las injustas acusaciones que la sociedad hace en estos momentos a la universidad siguiendo el planteamiento anteriormente enunciado. Dejando claro que la universidad española sí hace investigación, y alguna de muy alta cualificación, vamos a devolver la interrogante hacia la sociedad y preguntarle si ella se preocupa del tema, si la industria, la empresa, el sector financiero, ponen los medios humanos y técnicos que les correspondería aportar, en virtud de sus propias necesidades.

Intentaremos analizar brevemente cuál es el papel que corresponde a cada una en el campo investigatorio y cuáles son las competencias exclusivas de ambas, y aquellas otras que pueden ser compartidas.

Se da por descontado que la universidad debe hacer investigación; sin ella la institución universitaria no avanzará en el conocimiento de la ciencia ni tampoco tendrá un soporte adecuado para la docencia y la formación de futuros licenciados e investigadores. Ahora bien, la temática de la investigación universitaria es de naturaleza básica y, generalmente, no aplicable al proceso industrial. Es una investigación más científica que tecnológica.

Por el contrario, al mundo empresarial le interesan casi exclusivamente los avances que le ofrece la investigación tecnológica. En esta diferencia radica el que la aportación de la universidad al progreso, llamémosle industrial, del país sea escasa.

Industria e investigación

Por otra parte hay un hecho que puede contraponer de entrada los planteamientos de la investigación en los dos campos que estamos considerando. Mientras que la industria es pragmática y planifica su acción según un procedimiento ajustado a una normativa casi matemática, el investigador universitario nunca puede hacer una planificación total a prior¡ de su trabajo porque iría en detrimento de su libertad en la aplicación de su propia metódica discursiva y porque, además, sabe que los resultados de su investigación pueden ser totalmente imprevisibles y diferentes a los que previamente había supuesto. A mayor abundamiento, el sector industrial califica a la investigación como un medio idóneo, siempre que con ella se obtengan resultados positivos que mejoren, en conjunto, la productividad, tomada ésta en el sentido más amplio de la palabra. En cambio, para la universidad, la investigación es un fin y una meta a conseguir, a pesar de los resultados.

Esta ambivalencia de criterios no es más que el resultado de un proceso que debe ser continuado, progresivo y jerarquizado, y no, como en el caso de nuestro país, sin conexión absoluta en sus planteamientos, tanto institucionales como operativos. Tenemos que partir de la base de considerar a la universidad como el pilar fundamental sobre el que se asienta y se desarrolla la investigación, ya que en ella se dan las dos grandes condiciones que la investigación necesita: preparación de investigadores y cultivo de la ciencia pura. Y este es un reconocimiento que hace no sólo un universitario, sino la propia OCIDE, organismo nada sospechoso de parcialidad universitaria. El primer escalón, pues, de la investigación sobre el cual descansarán otros peldaños es el que se conoce corno investigación básica o fundamental, que es la que engloba a todos aquellos trabajos que están esencialmente encaminados a ensanchar los conocimientos científicos sin la pretensión de buscarles ninguna aplicatividad específica.

Una vez que una nación tiene perfectamente asegurado este tipo de investigación, necesita pasar al escalón siguiente, que es el de la investigación aplicada, cuya característica es la de buscar una finalidad práctica y concreta a los planteamientos de investigación.

Por último, en los países con grandes recursos económicos se puede alcanzar la llamada investigación de desarrollo, que es el último eslabón de la cadena con una puesta en práctica, a nivel social e industrial, de productos, sistemas y procesos nuevos o mejoramiento de los ya existentes.

Actualmente, desde un punto de vista socioeconómico, se puede clasificar a los países en desarrollados y subdesarrollados, y entre ambos, una amplia gama de países «en la fase de desarrollo». Los primeros tienen el suficiente poderío económico para crear tecnología propia, como consecuencia de haber desarrollado previamente, con ayuda de financiación estatal o privada, un sistema bien planificado de investigación capaz de alcanzar una tecnología cada vez más sofisticada. En estas naciones de grandes recursos económicos y cuyos niveles científicos y de industrialización alcanzan cotas elevadas, la gran industria asume funciones que en otros países han de seguir confiándose al ámbito universitario casi exclusivamente.

España, alejada de este planteamiento, no tanto a veces por escasez de medios técnicos, financieros o personales, sino más bien por una inercia histórica incapaz de afrontar de manera realista una reorganización profunda y conceptual de la investigación, se colocó hace unos años en el grupo de los países en fase de desarrollo, pero sin calcular muy bien cuáles eran los fines que se perseguían.

Desarrollo tecnológico

En nuestra nación, en la década de los sesenta, se ha producido un gran despegue industrial que se caracterizó por dos vertientes fundamentales que condicionaron todo el proceso de desarrollo en el campo de la investigación pura y aplicada. De una parte, el desarrollo tecnológico se hizo a base de un sustrato suministrado por otros países, sin que prácticamente hubiera en este proceso invectiva tecnológica española. De otra. y esto es un síntoma grave, los recursos tecnológicos exteriores adquiridos por la industria no han sido no ya sólo mejorados por la investigación española, sino que ni siquiera se ha planteado una adecuada estructura que conduzca a una futura planificación de nuestra propia investigación tecnológica. Con ello se determina una total dependencia de la tecnología industrial foránea, sin posibilidades de sustraerse a un débito cada vez más considerable del uso de divisas para pagar tecnolooía extranjera salida de la investigación de otras naciones.

Ante este problema cabe preguntarse si es que en nuestre país, a nivel industrial, los conceptos de desarrollo de tecnología y de investigación han sido asumidos y, por otro lado, si la universidad comprendió cuál era la problemática de la empresa, de la industria; en una palabra: del desarrollo de la sociedad en su campo tecnológico; y si colaboró en la solución de estos problemas formando universitarios capaces de afrontar de inmediato los planteamientos de investigación que una sociedad en desarrollo exige. De ambas interrogantes apenas si se ha esbozado la contestación.

Es claro que en un país democrático, avanzado e industrial, la universidad y la sociedad no sólo no deben ignorarse, sino que deben colaborar conjuntamente con planes perfectamente conectados y planificados. De ahí que se imponga cada vez más un debate nacional para lograr una verdadera política científica a nivel de Estado en el campo de la investigación, en el cual se aúnen esfuerzos, voluntades y recursos, y no, como nos sucede muchas veces a los españoles, cerremos compartimientos estancos, actuemos con recelos injustificados, o primemos a personas, grupos o instituciones sin justificaciones reales. Y cuando afirmo esto, lo hago con la experiencia que me da el haber sido en las Cortes constituyentes miembro de la Comisión Científica del Senado, que intentó sentar las bases de una política científica coherente, apartidista y con un sentido supranacional, por encima de las estructuras gubernamentales, de las opciones ministeriales y políticas o de los distintos organismos que en este país tienen responsabilidad en este campo de la investigación, quedando nuestra acción simplemente como testimonial en virtud de las dificultades encontradas para ello. Si queremos emprender un nuevo camino en este sentido es preciso lograr una colaboración entre la universidad y la sociedad en el campo de la investigación y del desarrollo, y para ello es necesario definir previamente los objetivos que ambas partes se proponen, así como una revisión minuciosa de los medios de que se dispone en ambos campos, y, una vez realizado este análisis, pasar seguidamente a evaluar los resultados previsibles de esta colaboración. El procedimiento operativo de ayuda compartida entre universidad y sociedad lo analizaremos más detalladamente en otra ocasión, y es así como podremos ir, en el campo de la investigación, hacia una universidad participativa o, si se quiere, a una universidad democrática.

José María Suárez Núñez es rector de la Universidad de Santiago de Compostela

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