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Reportaje:

El área veraniega del Báltico polaco se ha convertido en un un desastre ecológico

Hace unos años, el Báltico era la zona de veraneo favorita de polacos pudientes y turistas extranjeros. Este año, la crisis que atraviesa el país, y las playas contaminadas, dejaron el mar Báltico vacío de turistas extranjeros, pero los hoteles y restaurantes están llenos de polacos dispuestos a gastarse sus últimos zlotys en comer, conscientes de que la moneda cada día vale menos y de que de hoy para mañana pueden desaparecer los alimentos. Un enviado especial de EL PAIS ha visitado las playas polacas.

En la playa de Sopot, frente al Grand Hotel, un cartel con la firma del sindicato independiente Solidaridad da cuenta de la catástrofe ecológica. "Advertimos que bañarse en el mar y utilizar la playa pone en peligro tu salud. Comité de protección del medio ambiente de Solidaridad".El cartel de Solidaridad está derribado en el jardín del Grand Hotel, pero al, borde de la playa queda la constancia oficial. "Uwaga (atención): por razones sanitarias se prohibe bañarse y practicar deportes acuáticos. Contra la persona que no observe lo indicado arriba pueden tomarse las medidas previstas en el procedimiento penal administrativo. Decisión tomada en Gdansk el 19 de mayo de 1981. El alcalde de la ciudad de Sopot".

La playa está desierta y el Grand Hotel, un edificio de rasgos viscontianos, construido en 1926, adquiere aspectos fantasmagóricos ante la arena vacía que, en años pasados, era el centro del turismo polaco.

Una catástrofe ecológica dejó inutilizables todas las playas de la zona del Báltico polaco. Los residuos industriales y los lavados de fondos de los barcos convirtieron las playas en cloacas y arruinaron los negocios de venta de pescado frito de la zona, porque su consumo daña la salud. "Todo esto venía ya de antes, pero ahora, con la renovación del país, salió a relucir abiertamente. En la televisión dijeron que un barco por lavar sus fondos en la costa de Polonia sólo tenía que pagar 3.000 zlotys (9.000 pesetas), y, claro, por ese precio dejaban toda la porquería en el Báltico polaco", explica indignada una joven en Sopot.

A pesar del mal tiempo y de la imposibilidad de bañarse en la playa contaminada, el comedor del Grand Hotel está lleno hasta los topes. En la puerta se advierte que "no hay plazas" y dentro se amontona una extraña mezcla de polacos de todas las clases sociales,algunas prostitutas, árabes, negros y un grupo de vietnamitas, más algún que otro alemán despistado, que no temió la falta de alimentos ni las colas ante las gasolineras.

Aquí estuvo Hitler

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El Grand Hotel se enorgullece en un prospecto de haber dado cobijo al "presidente de la República Francesa Charles de Gaulle" y al "sha del Irán". Hubo en el pasado otro huésped del que no se habla por los siniestros recuerdos asociados con su persona, Adolfo Hitler, en los tiempos en que Gdansk se llamaba Danzig y era parte del Reich alemán. Oscár, el enano de la novela El tambor de hojalata, de Günter Grass, vivía en Gdansk y fue allí donde, en el año 1932, subió a la torre de la ciudad y devastó con su voz las ventanas delfoyer del teatro Municipal.El Grand Hotel se salvó de la destrucción en la guerra mundial y hoy se conserva como una especie de resto anacrónico en la República Popular de Polonia. "Tiene la bañera más grande de toda Polonía", comenta una joven polaca que ha conseguido habitación. Los polacos pagan trescientos zlotys (novecientas pesetas) por una noche, y los turistas extranjeros, 1.800 zlotys (5.400 pesetas).

La bañera tiene unos grifos enormes, que sueltan una verdadera catarata de agua, mientras que la ducha esparce una especie de fina lluvia. En una esquina del baño, recuerdo de otros tiempos más soleados y menos contaminados, yace una hamaca de playa.

En el restaurante del Grand Hotel se amontona el público. Parece que hubiese entrado una fiebre de gastarse los últimos ahorros en comida. La carne racionada en las casas, las colas para comprar alimentos, han provocado en los polacos un deseo de gastarse los últimos ahorros, conscientes de que el dinero no vale nada y de que vendrán tiempos peores.

Un camarero se lamenta de la ausencia de turistas extranjeros: "El año pasado se podían contar los polacos, y este año sólo hay polacos". A pesar de llevar la insignia del sindicato independiente Solidaridad, el camarero no parece muy solidario con sus compatriotas. Se lamenta del aluvión de clientes en el restaurante: "Todavía estamos bien abastecidos, pero puede ocurrir que llegue el día en que sólo podamos servir a los huéspedes del hotel por falta de comida".

No hay cerveza y la única bebída que se sirve es jugo de naranja. A la hora del desayuno falta el azúcar, que se ha agotado hace días. Una directora del hotel espera que lleguen días mejores: "La gente no puede bañarse, pero se puede ir a la playa a tomar el sol", si algún día llega a salir en este lluvioso verano.

La directora está orgullosa del hotel, "donde la gente no se siente como en la sala de espera de una estación. Las habitaciones dobles tienen un mínimo de veinticuatro metros cuadrados. Antes de la guerra sólo una cuarta parte tenía baño, porque muchas habitaciones estaban destinadas para los criados y lacayos".

Nostalgia y decadencia

En Sopot todo tiene un aire de nostalgia y decadencia del pasado dentro de la decadencia palpable y actual por la que atraviesa hoy Polonia. En Sopot parece que el tiempo se hubiese parado allá por los años veinte.El Molo, el muelle de madera sobre 'el Báltico, que presume de ser la mayor construcción de Europa en su género, está desierto. Debajo de unos soportales, unos jóvenes juegan como desesperados con las máquinas automáticas. Hubo un tiempo en que Sopot tenía un importante casino, donde venían a jugarse los cuartos los burgueses europeos. Hoy, los expertos en turismo de Polonia se desplazaron ya a Hungría para estudiar la experiencia con el casino de Budapest. En busca del turista perdido.

En el paseo de Sopot, un cartel anuncia que en el teatro de Gdansk se representa El perro del hortelano, de Lope de Vega. Otro pasquín, en el mismo vestíbulo del Grand Hotel, hace referencia a la situación política por la que átraviesa Polonia. Un dibujo representa el mapa de Polonia cercado por una valla, en la que se advierte a los países vecinos: "Cerrado, por renovación". La palabra renovación (odnowa) es la palabra que simboliza y resume el procesó político polaco.

Ante el Grand Hotel de Sopot, una gigantesca cola de automovilistas se mueve a paso de tortuga hacia la gasolinera. A pesar de las incomodidades, la costa del Báltico es un imán fascinante y el triángulo de las tres ciudades: Gdansk, Sopot y Gdynia, todavía atrae.

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