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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irán: el Bazar y el Islam

LA ELECCION del doctrinario Mohamed Alí Rayal como presidente de la República Islámica de Irán y la fuga y asilo en Francia del ex presidente laico Abolhassan Banisadr configuran la cara y la cruz del panorama político de la revolución islámica iraní.Dos años y medio de revolución han bastado para desplazar de la escena política iraní a la mayor parte de las fuerzas políticas que de modo conjunto la hicieron posible con el derrocamiento del régimen imperial del Pavo Real. Fuera de la carrera quedaron, por la izquierda, los mujaidines y fedafines radicales, que todavía conservan sus arsenales casi intactos y protagonizan la oposición armada contra Teherán. Por la derecha, el nacionalista moderado Melidi Bazargán y el liberal, también laico, Banisadr, han quedado al margen del proceso revolucionario.

Sólo dos fuerzas, la mezquita y el Bazar, de las muchas que lograron la revolución, quedan ahora frente a frente en la arena política. Para muchos, el conflicto entre ambas resulta inevitable. La islamización de la política, primero, y la completa clericalización del poder, ahora, dibujan un cuadro tenso para el mundo del comercio del Bazar, que con su sustancioso diezmo sufragó los costosísimos gastos de la revolución y ahora habrá de pagar el precio de la creación de un Estado completamente islámico.

Lo grave es que nadie en Teherán, ni siquiera el sagaz imán Jomeini, sabe cuál es el rostro del Estado nuevo que desean. Bejesti, que sí lo sabía, se llevó su secreto al cementerio de los mártires de Bejest Zahara.

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Sus herederos, el futuro primer ministro Mohamed Bahonar, secretario general del partido del clero, los Navabi, Ayatt, Moussavi, incluso el mismo futuro presidente, Alí Rayal, se encuentran aturdidos ante la tarea que tienen enfrente, aguijoneados además por el desencanto de los hezbollahi, los miembros del Partido de Dios, que ven escasos resultados sociales de la revolución política vivida por el país desde la caída del último emperador Pahlevi.

Contentar a las masas islámicas pasa hoy por acometer medidas para acortar los beneficios anuales del bazar y hacerlos revertir en inversiones sociales -Irán ha restringido conscientemente sus exportaciones petroleras-, pero para perpetuar el poder islámico y crear un Estado, las autoridades de Teherán deben mimar a los poderosos bazaris. El precio de retener a las masas en la calle es, pues, dificil de satisfacer, pero, si no se paga, el clero islámicc tiene sus días contados en el poder.

Por ello, algunos analistas no descartan la posibilidad de que la fuga de Banisadr haya sido tolerada por el imán Jomeini, un hombre con un pragmatismo inverosímil. tanto como la profundidad de sus convicciones islámicas. Banisadr sería, según este análisis, una baza que permitiría regresar la revolución a un estadio anterior, pero capaz de hacerla subsistir si la experiencia del clero en el poder falla.

No hay que olvidar, además, que Banisadr mantuvo buenas relaciones con el Ejército, cuya islamización dista mucho de la que experimenta el pueblo iraní en su conjunto. Rafsanjani, uno de los hombres más poderosos del actual régimen iraní, aseguró recientemente que los mandos militares se encuentran ahora más satisfechos «porque cuentan con más autonomía de la que Banisadr les daba». Esto, en un cuadro revolucionario inestable, no constituye una afírmación convincente, ya que a los problemas políticos internos, de los que el Ejército toma buena cuenta, se suma la interminable guerra con Irak, de desenlace incierto.

En base a todo ello, cabe prever tres salidas. La primera, un desarrollo de la revolución islámica, a costa de tomar medidas opuestas al poder del bazar. La revolución se expandiría por la izquierda, pero las convulsiones y los riesgos serían enormes. La segunda, un acuerdo entre mullahs y bazaris, que permitiera tomar un respiro al forzado ritmo revolucionario islámico, aunque la oposición armada aumentaría y también el terrorismo. Por último, una salida militar que, o bien restaurara el poder laico, a expensas de restárselo a los clérigos, o bien podría alumbrar el surgimiento de un Napoleón islámico, de cuya mano vendría ese Estado nuevo cuyo rostro nadie, salvo él, sabría dibujar. Para los observadores, este militar tiene nombre y apellidos. Baliram Afiali, comandante en jefe de la Marina, el hombre que tiene en sus manos la llave de Ormuz, la profunda garganta por la que atraviesa, cuando Irán quiere, el petróleo del Pérsico que riega Occidente.

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