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¿Apostol o capitan?

En el discurso pronunciado por el capitán general de Galicia, en la ofrenda a Santiago Apóstol en su catedral de Compostela el pasado 25 de julio, se afirmaba varias veces que el santo patrono de España podía ser invocado como capitán y de alguna manera vinculado al ejercicio de las armas. Todo esto ha producido una enorme confusión y perplejidad no sólo entre muchos creyentes cristianos, sino simplemente entre esa inmensa mayoría de españoles que votaron la actual Constitución, que, como muy bien dice el editorial de EL PAIS del 28 de julio, «excluye la confesionalidad estatal», la cual, sin embargo, aparecía como rediviva en aquella «exótica ambientación». Para muchos aquello no pasó de ser una fastuosa ceremonia de la confusión.Los cristianos se preguntan si es lícito denominar al apóstol Santiago, hijo de Cebedeo y hermano de Juan, con una adjetivación militar. La simple lectura de los evanzellos y del libro de los Hechos de los apóstoles pone fuera de juecio semejante hipótesis.

San Lucas cuenta (9,5 1-55) que al ver Santiago y Juan que los samaritanos -considerados como herejes o cismáticos por los judíos- impedían el paso de Jesús y de sus acompañantes por su territorio camino de Jerusalén se sintieron en el deber de utilizar armas contundentes para reducir a los enemigos: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pretendían nada menos que el uso avani la lettre de una poderosa artillería aérea, comandada por su general en jefe Jesús. Pero éste, «volviéndose, les regañó».

Sin embargo, la regañuza del Maestro no les bastó, y ya en Jerusalén se valieron de las buenas artes de su madre para pedirle a Jesús las dos primeras carteras en el Gobierno que supuestamente formaría el nuevo Mesías tras su triunfo en la Ciudad Santa (Mt 20,20-28). Jesús vuelve a ponerse serio y les asegura que su reino no es homologable a los de este mundo: allí no habría ni poder ni espada; solamente el servicio desde la no violencia activa.

En efecto, ya Santiago agacharía la cabeza para siempre, hasta ponerla bajo el filo de la espada asesina de Herodes, que lo eliminó para congratularse con los judíos (He 12,1-3). Santiago fue el primer mártir de los doce, la primera víctima del poder civil y religioso, que consideraban más peligrosa la palabra libre del evangelizador que la espada amenazante del guerrillero.

Desgraciadamente, la piedad popular española, que animó la figura de Santiago y, que produjo en el famoso itinerariu jacobeo toda una civilización paneuropea, fue posteriormente manipulada por los amos del poder y de la espada que quisieron reconvertir a Santiago a sus primeros tropiezos de novicio, haciendo de él un «Santiago Matamoros» o, más recientemente, con ayuda incluso de los moros, un Santiago Matamarxistas», y todavía no sabemos si algún día, con ayuda de futuribles marxistas, harán, de él un «Santiago Matademócratas».

El caso es que la ceremonia de la confusión del pasado 25 de julio entenebrece la esperanza democrática de la mavoría de los españoles y crea una sensación de perplejidad y de angustia en los cristianos que quisieran seguir viendo a su patrono Santiago con la perspectiva final de su actitud limpiamente apostólica, superada la tentación de la espada y del poder.

Desgraciadamente, los católicos tenemos que entonar el nostra culpa, ya que hemos deado hacer y hemos contribuido activamente a crear esa imagen triunfalista del Evangelio y de todo lo que a él se refiere. Comprendo que es muy difícil desmontar los grandes pecados históricos, sobre todo cuando son bellos y suntuosos. Pero el pueblo cristiano de hoy, el que busca una respuesta a su fe débil y frágil, tiene derecho a una palabra de aliento por parte de sus responsables.

Aunque no fuera más que una sincera autocrítica y un primer paso sincero en la gran ceremonia del desmontaje: con ello renacería todavía la esperanza.

José María González Ruiz es canónigo de la catedral de Málaga.

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