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LAS VENTAS

Parecía una zarzuela

El paseíllo parecía una zarzuela. Los alguaciles, delante; detrás, los señoritos Rafael y Carmencita, a caballo; después, vestidos de luces, Cayetano, juncal y aflamencado, y a su lado, Rosarito, bajita, pizpireta, poderosa cadera, bien de colorete, y por último, la cuadrilla, curtida por los aires serranos, alguno con la cara tizná del sol. Sonaba un pasodoble retrechero.Lo bonito habría sido que, hecho el despeje, se hubieran puesto a cantar. Una romanza cada uno, seguida de dúos, coro, apoteosis final, y todos a la calle. En media hora, resuelto el asunto y tan felices. Pero les dio por torear, para nuestro mal.

Los señoritos de a caballo cabalgaron en todas las direcciones con el toro no siempre detrás. Nunca fue tan pisada y machacada la arena de Las Ventas. Rafael, en línea de rejoneador sobrio, suscitó los primeros bostezos de la tarde con su anodina actuación. Carmencita, en línea de amazona levantisca, cambiaba continuamente de caballos, atropellaba contra las tablas al novillo y, para prenderle los hierros, lo reunía por las posaderas. A eso le llamaban rejonear.

Plaza de Las Ventas

Cuatro novillos de Arturo Gallego, preciosos de trapío, encastados y nobles. Cayetano: media atravesada y dos descabellos (silencio). Pinchazo, estocada atravesada que asoma y dos descabellos (escasa petición y vuelta). Rosarito de Colombia: dos pinchazos, dos descabellos y se acuesta el novillo (protestas). Tres pinchazos tirando la muleta, descabello, aviso y otros dos descabellos (bronca y almohadillas). Para rejones un novillo de Santos Galache y otro de Arturo Gallego, manejables. Rafael Gutiérrez Campos, rejón en la trípa (protestas cuando intenta saludar). Carmen Dorado: tres rejones sin soltar y otro atravesado; acaba el sobresaliente José Garcia de ocho descabellos (silencio).

Es curioso que para la zarzuela eligieran una novillada de lujo. Aunque, más que curioso era un derroche. Los novillos, una preciosidad de lámina, trapío indiscutible, armoniosos de cabeza a rabo, salieron además encastados y nobles. El primero, que era de bandera, se destrozó en dos testarazos contra los burladeros y una voltereta al hincar los pitones en la arena, y acabó sin recorrido, pero los demás, incluido el cuarto de rejones, embistieron de maravilla.

El Cayetano le hizo al quinto una faena artística en lo que cabía. Sobre la mano derecha dibujó series exquisitas de redondos, se adornó por molinetes, embarcó bien en los naturales. Torea con gusto el Cayetano, aunque es difícil calificar cualquier aptitud torera en una zarzuela.

Para Rosarito también hubo novillos excelentes, aunque se los hizo destrozar en varas. Rosarito se disfrazaba de lagarterana en los primeros tercios, que por sus inhibiciones quedaban convertidos en burdas capeas, y en el último se ponía a la defensiva, de manera que aquella condición torera de aguantar las embestidas no concordaba con sus propósitos. Se pudo apreciar que sabe colocarse para las suertes, hay técnica en sus citas y seguramente lleva dentro una torería frustrada por cuestiones de valor y sexo. Pero Madrid es Madrid, y aquí o vienes torera, chica, o te sugieren otro empleo. El público se lo sugería a Rosarito, y la despidió a almohadillazo limpio.

Acabó, pues, la zarzuela como el rosario de la aurora. Romanzas, dúos y coros perdieron la gran oportunidad de lucir bellos en el agradable atardecer. La gente, que se hubiera podido ir tan contenta, abandonaba la plaza dé mal talante, y hasta los turistas musitaban rencores en todos los idiomas conocidos. En esperanto, también. Era lo que decían los amantes de la zarzuela: dos parejitas tan garbosas, y encima no se casan al final. Que nos devuelvan los cuartos.

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