Al general Pinilla
-Mi general, mi amigo, Luis... han corrido, y bien, años y años sin vernos, sin escribirnos, sin tratarnos, ¿por qué? Yo tengo la culpa fea; tú, la causa noble.-Y ¿por qué entonces salgo yo -tan viejo y tan cansado-, por qué me salgo con una carta-epístola que puede parecer de coba y nada podía ofenderte tanto?
-Leí en estos días referencias a ti como director de la Academia General Militar, y entonces, todo aquel pasado nuestro revivió y me sentí cojdo por un deber de gritar algo a nuestro pueblo, que apenas ha podido saber quién eres.
-No se trata, pues, de memoriar aquello de nuestros ocho o nueve o diez años en que, codo a codo, nos metimos en la faena de formar a una muchachada para ingresar en el Ejército. Para mí, tan poco dado a todo lo que sea conservar incluso memorias, esto es nuevo y merece se explaye. Teníanios nuestra academia preparatoria del FJ. Y ensoñábamos de tal modo con el futuro militar, que sin duda me pasé. ¿Te acuerdas cómo los chicos hablaban del «capitán Llanos» y del «padre Pinilla». y, es que yo ponía con la poesía y la pasión lo que tú con aquella tu sonrisa, tu dedicación paternal, tu profesión -clavado en ella- de tu entrega a lo militar añadías. La aventura más alocada de este menda, y el comienzo de tu dedicación absoluta y total. Yo volé y he cambiado después mucho; tú, lo sé, eres el mismo con lo mismo, desde tu fe misma y tu entrega absoluta a la creación de un soldado que, sin ser radicalmente nuevo, fuese el de nuestro tiempo y país.
-Te repito que no voy de memoranza, ni menos de laúdes, al amigo y compañero entrañable; voy de presentación y desde mi deuda a ti y nuestra distancia, voy a devolver y lanzar la trova a quienes esperan su prototipo de militar que acabe con cumplir todas sus esperanzas y colmar todos sus deseos. Porque el capitán -entonces- Pinilla era la inifitancia en entero, con aquella sonrisa, aquella humanidad, aquel rigor y aquella humildad realmente fuera de toda serie. Era lo que esperaba España, siempre vertebrada en castrense, pero en aurora por los cincuenta, antes de que los que dormían rompieran su sueño. Eras y eres un hombre de fe y de cuadratura militar, sin más y sin menos, demasiado nuevo para entonces, y por eso... tu labor de formar jóvenes era ya componer patria nueva. No había comparación ni alternativa, y eso que quien escribe estorbaba...
-No, Luis, permíteme que me salga de lo mío y de lo tuyo; la alabanza sobra, pero la distinción, no. Fle tenido que conocer y tratar a miles de los que hoy son más o menos importantes, incluso dentro del Ejército, pero Luis Pinilla Soliveres sólo ha habido uno. Y uno que es menester cantarle a él sus mañanitas porque ha pasado por la historia de nuestro reciente pueblo y las correspondientes promociones militares a cuerpo suelto, sin tambores a la cabeza. Tú, con aquellos otros inolvidables, Antonio y Manolo más otros, no pocos, que cayeron desde sus aviones en plena esperanza de fruto; tus colaboradores y hermanos; tú abriste una ruta en el matorral, y ahora hay que decírselo a tanto deprimido que mira hacia atrás y tan sólo ve cenizas y rastrojos.
-Pero llegó tu día, nuestro día; yo fui el que lloré primero, aunque todavía capellanease al lado de Campano; tú el que te fuiste antes, pero a levantar otro plantel de lo mismo.
-Bien sé que tal caso, el de nuestra academia y su desaparición, a pocos, a nadie puede interesar, es algo demasiado privado aunque con sus pun os hacía adelante, pues cuántos jóvenes íngresaron en las acaclemias desde nuestro conventículo! Pero aquellos cientos de alumnos, más log que después fuiste tú preparando e introduciendo en las distintas Armas, ya no es mero recuerdo sin importancia. Es lo que pasados los años llegó a coronarse en tu entrada como general director de Zaragoza. Y esto ya hace actualidad y grande.
-Nuestro pueblo, siempre dado a querer y empinara lo militar, ensueña entre tanto ensueño actual como un ejército como el de siempre, pero puesto a la hora. No, no es cierto que haya oposición; hay esperanza y desuos imponentes de tener soldados al servicio del pueblo, los que tú soñabas, en los que sigues soñando. Y por ello hay que decir que de sueño ya poco, porque tú entre otros habéis ido trabajando hombres para que vistan ya su uniforme como el pueblo pide y gusta. Tal la finalidad de este artículo-carta: decir a tantos y tantas que hubo y hay un general Pinilla, y como él, no pocos que nos cierran todo temor y nos abren todo futuro.
-Como ves, no se trataba sólo de echarte piropos; yo volé desde nuestra obra para caminos distintos, el peso y más de tanta estructura y el ansia de nuevas rutas populares me llevaron lejos de ti, el nunca político de profesión ni de tentación, el hombre que en su visión clara de lo que debía ser un militar siempre partió de su profesionalízación como sacerdotal sin compinchazos algunos. Nos separamos; sé de quién tenía la causa -¿culpa?- porque tú no podías seauir mis andaduras. Pero hoy, cuando te veo ahí, de lejos, el mismo de siempre, con su entrega y humildad -digo humildad con especial empeño- de siempre, con la incomprensión que también de común te ha rodeado, hoy, Luis, no he podido dejar de saldar una deuda y de añadir una pequeña voz a la preocupación de un pueblo que teme y espera. El «cura rojo de Vallecas» que dice Paco Umbral no te señala con el dedo, no tengo derecho para ello; eres tú, el de siempre, el incógnito esperado quien, sin proponértelo, de tal modo te recomiendas que nos haces bien a todos, blancos y rojos, porque la paz definitiva y honda de España, entre otros. puede tener un nombre: Luis Pinilla Soliveres (aunque te pese, querido; tu destino y mi nuevo ensueño).
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