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El 18 de julio o la destrucción del Ejército

Seguramente, el más trágico y sangriento hecho de nuestra historia contemporánea fue la destrucción del Ejército el 18 de julio de 1936. Es sabido que el Ejército no respondió a la llamada del general Franco como éste esperaba. No existen, no han existido nunca, datos oficiales dados por el Gobierno de la República sobre los efectivos del Ejército que se sublevaron. Tampoco han existido datos oficiales por parte del Gobierno de Franco, sobre los efectivos que se sumaron al Alzamiento. Naturalmente, lo sucedido a continuación en ambos bandos enemigos explican este silencio, esta falta de clarificación de una cuestión esencial. El grito de Franco desarticuló las Fuerzas Armadas y las redujo a ruinas. Con sus escombros se reconstruyeron apresurada y heterogéneamente dos ejércitos para la guerra que, indudablemente, no representaba ninguno de ellos a la totalidad de España.Desaparecido el general Franco y al proclamarse España en régimen democrático, se alzaron voces, más o menos autorizadas, que hablaron de reconciliación política y de reconciliación cultural. Más vidrioso, pero fundamental, podría ser el tema de la reconciliación militar.

Aquel día, el 18 de julio, la fraternidad de la gran familia militar se quebró. Y no fueron las ideas políticas o las ideas religiosas las que originaron la quiebra. Puesto que hubo con Franco militares, como Cabanellas y Aranda, que eran liberales, y estuvieron con la República militares católicos y conservadores, como Batet, Salcedo, Campins o Herrera. La causa de la quiebra fue la idea que los hombres que vestían uniforme tuvieron del cumplimiento del deber.

Donde la sangre corrió primero fue en los cuarteles. Allí estuvieron los primeros defensores de la República y las primeras víctimas de Franco. Se rompió la unidad, el compañerismo, la disciplina. La destrucción del Ejército fue patente. Y esta destrucción, con frecuencia, fue acompañada de una íntima división familiar, porque no solamente se enfrentaron compañeros contra compañeros, sino hijos contra padres y hermanos contra hermanos, ya que los vínculos familiares eran frecuentes en el Ejército. Recordemos algunas de estas dolorosas separaciones familiares entre los nombres que alcanzaron el generalato, a los Villalba Rubio, Ruiz-Fornells, Hidalgo de Cisneros, Pozas Perea, Aranguren, Urzaiz, Puente Bahamonde, Gómez Morato, Cruz Boullosa, Pérez Salas.... familias de honda raigambre militar, en las que los miembros de más edad y graduación defendieron la República y los de menos edad y jerarquía la atacaron. Detengámonos en los Pérez Salas. Eran cinco hermanos militares. Cuatro permanecieron con la República: Joaquín, coronel de Artillería, hecho prisionero por las tropas de Franco en Cartagena y fusilado el 4 de agosto de 1939; Manuel, teniente coronel de Infantería, que también fue hecho prisionero por las tropas de Franco, en Valencia, y fusilado; Jesús, coronel de Infantería, que cruzó los Pirineos a la caída de Cataluña y marchó al exilio; José, comandante de Artillería, que fue profesor de la Escuela de su Anna. Y del otro lado de la barricada, Julio, comandante de Caballería, que sirvió en las filas de Franco y alcanzaría el grado de teniente general.

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Esta gran tragedia del Ejército profesional, prólogo indispensable para que la guerra civil se iniciara, y punto de apoyo para la creación de dos ejércitos nuevos en ambos campos enemigos, quiso evitarla Diego Martín Barrio al constituir el 18 de julio de 1936 el Gobierno de conciliación (véase EL PAIS, 18 de julio de 1978). Su tesis (rechazar el concurso de las organizaciones obreras y confiar en el Ejército) carecería de valor si los acontecimientos posteriores hubieran probado su error. Pero los acontecimientos posteriores, es decir, la actitud militar, prueban que tenía razón. Que la República podía haber confiado en el Ejército.

No se puede minimizar este hecho, la actitud militar en aquella fecha. Hay que poner de relieve la verdad histórica, que si fracasó el golpe de Estado militar del general Franco fue debido al propio Ejército, porque una fracción mayoritaria de generales, jefes y oficiales decidieron defender la legalidad, la Constitución y la República. Sobre todo, no se puede emplear la técnica de la amalgama y confundir la República, el golpe de Estado y la guerra civil, porque son tres tiempos distintos y plenamente diferenciados.

¿Quién lanzó la especie de que se sublevó todo o casi todo el Ejército, cuando en realidad fue tan sólo una fracción minoritaria la sublevada, que apenas alcanzaría más tarde la mitad de la oficialidad y escasos generales? ¿Cómo se deformó este hecho?

En las filas de Franco esta idea convenía. La pregonaron con todas sus fuerzas, era el elemento central de su propaganda: el Ejército está con Franco. En el campo de la República, fracasado el Gobierno de Martínez Barrio, desencadenada la revolución obrera, armadas las milicias, rechazadas las instituciones militares, también convenía esta idea: el Ejército se ha sublevado. La propaganda, como decíamos, gritaba y exaltaba, en ambos bandos, esta imagen. La nube de periodistas extranjeros que cayeron sobre España la acreditaron. Además, según se mire, la estampa era grata de contemplar: un pueblo luchando contra su Ejército, para unos, y un Ejército salvando a su país, para otros.

Así se abrió paso la leyenda, que tuvo en Julio Alvarez del Vayo (periodista y ministro socialista de la tendencia revolucionarla de Largo Caballero), en lo que concierne al campo de la República, su más ferviente patrocinador. Esta leyenda fue luego recogida por Salvador de Madariaga en 1942 y se inició una cadena infinita de historiadores que la confirmaron y acreditaron en el extranjero. Los historiadores franquistas hicieron lo mismo en España.

Nadie prestó atención al contingente importantísimo de militares profesionales que marcharon al exilio y que denunciaron esta superchería. En sus uniformes, conferencias, libros, pusieron de manifiesto este secreto que, por otra parte, ya había señalado en 1938 el general francés Maurice Duval. Lo pusieron de relieve en 1939 el general Mariano Gamir Ulibarn, exiliado en Francia, y el general Vicente Rojo Lluch, en 1942, exiliado en Argentina. El general Fernando Martínez-Monje y Restoy, que al estallar la sublevación tenía el mando de la III Región Militar, suscribió un documento sobre la sublevación militar anexo al memorándum presentado a la ONU en 1946 por el Gobierno de la República española en exilio, donde declaraba taxativamente: «Es falsa la afirmación franquista de que le acompañaron las instituciones armadas». Lo mismo repitieron en 1947, desde su exilio en México, el coronel diplomado de Estado Mayor Mariano Salafranca y el coronel de Infantería Jesús Pérez Salas, y en sus notas insistieron sobre este hecho los generales exiliados en México Francisco Llano de la Encomienda, Sebastián Pozas Perea y José Miaja Menant. Como asimismo el general José Asensio Torrado, exiliado en Nueva York, y los generales José Riquelme y López-Bago y Emilio Herrera Linares, exiliados en París.

Este hecho fue descubierto en España treinta años más tarde por la segunda generación de historiadores franquistas. Ricardo de la Cierva, «pluma al servicio de los grandes hombres de la España nacida el 18 de julio» (según Antonio Guerrero Burgos al presentarlo en el Club Siglo XXI), ha podido escribir: «No se sumó a la rebelión el 80% de los generales de brigada, ni el 70% de los coroneles y tenientes coroneles, ni la mitad de los comandantes... Más de la mitad de la oficialidad decidió servir a la República... Hay que descender en la jerarquía militar hasta comandantes y capitanes para encontrar una proporción favorable a Franco ... ».

Ramón Salas Larrazábal, militar de profesión que, como él mismo nos dice, «ha gozado del privilegio de poder patear con absoluta libertad» el Archivo Histórico Militar y que ello le ha llevado «a incurrir constantemente en el complejo de Colón», llega a estos descubrimientos: «Si las Fuerzas Armadas se hubieran levantado en su totalidad o simplemente en la proporción que comúnmente aceptan los historiadores, la rebelión hubiera triunfado con sorprendente facilidad» (página 170, Historia del Ejército Popular de la República). «En Madrid», sigue Larrazábal, «en Barcelona, en Valencia, en Cartagena, en Bilbao, en Santander, en Málaga o en Almería, ciudades todas ellas en las que triunfó el Gobierno y que en su conjunto decidieron el golpe de Estado, fueron las Fuerzas Armadas que permanecieron fieles al Gobierno -Ejército, Guardia Civil, Carabineros o Asaltoquienes resolvieron la situación, reduciendo a los rebeldes» (también página 170).

Todos estos descubrimientos refuerzan extraordinariamente la tesis mantenida por Diego Martínez Barrio el 18 de julio de

1936. Fue la mente lúcida que vio claro el problema. Al Ejército español, exasperado por la violencia de la extrema izquierda e intoxicado por las peticiones de la extrema derecha, se le proponía «salvar a España de la anarquía». Pero el golpe militar sembró la anarquía en el Ejército y condujo a España a la guerra civil.

Antonio Alonso Baño fue ministro del Gobierno de la República española en el exilio.

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