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Tiempo de avanzar

España había emprendido, con bastante ilusión y la libertad ganada, un camino de proyectos reformistas y de ambiciones históricamente sentidas: modernizar la sociedad, asentar y garantizar las libertades, remover los obstáculos que frenan el progreso, pacificar nuestra convivencia, distribuir mejor el poder y la riqueza, buscar y hacer sentir a todos la justicia. Y, de pronto, se torció el viaje. Llegó el desencanto, primero, y llegó Tejero, después. Empezamos a quelarnos de todos nuestros males, a sentir indiferencia y apatía, a ver solamente los puntos negros y a rememorar fracasos pasados, casi convencidos de que el español es, mucho más allá de Heidegger, un ser para la muerte. A su vez, los asesinos de toda laya se esforzaron por difundir a diario con sus crímenes el espectro de Thanatos por todo el territorio de nuestra vieja nación, y de modo especial en el País Vasco.Crisis económica, terrorismo, paro y golpismo. He ahí, ciertamente , unas condiciones poco propicias para generar confianza y optimismo. Sin embargo, si profundizamos en el análisis de nuestra situación real y arrinconamos nuestra ibérica tendencia a la espantada, hay motivos suficientes para recobrar la esperanza. Dice un verso de Hólderlin que, allí donde alienta el peligro, crece también la salvación. La situación crítica que estamos viviendo los españoles es una oportunidad histórica para unir los esfuerzos de todos cuantos queremos que arraigue en nuestra tierra una sociedad moderna y libre. Embarcados en ese proyecto podemos avanzar sin miedo a la luz de la razón y dejar atrás la noche. Circulan por ahí demasiados libros y reportajes sobre «la noche de Tejero». Pues bien: necesitamos ideas y mensajes aurorales, abandonar la obsesión por tanta nocturnidad y sombra golpista, y caminar hacia el pleno día de la democracia. Ese es el actual espíritu del tiempo, de un tiempo recobrado, que ya Hegel creía que había dado la orden de avanzar.

Aquí y ahora, la estrategia del avance se plantea como algo encaminado a transformar el presente, seguir los rumbos del tiempo nuevo y movilizar el caudal de energía y juventud de la sociedad española para realizar los cambios necesarios. Ante la crisis, se necesita imaginación para hallar las soluciones adecuadas, y nada habría menos indicado que volver a inventar la CEDA como remedio. La derecha española tiene que organizarse para defender sus intereses y su visión del mundo con un sentido realista de nuestras circunstancias históricas, sin ninguna preterísión de grandeza. Hablar de «gran cierecha» ya denota un rasgo pretencioso y anacrónico de sus voceros, una especie de fanfarronada senil para sublimar las impotencias. La única grandeza posible es la de iluminar y acertar con las claves del futuro; un futuro moldeado por el conocimiento y penetrado por la conciencia de la liberación y la justicia. Ese es el mundo que nos aguarda, hacia donde va la historia, por mucho que les pese a los intolerantes y a los enemigos del progreso.

Nuestro proyecto político debe ir en esa dirección, abriendo todas las ventanas por donde pueda llegar la luz del saber y las ideas. No son los nuestros tiempos para que los arzobispos veten, como ha hecho el de Toledo, la asistencia a procesiones. Hace dos siglos. Voltaire, que se pasó toda su vida luchando contra la intolerancia, quería ècraser I'Infâme, sin lograr desterrar de nuestras sociedades esa lacra mezquina del espíritu

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Luis González Seara es catedrático. Fue ministro de Universidades del Gobierno Suárez.

Tiempo de avanzar

Viene de página 9humano. Pero se han dado grandes pasos desde entonces, e incluso en España el actual giro de las cosas augura el envío al desván de los inquisidores que pretenden amordazarnos y coartar nuestro libre albedrío. Ni con apelaciones a doctrinas vetustas ni con llamadas pastoriles al espíritu de rebaño se va a conseguir parar el progreso en la conciencia de la libertad. No se puede desandar la historia. El que quiera repetirla está condenado a vivirla como farsa, mientras ve cómo van hacia adelante, derribando los obstáculos de la reacción, las fuerzas innovadoras de la creación y el progreso.

Esta es la España que va a triunfar, y no la de Tejero. Debemos expulsar de nosotros el miedo y sacudir la parálisis del golpe porque, históricamente, no es posible. Individuos golpistas pueden, sin duda, organizar una matanza o crear en la vida española un paréntesis de sangre y represión. Pero no podrán asentar un poder duradero que nos gobierne. La complejidad de la sociedad española y la naturaleza de los problemas planteados no permiten los tratamientos simplistas de patrioteros del gazpacho y, la fabada, ignorantes de los supuestos más elementales del orden social moderno. Nuestro futuro debe ser construido por la voluntad de la mayoría de los españoles, siendo preciso actuar con toda firmeza contra quienes traten de suplantar y atropellar esa voluntad. Marchar hacia adelante supone exigir las responsabilidades de los golpistas y de sus cómplices, sin asustarse por las consecuencias. Cuando una democracia está amenazada sobran los excesivamente prudentes, miedosos y precavidos. La mejor colaboración que pueden esperar los golpistas sería la de no aplicar las leyes ante el temor de que el golpe pueda repetirse. Y sería, al mismo tiempo, un insulto a la dignidad de las Fuerzas Armadas, de las Fuerzas de Orden Público, y de todos cuantos quieren salvaguardar, desde ellas, el honor de la patria.

D. Antonio Machado sabía que el hombre tiene cuatro cosas: «que no sirven en la mar: / ancla, gobernalle y remos,/ y miedo de naufragar». Con miedo de naufragar no vamos a ningún sitio y quien lo sufra debe dejar a otras el gobernalle y los remos. El Rey hizo honor, valientemente, a su compromiso democrático con el pueblo español. Cualquier titubeo o debilidad de otros responsables políticos pueden llevarnos al desastre y a la indignidad. Quien no esté dispuesto a dar su vida, si es preciso, por la libertad, que abandone el escenario y se vaya a su casa. La democracia española debe dejar sentado que no se es golpista en la impunidad y que las leyes del Estado, porque nos las hemos dado voluntariamente los españoles, se aplican sin contemplaciones. Y no sirve como pretexto exculpatorio decir que a uno le han engañado.

Es curioso comprobar cómo esta coartada del «engaño» ya se utilizó en la «sanjurjada» contra la Segunda República. En la intervención de Manuel Azaña ante las Cortes, el 11 de agosto de 1932, al dar cuenta del final de la rebelión militar y de la huida de Sanjurjo de Sevilla, el entonces ministro de la Guerra informó a los diputados de algunos hechos ocurridos: recuperado el mando por el general nombrado por el Gobierno, varios participantes en la intentona militar «se habían presentado ante él a hacer protestas de acatamiento al poder legítimo y a hacer saber al general de la división que habían sido engañados por los directores de la rebelión». Ahora, en el frustrado golpe del 23 de febrero, también han aparecido unos nuevos «ensañados» que, al parecer, creyeron que asaltar el Congreso y secuestrar a los diputados y al Gobierno de la nación era un sencillo y rutinario acto de represión del bandidaje. Sin duda, en la conspiración y el golpe del 23-F existen diversos grados de culpabilidad y responsabilidad, que deberán establecer los jueces; pero el argumento del engaño resulta una burla inadmisible

Además de dar la debida respuesta a las valentías golpistas, marchar hacia adelante significa poner en práctica una serie de medidas aún no abordadas o que van con retraso: reformar y modernizar a fondo la Administración pública; racionalizar las estructuras socioeconómicas y transformar o eliminar gradualmente las que generan injusticias, privilegios, ineficacias y costes sociales excesivos; desarrollar e impulsarla investigación científica y la innovación tecnológica, para aminorar nuestra dependencia y no quedar descolgados del mundo del futuro; combatir la corrupción y el fraude en todos los sectores sociales; poner a punto la nueva organización territorial del Estado, con más claridad y voluntad políticas que con dictámenes de expertos de escasa eficacia práctica; disminuir las desigualdades entre españoles, cualquiera que sea su origen; en definitiva, apostar por una sociedad libre y racional, tolerante con las ideas y creencias de cada uno, abierta al futuro y al saber, que trate de crear las condiciones necesarias para un pleno despliegue de la dignidad humana.

Un programa de ese tipo es el que deben votar los españoles que quieran una España nueva y moderna. ¿Cabe pensar que lo pueda llevar a cabo una pequeña o gran derecha?

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