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Europa debe mantener abierto su mercado sólo para los integrantes de la CEE

Soledad Gallego-Díaz

La tendencia al neoproteccionismo se extiende como una mancha de aceite por Europa occidental y puede provocar en los años próximos una balkanización del Mercado Común Europeo, con resultados desastrosos para la economía de nuestro continente. Sin embargo, el coste de una opción de libre intercambio sería aún mayor.

Entre estas dos posibilidades se empieza a dibujar una tercera, que podría resumirse, en líneas generales, de la siguiente manera: Europa debe conservar su mercado interno abierto, pero sólo para los propios países miembros de la Comunidad; frente a los países terceros debería ejercer un proteccionismo basado en el anuncio anticipado de los límites del mercado que deja a las importaciones.Esta es la tesis que mantienen los economistas Michael Noelke y Robert Taylor, de la European Research Associates, en un estudio titulado Prácticas y tendencias del proteccionismo en la CEE, que acaba de aparecer en Bruselas. El estudio contiene un exhaustivo análisis de la situación actual y tendencias previsibles en diez sectores industriales: acero, construcción naval, automóviles, herramientas, electrónica, microelectrónica, textil, petroquímica y fibras sintéticas, calzado y papel.

Según las conclusiones de Noelke y Taylor, los años sesenta, que aparecen como la edad de oro del libre intercambio, permitieron, sin embargo, que Europa ejerciera un «proteccionismo de hecho», porque ni Japón, ni Estados Unidos (con un dólar supervaluado), ni los países del Tercer Mundo se habían lanzado a la fabricación de productos que, en teoría, exigían mano de obra cualificada y procesos complicados de elaboración. La competencia se realizaba con países en los que los costes eran comparables y con reglas sociales semejantes. Japón, la bestia negra de hoy día, se limitaba a una gama muy reducida de productos, que exportaba con gran preferencia a Estados Unidos. Los países del Tercer Mundo no existían como productores industriales, y en el único capítulo en el que podían competir, el textil, se vieron sometidos a un acuerdo.

Pero la velocísima evolución de la situación económica internacional ha hecho que en los años setenta y ochenta Europa se encuentre con una dura competencia para la mayor parte de los productos industriales, y especialmente para los bienes de consumo corrientes (every man's goods), que se producen hoy día por todo el mundo. La competencia es aún mayor en los sectores de alta tecnología. Tanto Japón como Estados Unidos o los nuevos países industriales (NPI) han diversificado su producción y sus mercados, incluso entran en el mercado interior europeo. Los NPl, por ejemplo, suponen en estos momentos un 10% de todas las exportaciones

No es solución la especialidad

Para el equipo de economistas de la European Research Associates no supone ninguna solución especializar la producción europea en sectores sofisticados. No hay que olvidar, explican, que estos sectores sólo suponen del 10% al 20% del mercado y que además el único país verdaderamente beneficiado sería la República Federal de Alemania, y no el conjunto de la CEE. Lo mismo sucedería si Europa intenta concentrarse en tecnologías de punta. El mercado es muy reducido: la población mundial tiene una necesidad muy delimitada de aviones, equipos submarinos o reactores nucleares, mientras que los bienes de consumo continúan siendo el campo fundamental para el comercio. Es falso también que la solución pueda llegar a través de una reducción drástica de la mano de obra europea: aunque quedara reducida a la mitad, la Comunidad no podría atrapar a la industria japonesa, pese a que es más productiva que la europea sólo en los llamados sectores de exportación. La única consecuencia segura sería la destrucción de la paz social en nuestro continente.

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