Tomás Campuzano entra en Pamplona con todos los honores
ENVIADO ESPECIALTomás Campuzano es de esos toreros que siempre hubo (hasta que aparecieron los niñatos de las exclusivas) dispuestos a asumir todos los riesgos y todos los sacrificios que conlleva la profesión, con el firme propósito de llegar alto. Unos se quedan en el camino, porque no reúnen condiciones o no les favorece la suerte, otros siguen adelante, y son muy pocos los que logran alcanzar puestos cimeros. De momento, Tomás Campuzano ya ha hecho parte del camino, aparece contratado en las principales ferias, y ayer entró en Pamplona con todos los honores.
Hace un par de temporadas tuvo el apoyo de un empresario fuerte y, supo aprovecharlo. No se echó a dormir, no abusó del favor mendigando facilidades, no se convirtió en asalariado. Por el contrario, lo que hizo fue arrimarse e intentó cada tarde mejorar su toreo. Puede decirse de Campuzano que es un espada sin calidades relevantes. Pero si continúa con este afán y no le apartan del camino los muchos obstáculos que suelen entorpecer la dura profesión que ha elegido, puede cuajar en un interesante torero, de corte dominador y quizá también de estilo.
Plaza de Pamplona
Tercera corrida de sanfermines. Cinco toros de Fermín Bohórquez y cuarto de Bohórquez Domecq, todos bien presentados, justos de fuerza y en general manejables. Sólo segundo y quinto presentaron algunas dificultades. Dámaso González: pinchazo y media estocada (silencio). Media estocada baja (silencio). José Mari Manzanares: pinchazo y estocada corta caída perdiendo la muleta (pitos). Pinchazo y estocada corta baja (silencio). Tomás Campuzano: buena estocada (oreja). Estocada corta baja (dos orejas). Salió a hombros por la puerta grande.
La mejoría se le nota en cada actuación. No hace mucho se limitaba a manejar el capote con eficacia y ahora ya lo emplea con finura en la instrumentación del toreo a la verónica. Con la muleta era un pegapases voluntarioso, y ahora ya tiene ribetes de torería, unida a cierto empaque en la ejecución de las suertes. Mantiene el valor de los primeros días, del que no hace alarde, pues ha abandonado aquellos alborotados aires gimnásticos de sus comienzos.
Todo cuanto decimos, sin embargo, conviene aplicarlo en su justa medida, pues aún le falta mucho a Campuzano para poseer la clase que es exigible a una figura del toreo. Ayer mismo sus faenas debieron ser más artísticas, habida cuenta de la nobleza con que le embistieron los toros, queda al descubierto, por tanto, un amplio margen entre el torero que es y el que quiere ser. Sin embargo, alcanzó un triunfo merecido, pues suplió con valentía y dominio la exquisitez con que se hubieran podido torear los Bohórquez.
Por el ruedo anduvieron, en alternancia con Campuzano, figuras consagradas. Una de esas figuras, el san Dámaso González de todos los pases y todas las piruetas, fue un aburrido muletero. Otra de esas figuras, el san José Mafi Manzanares, también llamado fino torero alicantino, fue una sombra fugaz, que ponía lejos del alcance de los toros su fina anatomía.
Estas figuras consagradas, que acostumbran a salir bajo palio en las plazas de pueblo, estuvieron a punto de salir en Pamplona bajo una artillería de mendrugos y güitos. No se produjo porque una tormenta puso a los tendidos en desbandada. Pero moralmente pueden darse por bombardeados. En realidad, visto como se las gastan los mozos en Pamplona, el trasteo con que el fino torero alicantino se quitó de en medio al quinto de la tarde era de escándalo. Dieron la imagen viva de un mal profesional, sin ilusión, sin vocación y sin recursos, que eludía con desordenados mantazos el más mínimo conato de embestida. Luego va diciendo por ahí que le tienen manía. Curiosa reacción la del fino torero alicantino, muy reveladora de que no tiene propósito de enmienda, por lo menos a corto plazo.
Al lado de los aparatosos, apabullantes y gigantescos toros navarros del miércoles, los Bohórquez parecían chicos, pero sólo se trataba de un efecto óptico, pues tenían seriedad y cuajo. La tarde de los toros navarros la gente decía: «Esto es lo que deberían torear las figuras». Pero está claro que no hace falta tanto. Simplemente el toro normal, serio y limpio, basta para que pongan pies en polvorosa.
Babelia
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