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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Polonia y el entendimiento global

LA VISITA de Gromiko, ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, a Varsovia se considera como la primera de una serie de presiones fuertes sobre el partido comunista polaco (Partido Obrero Unificado, en su nombre oficial), cuyo congreso está convocado para el 14 de julio.Los aficionados a las comparaciones históricas recuerdan que la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 se realizó para impedir una reunión decisiva del Comité Central, en la que se iba a emprender una serie de reformas de carácter democrático. Cabría deducir, así, que la URSS tiene ahora el mismo interés en evitar que el congreso del partido polaco cumpla el carácter histórico que se le atribuye y modifique esencialmente el régimen, adoptando una serie de libertades -o legalizando algunas ya existentes- que Moscú considera, según sus últimas advertencias, como materialización de un revisionismo y un oportunismo que permite que «la mentalidad burguesa corrompa el aparato del partido y a la clase obrera».

No es sólo Moscú quien piensa así, sino también algunas facciones menores del partido polaco que estarán presentes en el congreso; por ejemplo, el grupo de Katowice -la ciudad del que fue secretario del partido, Edvard Gierek, batido por la contrarrevolución-, que ha enviado ya un documento a Varsovia denunciando la traición a las normas comunistas. Si la protesta encontrara eco en otras minorías, Moscú trataría de fortalecer ese tipo de grupos como -repitiendo la comparación- hizo ya en Checoslovaquia, con lo que pudo alegar que las fuerzas del Pacto de Varsovia habían entrando en Praga a petición de los propios checoslovacos amenazados.

El riesgo de estas comparaciones puede radicar, principalmente, en ignorar que un acontecimiento puede convertirse en un factor que modifique la historia posterior: es decir, que en estos momentos tanto los polacos como los soviéticos hayan aprendido la lección de Praga y traten de evitar que sus comportamientos sean una mera repetición de algo que fue fundamentalmente un fracaso para las dos partes. Para Checoslovaquia, por su "recaída en la pérdida de libertades, y para la URSS, por su siembra de hostilidad por parte no sólo de Occidente, sino también de las llamadas democracias popula res y de los partidos comunistas del mundo entero.

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Al parecer, en la entrevista de Breznev con Willy Brandt en Moscú, éste ha recibido toda clase de garantías de que la URSS no piensa en un ataque directo contra Polonia. Pero tampoco parece que los soviéticos vayan a permanecer impávidos ante la completa pérdida de su influencia sobre ese país, con las consiguientes implicaciones para su sistema de defensa y de dominio. Una presión práctica se está realizando ya en la reunión del Comecon -el Mercado Común de las llamadas democracias populares-, donde se plantea ante Polonia la posibilidad de un duro bloqueo, como castigo, o de un refuerzo en la ayuda común, como premio. La URSS aceptaría una reforma de la producción polaca, una reestructuración de su industria, de sus minas y de sus puertos, con la ayuda económica y técnica necesaria, a condición de que por lo menos las reformas se detuvieran en el estado actual.

No olvidemos que uno de los factores que está pesando en la vida polaca, incluso más que la amenaza de invasión, es el empobrecimiento general y el retraso acelerado de su economía. Una parte de la población, aun la que no desea de ninguna manera continuar en la órbita soviética -podría decirse que una gran mayoría-, critica a los sindicatos Solidaridad y a la inercia del Gobierno por haber dejado caer el sistema económico del país. Lech Walesa, que a pesar de su combatividad y de su tesón mantiene una posición realista, ha advertido ya a sus compañeros que deben suprimir las huelgas y la lentitud en el trabajo, reservando este arma para las grandes ocasiones y no para cada pequeña conquista, porque la economía del país se está hundiendo velozmente, y también les exhorta a una moderación en las reivindicaciones.

Tras todo este movimiento de preocupación está, sin duda, la Iglesia católica. Los impulsos que pueda recibir la oposición polaca -y es ya muy difícil distinguir entre la oposición y el Gobierno, puesto que la unanimidad de propósitos nacionalistas y proclives a la democratización y las libertades es ya muy ostensible- por parte de Reagan parecen también estar siendo examinados con un cierto realismo y con una considerable desconfianza de lo que pudiera hacer Occidente en cualquiera de los dos casos: el ahogo económico y la invasión armada. Hay más esperanzas, ahora, en una negociación global entre la URSS y Estados Unidos. Viajeros como Willy Brandt y el ministro británico de Asuntos Exteriores, lord Carrington, parecen llevar y traer mensajes en ese sentido. La cuestión es saber qué exige la URSS a cambio de permitir una Polonia polaca. Se habla del tema de los euromisiles, de cuestione s de gran estrategia, quizá de la renuncia por parte de Estados Unidos de vender armas a China, de un arreglo general de seguridad mutua que se estudiaría en la prometida reunión Estados Unidos-URSS antes de fin de año.

Todos estos argumentos inclinarían a suponer que el congreso del Partido Obrero Unificado no será tan histórico como se pretende en Occidente, y que la Unión Soviética no llevará sus presiones a puntos irreversibles. Sin embargo, los analistas y observadores de la política exterior e interior soviética saben que la kremlinología es una disciplina que siempre produce sorpresas, algunas tan trágicas y condenables como la invasión de Checoslovaquia en 1968 y de Afganistán en 1979.

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