La doble victoria de Gary
Romain Gary, el autor que ganó el Premio Goncourt con su novela Las raíces del cielo, y que se suicidó en París hace medio año, es el único escritor que ha ganado dos veces ese galardón, informa desde París Feliciano Fidalgo. En 1975, el Goncourt le fue otorgado a Emile Ajar, por su obra La vida por delante. Pero ahora resulta que fue Gary quien la escribió. Así lo afirma Emile Ajar, seudónimo de Paul Pavlowitch, sobrino de Gary y falso autor de todas las novelas que escribía su tío y que firmaba él con el misterioso seudónimo. ¿Es cierto todo esto o se trata de una fabulosa mistificación literaria, con ribetes publicitarios no menos fabulosos?El mundo literario francés se ha quedado de piedra. He aquí la historia: un autor completamente desconocido, llamado Emile Ajar, publica su primer libro en 1974 bajo el título Le gros calin. La calidad de la obra incita a la crítica a plantearse cuestiones sobre Ajar que, por su parte, alimenta todos los misterios. Ni quiere entrevistarse con la Prensa ni revela su verdadera identidad se muestra como un hombre torturado, es decir, ofrece una imagen literaria que no es increíble, ni mucho menos, pero que es sospechosa.
Un año después, el sorprendente Ajar reaparece con La vida por delante, coronada con el Goncourt. El renombre del premio, más el personaje fugitivo que firma Ajar, sin olvidar la calidad de la obra, hacen que esta última venda varios cientos de miles de ejemplares. Ajar ya no resiste y concede alguna entrevista pero lo de que su tío Romaín Gary era su negro lo disimula perfectamente. Un año después publica su tercer libro, Pseudo, y afirma que será el último. Más intriga. Esto se reveló falso cuando en 1979 editó La angustia del rey Salomón, obra que fue saludada como la mejor de Ajar.
Y, por fin, ayer apareció en las librerías el verdadero (no deja de ser un decir) primer libro de Paul Pavlowicht, alias Ajar, titulado El hombre que se creía. En esta obra descubre el camuflaje: «A finales de 1972, Romain Gary me dijo que tenía la intención de escribir algo completamente distinto y con otro nombre, porque no se sentía lo bastante libre», revela ahora Pavlowicht.
Así fue como surgió la gran mentira que, con ciertas reticencias iniciales por parte de algún crítico, acabó creyendo todo el mundo literario galo. Ni los editores estaban en el secreto; Gary le había exigido a su sobrino que sólo podría esclarecer la verdadera identidad de los libros firmados por Ajar cuando él hubiese muerto. Así ha sido, pero nadie se lo cree a pies juntillas. Gary, fallecido, no puede desmentir. El personaje Ajar ha jugado mucho con su incógnito, el golpe publicitario es sensacional. Todo ello invita a dudar, pero nadie puede oponer pruebas en sentido contrario, al menos por ahora.
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