La dictadura de Jomeini
HUIDO, CON SU familia encarcelada y el pueblo -o la parte manipulable del pueblo- pidiendo su cabeza por las calles -con pancartas convenientemente escritas en inglés además de en parsi para que las televisiones y las cámaras fotográficas extranjeras lo capten, el que hasta ayer era jefe del Estado iraní, Banisadr, es una ilustración viviente de la vieja frase de que «la revolución devora sus hijos». Quizá el problema de fondo está en que Banisadr, precisamente, trabajaba porque la revolución tuviera un límite por lo menos en el tiempo y comenzara, al fin, una etapa de regreso a la normalidad. Es decir, a un trabajo de reconstrucción del país que no ha. empezado nunca.Tema suficiente para enfrentarle al todopoderoso, Jomeini, para quien la revolución parece ser un estado coránico perpetuo. Cuesta trabajo deslindar hasta dónde Jomeini es simplemente un iluminado que entiende que la providencia de Alá es suficiente para guiar al pueblo elegido o simplemente un incompetente que disfraza su incapacidad absoluta para encarrilar el país que ayudó a despertar de una tiranía de siglos. Una regla perpetua de la política es la de que hay que desconfiar siempre de los fanáticos, y que desde el punto de vista práctico es exactamente igual que finjan su fanatismo o que lo sientan realmente.Pero el tema desborda a Banisadr. Es un problema de conceptos distintos en la forma de aplicación de la fuerza revolucionaria, y los enfrentarnientos que se están registrando en Teherán y otras capitales de Irán muestran que hay una degradación de la materia política en el pais. Probablemente se va a resolver, por el momento, con el afianzamiento de la personalidad de Jomeini y del alto clero chiíta que permanece todavía a su lado; no tanto por el designio de Dios como por una cuestión de relación de fuerzas y de solución implacable de los conflictos por medio de fusilamientos, que ya no se dirigen, como hace dos años, contra los colaboradores del sha ni contra los violadores de la ley coránica -bebedores de alcohol, adúlteros, prostitutas, homosexuales-, sino contra combatientes de la misma revolución, Héroes de hace dos años son ahora conducidos a la tristemente célebre prisión de Evin, entre multitudes que les quieren linchar, y, en minutos de supuesto juicio, condenados a muerte y ejecutados sin más defensa ni más apelación posible. Se les acusa, en principio, de ateos -son militantes, generalmente, de la izquierda- y, por tanto, de traicionar la revolución islámica; que tras esas acusaciones -o incluso precediéndolas- vengan las de prooccidentalistas o prosoviéticos no son más que fórmulas de trámite, simples apoyaturas en que basar una suposición de justicia.
La renuncia de la tiranía de Irán a toda sombra de derechos humanos no es algo que se juzgue aquí con un punto de vista curocentrista, con unas premisas o unos principios meramente occidentales; no cabría mayor ofensa para los países postergados por la historia o lo que llamamos progreso que considerar que su humanismo es inferior a las conquistas realizadas en Occidente durante los últimos siglos. En realidad están contradiciendo principios coránicos, e incluso letra chiíta; y están. fuera de los mismos textos fundacionales de la República Islámica, con arreglo a cuya Constitución Banisadr fue elegido por votación popular (aunque llena de irregularidades); nunca se han cumplido los textos que se promulgaron en cuanto han resultado ser contradictorios con la voluntad de Jomeini y sus ayatollahs. Si toda teocracia es maligna a lo largo de la historia, la islámica no tiene por qué serlo como principio básico, puesto que las revelaciones en que se inspira y el texto legado por el profeta está repleto de sistemas de indulgencia, de tolerancia y de respeto a los demás.
En mero esquema, Banisadr-estaba representando en Irán un deseo de regreso a la razón sin menoscabo de la revolución, o tratando de canalizar su impulso por las vías de lo posible, mientras Jomeini sigue levantando la bandera de lo irracional y el capricho de lo arbitrario. Para las necesidades del mundo, para la terrible zona en que está enclavado el país, la caída y persecución del jefe del Estado iraní es un mal, aun sabiendo cuáles eran, sus limitaciones de poder. Pero es un mal aún mayor para un país que necesita urgentemente hacer todo lo posible porque su utopía cuadre con su realidad.
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