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Los rostros cambiantes de Italia y Polonia

«Afortunados aquellos que pueden cambiar a sus gobernantes». Después del gran giro a la izquierda del electorado francés, hay otros, pueblos europeos que miran con envidia a los franceses, sintiendo pena por no poder hacer lo mismo.Y estoy pensando especialmente: en las dos grandes naciones católicas fronterizas de Europa, Polonia e Italia, a pesar de que Italia siga siendo la más afortunada, ya que sus fronteras son con el mar, y no con un imperio totalitario, como en el caso de Polia. A pesar de las diferencias históricas, estos dos países son, en muchos sentidos, similares.

En los dos, las fuerzas políticas dominantes son los católicos y los comunistas, que llevan en el poder, los católicos en Italia y los comunistas en Polonia, toda una generación. En ambos casos, los partidos gobernantes muestran grandes signos de hallarse totalmente agotados por un poder excesivo; y, sin embargo, sigue siendo una tarea difícil, casi imposible, cambiarlos.

Pero no se puede llevar la comparación hasta el extremo. En Italia, los democristianos están en el poder por haber ganado unas elecciones. En Polonia es una fuerza externa la que imposibilita el cambio; por sí solos, los polacos darían mucho en efectuar cambios radicales.

No existe ninguna fuerza externa que impida a los italianos, si así lo desearan, elegir una mayoría diferente. Es, por el contrario, la izquierda italiana, dominada por un partido que se denomina comunista, quien ha mantenido alejado, por miedo, el apoyo decisivo de los votantes del centro, necesarios para transformar la mayoría de la derecha en mayoría de izquierda.

A pesar de sus faltas, los democristianos han tenido el inmenso mérito histórico de haber garantizado en todo momento el sistema democrático italiano, así como los lazos de Italia con, Occidente. Sin embargo, todo esto no explica plenamente su ininterrumpida serie de victorias electorales; es únicamente culpa de los comunistas que el electorado italiano no se haya atrevido nunca a abandonar la seguridad del Gobierno democristiano, incluso en los momentos en que el deseo de cambio fue mayor.

Pero, sin cambio, la vida política se empobrece y se corrompe, incluso en una sociedad democrática y pluralista, como Italia. En grados diferentes, los polacos y los italianos son actualmente profundamente conscientes de esta verdad. Sin embargo, sigue siendo difícil conseguir el cambio, si bien por razones diferentes en los dos casos.

Los polacos han demostrado claramente que desean el cambio; pero las decisiones principales se tomarán lejos de su país, en el secreto del Kremlin. También los italianos sienten un fuerte anhelo de cambio; Pero ¿será capaz la izquierda italiana, es decir el partido comunista, principalmente, de aprovechar tal estado de ánimo?

Los socialistas italianos parecen demasiado débiles para ofrecer verdaderas posibilidades de cambio. ¿Podrán, entonces, los comunistas italianos, que están, sin duda, a favor del cambio, hacerse por fin aceptables a los votantes de centro italianos? ¿Podrán demostrar algún día que han cambiado, para conseguir que sea aceptable un cambio mayor?

Por ejemplo, ¿se atreverán alguna vez a cambiar el nombre de su partido? El antiguo dirigente de los comunistas «liberales», Giorgio Amendola, sugirió en cierta ocasión la unificación de la izquierda italiana en un nuevo partido, con una etiqueta nueva y diferente.

Dos futuros interrelacionados

¿Podría volver a reconsiderarse esta sugerencia en un futuro próximo? Aunque parezca extraño, es algo que podría depender del rumbo de los acontecimientos en Polonia. Si el proceso de cambio en Polonia fuera interrumpido trágicamente por el Ejército soviético, puede que el proceso de cambio en el Partido Comunista italiano, y en la vida política italiana, se acelerara bastante. Es este uno de los muchos aspectos curiosos en que el futuro de los dos «países fronterizos» católicos de Europa se encuentra hoy en día interrelacionados. Tal situación está simbolizada por la actual presencia de un obispo polaco al frente de la sede de San Pedro.

A la espera de que suceda lo inesperado, los italianos van entre tanto a tener el primer primer ministro no católico desde Ferruccio Parri, en 1946. Tal honor debería recaer, a menos que surjan dificultades imprevistas, en el distinguido periodista Giovanni Spadolini, que hace tan sólo nueve años era director del Corriere della Sera.

Su decisión profesional a la política data tan sólo de 1972, sucediendo a Ugo la Malfa como líder del pequeño, pero influyente, Partido Republicano. Si se convierte en primer ministro, al frente de una coalición basada todavía en el partido democristiano, tendrán los italianos lo que denominan alternanza, un símbolo sustitutivo de ese otro cambio más pleno que aún no se atreven a realizar.

Aparte de esto, el futuro seguirá principalmente en manos de los democristianos, bastante afectados por demasiados escándalos (¿lograrán recuperarse?), y de los comunistas (¿serán capaces de cambiar?). Sea como sea, los italianos son más afortunados que los polacos, cuyo futuro está en las duras manos de los generales soviéticos.

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