No ha remedio

Cuando salí de ver El lago de los cisnes, de Chaikovski, interpretado del 10 al 14 de junio en el Palacio de los Deportes de Madrid por el Ballet de la Opera Nacional de Berlín, y aun en contra de La satisfacción que me producía el haber aprovechado una tarde, mi estado de ánimo era de indignación, pues había visto más de la mitad de la obra reducida a la mitad de su valor, ya que la luz solar -intrusa del día- que entraba por los grandes ventanales no dejó que los focos dieran brillo, contraste y hermosura a los colores que por el escenario corrían, haciéndonos ver los dos primeros actos con una palidez de coloración merecedora de toda crítica.Este pequeño detalle no fue lo que más me dolió, porque al fin y al cabo, esto era uno de les inconvenientes de montar un espectáculo en un gran local -a nivel popular no los hay en condiciones- para que una buena muestra cultural fuera accesible a todo habitante de esta ciudad. Y es este punto el que me hace preguntar: ¿cómo es posible que más de cuatro millones de ciudadanos, supuestamente más cultos que hace cuarenta años, no sean capaces de llenar, sólo durante cinco días, el Palacio de los Deportes para poder deleitarse con un ballet sensible, elegante, lírico y de gran colorido, todo ello hecho una ambrosía de diversión? Indignante.

Por consolarme un poco, quise creer que era a causa de la deficiente economía familiar de esta época, pero sólo tuve que recordar que había visto la función por cien pesetas, cantidad de dinero que no rompe el bolsillo de nadie, para no poder creer esta posibilidad.

Miré hacia el abarrotado pub por el que pasaba y saqué una conclusión: este Madrid no tiene solución. /