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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Sobre el medio ambiente

El 5 de junio de 1972 se inauguraba en Estocolmo la Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente. 1.500 delegados de 104 países se reunieron a fin de llegar a un acuerdo en la mejora de la calidad de vida.Durante los once días que duró la conferencia, ésta tuvo poco de edificante. Los países del Este -excepto Rumanía- boicotearon la conferencia por serle negada la asistencia a la República Democrática Alemana; Estados Unidos y la República Popular China se enzarzaron en choques dialécticos a causa de la guerra de Vietnam; Brasil reclamaba el derecho a desforestar la selva amazónica; varios países protestaban por los ensayos nucleares franceses en Mururoa; el representante del Vaticano pugnaba por establecer el principio de moral ecológica -el que contamine, que pague-; el representante español, Laureano López Rodó, explicaba los grandes avances de España en el terreno de la lucha contra la contaminación.

Como conclusión de la conferencia, se elaboraron los veintiséis principios fundamentales que habían de constituir la Carta de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente humano. Estos principios tuvieron el innegable valor de demostrar cómo las 104 delegaciones fueron capaces de superar sus diferencias para elaborar una bellísima declaración que sería relegada al olvido poco tiempo después. No resisto la tentación de transcribir el punto 26, que encierra una gran dosis de ironía: «Las armas nucleares y todos los otros medios de destrucción masiva no deben afectar al hombre y a su medio ambiente. Los Estados deben esforzarse para eliminar y destruír tales armas».

Mientras los delegados se intemtaban poner de acuerdo, en el exterior se desarrollaba una conferencia paralela donde jóvenes y menos jovenes- llegados de todo el mundo buscaban soluciones alternativas a los mismos problemas, bajo el lema del da¡ dong, el concepto chino del mundo, en el cual todos los hombres son una misma familia y todos los niños sus hijos. Esta conferencia por libre fue una de las primeras manifestaciones internacionales del fenómeno ecologista.

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Han pasado nueve años. La República Democrática Alemana encuentra menos dificultades en los foros internacionales; China se enzarza ahora con Vietnam; Brasil esquilma uno de los pulmones del mundo en su explotación de recursos minerales; aún no sabemos si Mitterrand terminará con las pruebas nucleares en Mururoa; el que contamina, ni siquiera paga en muchas ocasiones, y el rearme nuclear amenaza con poblar nuestros aledaños de misiles de cabeza múltiple. Al menos López Rodó no sigue de ministro del Plan de Desarrollo.

Los ecologistas que participaron en dai dong, sus seguidores y herederos continúan igual de levantiscos. Editan sus revistas, tienen su agencia de noticias -Wise-, dan conciertos -el inolvidable no nukes del Garden neoyoquino-, ruedan películas, intervienen en debates y participan en manifestaciones masivas.

En el fondo late un problema común, uno de los mayores en la historia de la humanidad. Se trata de la convergencia de la explosión demográfica, el agotamiento de los recursos no renovables. escasezde alimentos, deterioro del medio, carrera de armamentos...

Ante esta situación se ponen en juego dos enfoques radicalmente distintos. A nivel oficial se apuesta por el empleo de tecnologías duras (nuclear, microelectrónica, informática) y una especie de huida hacia adelante en la confianza de que sucesivos adelantos técnicos vayan resolviendo los problemas. Aumentar la producción y los mercados y controlar la mayor cantidad posible de recursos parece ser la meta de este sector.

Los verdes, ecologistas, alternativos o como se les quiera llamar ponen el acento en dos procesos que nos permitan salir del atolladero: 1. La descentralización social como una manera de recuperar la capacidad de decisión perdida; 2. El uso de tecnologías blandas, con objeto de aprovechar fundamentalmente recursos y energías renovables, conservar y reciclar los no renovables y disminuir el impacto sobre el medio ambiente.

Así están las cosas. El mensaje ecologista podrá ser aceptado o no en los años venideros, pero es indiscutible su carácter esperanzador, de respuesta a un sistema de vida que comienza a hacer agua.

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